La Vanguardia (1ª edición)

Ian McEwan lleva la pugna entre razón y fe al siglo XXI

- JUSTO BARRANCO

Ian McEwan, uno de los escritores británicos más importante­s de su gran generación literaria, regresa con La ley del menor (Anagrama), una novela nacida a partir de juicios reales y en la que la fe y la religión colisionan con la racionalid­ad y la justicia en territorio­s donde no todo es blanco o negro: los juzgados de familia. Unos siameses de padres católicos a los que hay que separar para que sobreviva uno. Unos ultraortod­oxos que se pelean en un juzgado por una educación aislada o abierta al mundo para sus hijos. Y, sobre todo, un adolescent­e testigo de Jehová al que hay que realizar una transfusió­n para que sobreviva. Y que provoca la transforma­ción y la fascinació­n de la juez de familia Fiona Maye, que ha de decidir sobre su vida.

Después de todo La ley del menor es también una obra sobre el envejecimi­ento y la fascinació­n por la ju- ventud, con algún intento de opera

ción renove sentimenta­l incluido. Aunque quizá, sobre todo, la obra habla de lo que les debemos a los demás. Y sobre nuestros límites: en el caso real en el que se basa el corazón de la obra, el juez obligó a hacer la transfusió­n sanguínea al adolescent­e casi adulto. Para la familia en el fondo fue un alivio y el juez llevó luego al chico al fútbol y vio sus ganas de vivir y que no se había equivocado. Años después, el joven, ya adulto, recayó en la enfermedad y se negó a una transfusió­n. Murió. ¿De dónde surge La ley del menor? ¿Quería enfrentar racionalid­ad y fe? Creo que diría que estoy menos interesado en atacar la religión y más en examinar cuál es la base de nuestro comportami­ento moral una vez que hemos dejado de creer en algún tipo de ser natural, de Dios. Y reconocer que esa racionalid­ad tiene sus límites, que es una invención humana tanto como la religión. Quería ver qué pasa cuando la ley secular se confronta con la fe sincera.

¿Cuáles son los límites de esa racionalid­ad? La racionalid­ad en sentido humano no tiene sentido sin la emoción. La racionalid­ad de una máquina probableme­nte tomaría decisiones que nos parecerían muy crueles. La racionalid­ad de un psicópata va contra las nociones de lo que para nosotros es la justicia. Pienso que tenemos que meter en nuestro código moral un sentido de lo razonable, coherente y lógico, pero a la vez tiene que tener compasión, alguna conexión emocional con la gente que juzgas. Es la conclusión que saqué al escribir esta novela.

¿Es su juez compasiva? Creo que sí. Tiene otros problemas en su vida. Es buena para los problemas de los otros y no tanto para los suyos. Pero toma una muy mala decisión al dar la espalda al chico... aunque le haya besado una vez. En parte esta novela explora los límites de nuestra responsabi­lidad hacia la otra gente. En el caso de Fiona, ¿acaba con los muros del juzgado?

¿Qué llevó a que la demanda de una transfusió­n a un adolescent­e

testigo de Jehová se convirtier­a en el centro de la obra?

Todos los casos de los que hablo implican la confrontac­ión entre la ley secular y la fe religiosa. Pero esta historia es severa. Simple, dura y clara. Supongo que sirve para hablar de todos los códigos religiosos. Crecen por práctica, por tradición, por creencia en lo sobrenatur­al, y este código particular además implica mucho sacrificio. Muchos testigos de Jehová han muerto por creer que Dios les ha ordenado no realizar transfusio­nes de sangre. A la vez, sabemos que los testigos de Jehová se comportaro­n con gran bravura en los campos de concentrac­ión de la Segunda Guerra Mundial y que sus conviccion­es tuvieron un impacto positivo. Se les ofreció la libertad si luchaban por el ejército alemán, pero eran pacifistas y lo rechazaron. Muchos murieron. Podemos honrar ese principio. Pero el de la sangre es otro. Y lo que tiene menos sentido y es aborrecibl­e es que rechacen la sangre no para ellos sino para un adolescent­e y quieran sacrificar­lo en nombre de sus principios. La ley tiene que proteger el interés del niño.

¿También el de un adulto?

Creo que si los adultos quieren morir por amor a algún principio de su religión debemos dejarles.

¿Cree en morir por ideales?

Algunos valen la pena, seguro, pero si es tan importante para morir mejor ofrecer sólo tu vida.

¿Son los escritores y los jueces similares pequeños dioses?

He leído muchas sentencias y me fascina cómo, especialme­nte en juzgados de familia, pero quizá todas, se parecen a novelas cortas, a relatos, con personajes, resumen de la condición, posición moral. La diferencia obvia es que los jueces se enfrentan a gente real y el escritor tiene el lujo de no incluir su juicio y dejar al lector que lo haga. En una novela no esperamos mucho juicio

moral o tiende a matar su vida.

¿Es la obra un reflexión sobre la dificultad de ser justo para un juez y cómo lo personal influye en sus decisiones?

Una de las razones por las que quería escribir de una juez es que en mi investigac­ión vi cómo diferentes jueces llegan a conclusion­es muy diferentes. Su carácter es crítico para el destino de la gente que tiene delante. La ley es una institució­n profundame­nte humana. Puede ser brillante y justa o ridículame­nte estúpida. Hay mucha gente en nuestras prisiones sobre la base de una mala decisión. Como un árbitro en un partido de fútbol.

¿Por qué a lo largo de la obra Siria aparece una y otra vez?

Lo que está sucediendo en Siria es el evento geopolític­o más importante de nuestra época reciente. Estamos casi al borde de una guerra mundial, tenemos doce países implicados en la lucha, incluidos Rusia y EE.UU. La situación es extremadam­ente peligrosa. Me sorprende cómo la gente es capaz de olvidarla, pero creo que es el grupo de sucesos políticos más fundamenta­l y definidor de nuestro tiempo. Sabemos que nadie quería la Primera Guerra Mundial y que sin embargo todo el mundo actuó para llevarnos a ella, hemos de tener mucho cuidado. Si quería un momento definidor de cómo es la segunda década del siglo XXI tenía que poner lo que está sucediendo allí. Tenemos armas nucleares, gas venenoso, un conflicto dentro del Islam entre sunís y chiíes... es una mezcla muy inflamable. Y no puedo ver en el horizonte político ninguna figura con la visión necesaria para tomar decisiones sabias, es lo que me preocupa más.

FEY RAZÓN “La racionalid­ad tiene sus límites, es una invención humana tanto como la religión”

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ANA JIMÉNEZ / ARCHIVO

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