Texas revela los archivos de García Márquez
La Universidad de Texas abre al público el archivo con el legado de García Márquez
El propio autor de una de las cimas de la literatura mundial se refiere a su obra como “un mamotreto de 800 páginas”. Al definir el proceso creativo confiesa: –Ha sido una locura. Así consta en una carta que Gabriel García Márquez le remitió a su amigo Plinio Apuleyo (junio de 1966), en la que cuenta sus avances en Cien años de soledad. Esa misiva forma parte del archivo del escritor colombiano que ayer abrió al público en general en la Universidad de Texas (UT), en Austin. Su digitalización permitirá trascender las fronteras.
“A García Márquez se le conoce por su maestría, los lectores dicen que no cambiarían ni una coma”, señala José Montelongo, bibliotecario en la Benson Latin American Collection, parte esencial en este proyecto de situar Macondo en Estados Unidos.
“En este archivo, sin embargo, se observa la no impecabilidad, el material desechado, los descaminos, los arrepentimientos”, matiza Montelongo. Sabe de qué va el asunto. El pasado año, a él le pidió Steven Ennis, director del Harry Ransom Center de la UT, y nueva residencia de Gabo en su eterni- dad, que le acompañara a México como experto. Debía revisar el material que les ofrecían los herederos del premio Nobel.
“Encuentras la huella del tránsito creativo, los tachones, los arrepentimientos, acceder al taller que siempre ha estado cerrado”, aclara para apoyar la adquisición por 1.9 millones de euros.
A Enniss le sorprende que, en las fotografías, “hay imágenes muy poderosas que son una crónica de la vida familiar y de la estatura mundial” del literato.
El legado de Gabo, que compartirá gloria en este hogar junto a los papeles de colegas muy notables –Borges, Cortázar, Faulkner, Virginia Woolf o Hemingway– equivale a 78 cajas de documentos, quince de gran tamaño y tres carpetas voluminosas.
Ha llevado casi un año catalogar un contenido en el que se cuentan borradores manuscritos de trabajos publicados e inéditos (la novela En agosto nos vemos), correspondencia, 43 álbumes fotográficos, guiones cinematográficos y cuadernos, entre otros objetos personales. Y secretos.
“Estamos en el lugar donde las letras de Gabriel García Márquez han recalado para descansar, resistiéndose a la pérdida de memoria”, afirmó ayer Enniss. “Como un personaje de sus novelas, ha llegado a un lugar sin tiempo”,
subrayó. La presentación se caracterizó por su sobriedad. Propia del escenario, la sala de lectura Hazel Ransom, donde los interesados en este autor descubrirán su mundo, su forma de trabajar.
A partir del listado, organizado en cuatro áreas (actividades literarias, álbumes de fotografías, correspondencia y documentos personales o profesionales), el estudioso hará su solicitud y el contenido llegará desde la caverna del subsuelo, donde se almacena en los gigantescos armarios.
Citar a todos los que escribieron al escritor requería un exceso de espacio. El 90% del grueso lo componen misivas que recibió. Pero él se dirigió al presidente Jimmy Carter (octubre de 1977) para que considerara la situación del puertorriqueño Andrés Figueroa Cordero, encarcelado en Estados Unidos y con una enfermedad incurable. Carter le indultó. Salió libre en 1978.
En la correspondencia con los amigos se deduce que Gabo, acosado por la precariedad, vivía con ansiedad no saber si Cien años de soledad sería una obra maestra o un libro de poca enjundia.
“No ves desesperación, pero sí la necesidad de confirmación”, remarca Montelongo. “Todos somos amos y esclavos de nuestro trabajo”, apostilla Gabriela Polit, profesora de Literatura Latinoamericana en la UT. Lo ilustra con otra misiva en la que Gabo se queja de que trabajó con el traductor al francés cuatro horas al día, durante un mes, “hasta que logré convencerle de que destripara su idioma para dar una versión aproximada del texto”.
Uno de los tesoros de Austin es el texto mecanografiado con tinta de carbón de esta cumbre que entregó a la imprenta en 1966. Hay unas pocas correcciones, básicamente puntos y aparte.
Según Montelongo, este éxito cambió su forma de hacer.De sus obras iniciales casi no hay rastro. “Le preocupaban más los centavos que la posteridad”, señala. Macondo le transformó, aunque en ese caso hizo desaparecer los borradores. “Existe una carta en la que dice que no quería que se viera la cocina de esa novela”.
A partir de ese punto, cultivó su legado. Ahí sobresale su juego de trazos a color rojo o verde, como las rutas del mapa creativo, con los que corrige los borradores.
Cansado del traductor y asediado en París por las felicitaciones de los amigos –“se lo comieron todo, lo ensuciaron todo”, dice en una misiva–, tomó una decisión: “No me quedó más remedio que salir por la ventana y venir a la bucólica Barcelona”.
Apurado por la economía, el escritor tenía ansiedad por saber si ‘Cien años de soledad’ sería una gran obra