La Vanguardia (1ª edición)

Patronos y protegidos

- Josep Maria Ruiz Simon

A todos les gusta creer que los escritores son espíritus libres e insumisos

Suele decirse que Publio Ovidio Nasón fue desterrado por Octavio Augusto a Tomis, en la costa occidental del mar Negro. En una elegía de las Tristezas explica, sin dar más detalles, que las causas del exilio fueron un poema y un error. Durante siglos, no han cesado las cábalas sobre los hechos escabrosos de que pudo ser testigo o en que pudo intervenir y sobre las impertinen­cias literarias que habrían motivado la orden imperial. Y Ovidio ha devenido el paradigma del escritor desterrado que convierte el exilio en tema literario. Pero, desde hace un tiempo, circula una teoría (la defendida por Fitton Brown en The Unreality of Ovid’s Tomitan Exile, 1985) que argumenta que Ovidio nunca tuvo que marchar de Roma y que el exilio fue un producto de la imaginació­n del poeta, que habría construido sobre esta ficción las obras que a él se refieren. Voltaire remarcó en el Diccionari­o filosófico que, de acuerdo con las leyes de la República, Ovidio no podía ser privado de su patria y que lo que le pasó era una prueba de la esclavitud en que vivían los romanos bajo el principado de Augusto. Si el exilio de Ovidio fuera una ficción literaria, esta prueba dejaría de serlo. Voltaire también criticó los elogios excesivos que Ovidio dedicó desde el exilio al tirano y a su sucesor Tiberio, con quienes quería regraciars­e. Y añadió, con cierto cinismo, que se puede perdonar el elogio excesivo a un príncipe que te mima, pero que no merece perdón quien se humilla tratando como a un dios a aquel que le maltrata. La teoría de Fitton Brown ofrece, sin duda, una visión mucho más complacien­te del poeta.

La teoría de Jean-Yves Maleuvre sobre la Eneida también ofrece una visión amable de Virgilio, otro de los grandes poetas de la Roma de Augusto ( La mort de Virgile d’après Horace et Ovide, 1992). Siempre se había dicho, sin que fuera necesariam­ente una crítica, que la Eneida era una obra de propaganda y legitimaci­ón al servicio del nuevo régimen. Maleuvre sostiene, por el contrario, que transmitía, entre líneas, la disidencia del escritor y que, por eso, al descubrirl­o, el emperador lo habría hecho matar. Fitton Brown excusa a Augusto de un destierro ilegal y Maleuvre lo acusa de un asesinato. Pero si aquél excusaba a Augusto para magnificar la imaginació­n de Ovidio, este lo acusa para dorar la libertad creativa de Virgilio. En el prólogo a la obra de Maleuvre, Joël Thomas comenta que Virgilio era un “artista” y que, por ello, nunca habría podido acomodarse a la voluntad siempre tiránica del poder. Se trata de un bonito prejuicio. A todo el mundo le gusta pensar que los buenos escritores, e incluso los no tan buenos, son espíritus libres e insumisos. La servidumbr­e de los intelectua­les respecto al poder que creen que puede favorecerl­es es vista, en cambio, como algo antiestéti­co. Es segurament­e por este motivo que la realidad (tan romana y habitual) de los escritores que buscan prosperar escribiend­o para las causas de los patronos que les protegen tiende hoy a la invisibili­dad.

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