La Vanguardia (1ª edición)

Mal debate, gran programa

- Sergi Pàmies

Los Salvados (La Sexta) sobre temas olvidados de la actualidad, con entrevista­dos poco conocidos que dan la cara con una combativa energía de denuncia, tienen un tono muy distinto a los que explotan a figuras acostumbra­das a las cámaras. En el cara a cara entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, ambos tenían tantas horas de tele como Jordi Évole. Igual que los actuales concursant­es de Gran Hermano, que ya no destilan la espontanei­dad suicida de las primeras ediciones, los candidatos reunidos por Évole han aprendido, si me permiten la expresión, a hacer un Salvados. Son consciente­s de que deben ser generosos en la predisposi­ción. Y tolerar que Évole perpetúe su arbitraje comprometi­do reforzado por la edición, astutament­e informal. Y contribuir a cierto dinamismo dialéctico y, si conviene, fregar la vergüenza ajena en el prólogo dentro del coche. Y al final recibirán la recompensa de la audiencia (25% de cuota de pantalla) y el premio de haber alterado el protocolo electoral. A ratos, sin embargo, daba la impresión de que a los tres (Rivera, Iglesias, Évole) les pesaba la responsabi­lidad de representa­r un cambio generacion­al, como si sufrieran el vértigo de un envejecimi­ento prematuro de su retórica política (y periodísti­ca). La obsesiva necesidad de competir para ver cuál de los dos (o los tres) ha ganado llega a niveles grotescos. Sobre todo si se tiene en cuenta que tanto Rivera como Iglesias ya lo han dicho todo de todos los modos posibles (también en Salvados). Por eso, más que la sustancia de la conversaci­ón, el mérito es haberlos reunido en la misma mesa. Y proponer un formato que, como debate, fue mediocre pero que como documental sobre la dimensión teatral de la nueva política, fue memorable.

OMNÍVORO. La TDT nos ha familiariz­ado con canales de esencia minoritari­a. Pasados los años, podríamos afirmar que esta ha sido la aportación más estimulant­e del invento. Uno de los programas más extravagan­tes de este inframundo televisivo es Crónicas carnívoras (en el original, Man vs. Food), emitido por Energy. El argumento es simple: un tragón llamado Adam

En el cara a cara entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, ambos tenían tantas horas de televisión como Jordi Évole

Richman visita restaurant­es norteameri­canos con la intención de superar retos gastrointe­stinales de alto riesgo. La selección de locales incluye peajes publicitar­ios que financian el formato. La habilidad de Richman radica en convertir la operación en una competició­n y, al mismo tiempo, en un documental sobre hábitos culinarios populares. Richman rehúye las pretension­es sofisticad­as y se especializ­a en una especie de cocina-espectácul­o de la monstruosi­dad. El curry más picante de Nueva York. La hamburgues­a más contundent­e de San Francisco. El éxito del programa en todo el mundo se basa en el entusiasmo devorador de Richman. Puede que a alguien le interesen los detalles organizati­vos de la cocina. Pero la mayoría de los espectador­es seguimos el programa por una razón morbosa: ver a Richman devorando como un condenado a muerte y esperar a ver cuándo revienta. ¿Superará el récord de ingesta de aletas de pollo? ¿Se acabará las toneladas de puré? Por lógica argumental, el día que quieran acabar con el programa tendrán que ofrecer o bien su funeral (indigestió­n) o bien la retransmis­ión, en directo, de su colonoscop­ia.

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