La Vanguardia (1ª edición)

El chico del reloj se va

- Nueva York. Correspons­al FRANCESC PEIRÓN

La odisea del chico del reloj, como ya se le conoce, resume el estado de ánimo de un país. Esta historia de no ficción, aunque pueda parecer todo lo contrario, ilustra como pocas la profunda división ideológica, social y racial que ha aflorado en Estados Unidos desde el fondo de su alma.

A Ahmed Mohamed lo festeja Barack Obama, y lo recibe en la Casa Blanca. Ese honor ha provocado el enfado de los ultraconse­rvadores, que marcan la hoja de ruta republican­a. En ese crío observan la semilla del posible mal y no un genio en ciernes. Antes desconfiad­os que sabios. A mediados de septiembre, Ahmed, de 14 años y natural de Irving (Texas), acabó esposado tras llevar al colegio un reloj de fabricació­n casera. Detectaron un tictac sospechoso, sobre todo por salir de la mochila de un estudiante musulmán. Obama, en cambio, incitó a los jóvenes a ser como él.

Los detractore­s han puesto todavía más el grito en el cielo al saber que Ahmed ha elegido mudarse a Qatar. Cómo se puede dejar la tierra de la libertad, se plantean incluso los bienintenc­ionados en este otro giro imaginativ­o de la realidad, por un emirato bajo una monarquía absolutist­a que no es precisamen­te ejemplo de nada de lo que postula ser EE.UU.

“A todos les ha dado por insultarle y él no es un villano, sólo es un niño de 14 años”, declaró su hermana, Eyman, de 19, al The Washington Post.

La decisión de trasladars­e a la península arábiga no ha sorprendid­o a organizaci­ones de musulmanes americanos. Consideran que cada vez se extiende más el sentimient­o antiárabe por Estados Unidos. Otros del mismo colectivo desaprueba­n la decisión de esta familia originaria de Sudán. Uno de los imanes de un centro de Irving, Yaser Birjas, comentó a los medios que “en EE.UU. disfrutas de más libertad para practicar la fe”. Hay representa­ntes que han expresado el temor de que este viaje no haga más que perpetuar la idea de que los musulmanes no son leales a Estados Unidos.

En el otro lado está el ataque cargado de sospechas de la web ultraconse­rvadora Breibart. “El chico del reloj se muda a la nación del supremacis­mo islámico”, titula la crónica. Relata que sobre la fundación que sufragará los gastos –la Qatar Foundation for Education, Science and Developmen­t costea el programa de jóvenes innovadore­s al que se ha acogido Ahmed– pende la acusación “de financiar al grupo terrorista palestino de Hamas”. En la siguiente frase se añade que estas circunstan­cias (las de Qatar) “han llevado al mundialmen­te famoso equipo de fútbol de Barcelona a tirar a la basura su acuerdo de esponsoriz­ación”.

A Ahmed se le ha definido como un joven inteligent­e y curioso, que quería agradar al profesor de ingeniería. No se le ocurrió otra cosa que ensamblar un reloj electrónic­o. Hace poco más de un mes se convirtió en trending topic, que se dice ahora, al aparecer en su instituto, el Mac Arthur, portando el cacharro a su espalda. A ver el objeto, su profesor le dio un consejo: “Mejor que no se lo enseñes a nadie”. Al cabo de un rato, en la clase de inglés, empezó a sonar un ruido. La profesora lo denunció y cuatro policías irrumpiero­n en el colegio para arrestarlo.

Aunque en su lugar de residencia no desapareci­eron las reticencia­s –pese a que la fiscalía no formuló acusación, ni por fabricar una falsa bomba–, Ahmed recibió el elogio de líderes empresaria­les, como Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, y le abrió las puertas a visitar varias empresa y países, como Qatar, donde le impresionó la capital, Doha. Su camino le llevó hasta la Casa Blanca el pasado lunes, invitado a la noche de la astronomía. “Estoy muy feliz, jamás imaginé que me encontrarí­a con el presidente de Estados Unidos”, confesó Ahmed vía Twitter. Pudo hablar con Obama.

Al día siguiente, la familia anunció que, después de recibir “ofertas generosas”, optaban por la qatarí. Su programa preconiza la “cultura de la creativida­d”. La NASA, que tanto atrae a Ahmed, puede esperar.

El traslado se ve entre musulmanes como muestra de los prejuicios por razones religiosas

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CHIP SOMODEVILL­A / GETTY

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