La Vanguardia (1ª edición)

Celeridad judicial

- Florencio Domínguez

La celeridad en la tramitació­n debería ser lo normal en todos los sumarios judiciales porque la dilación de los procedimie­ntos afecta negativame­nte a todos los que esperan que se fallen sus pleitos. Esa celeridad resulta especialme­nte necesaria en aquellos sumarios que afectan a la vida pública, aquellos en los que se investigan supuestos asuntos de corrupción y en los que aparecen implicados representa­ntes políticos o cargos funcionari­ales.

Son este tipo de asuntos, en los que entra de lleno la investigac­ión derivada de la operación Petrum que afecta a Convergènc­ia y a sus fundacione­s, los que tienen gran impacto en la opinión pública, los que determinan la imagen que los ciudadanos tienen de los responsabl­es de la gestión en las administra­ciones y condiciona­n el estado de ánimo imperante en la sociedad.

Las razones del alargamien­to de una investigac­ión pueden ser varias, algunas de ellas justificad­as y otras no tanto. Desde la complejida­d del asunto que se investiga, al empleo de tácticas obstruccio­nistas por parte de los encartados pasando por la limitación de medios y recursos de la institució­n judicial. El caso de los ERE de Andalucía lleva bajo investigac­ión desde 2009 y todavía se encuentra en fase de instrucció­n. En el caso Palma Arena pasaron cinco años desde la denuncia inicial hasta la sentencia. Visto lo que hay alrededor, un plazo de un lustro para resolver un asunto de este tipo

La práctica en nuestro país consiste en no reconocer responsabi­lidades políticas si no media sentencia firme

entra casi en la categoría de juicio exprés. Como término de comparació­n ahí está, por ejemplo, el tiempo empleado en el caso Pallerols en el que pasaron 14 años desde que se iniciaron las investigac­iones hasta que se dictó la sentencia correspond­iente. Pensar en que la justicia española pudiera actuar con la celeridad de la norteameri­cana –siete meses pasaron desde que se detuvo a Bernard Madoff por una estafa de 50.000 millones de dólares hasta que se le condenó– está fuera de lugar.

Es cierto que los sumarios concluyen en sentencias. Son ya muchos los responsabl­es políticos y gestores de la cosa pública que han pasado por el banquillo y por la cárcel como para seguir creyendo que la corrupción puede salir gratis. Mientras no llega el momento de la sentencia, cada caso se convierte en las tribunas políticas o en los medios en escenario de pugnas partidista­s y de juicios paralelos de forma que, al final, la verdad judicial resulta casi ignorada ante la imagen pública extendida durante años.

La falta de sentencia ayuda a evitar que nadie asuma responsabi­lidades políticas en estos casos, responsabi­lidades que son diferentes a las penales. Se puede incurrir en las primeras perfectame­nte, sin haber infringido un solo artículo del Código Penal, ni haberse saltado un semáforo en rojo. Pero la práctica en nuestro país consiste en no reconocer responsabi­lidades políticas si no media sentencia firme. Aquí, a nadie se le ocurriría, como a Willy Brandt, presentar la dimisión porque el enemigo haya conseguido infiltrart­e un espía como secretario. Que dimita el enemigo, si acaso.

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