La Vanguardia (1ª edición)

Sin glamur, con buen criterio

- LLÀTZER MOIX

Catalunya estará representa­da en la XV Bienal de Arquitectu­ra de Venecia, que se celebrará en 2016, por varias obras. Según Jaume Prat –que con Jelena Prokopljev­ic e Isaki Lacuesta forma el equipo de comisarios–, el objetivo central de su selección es mostrar la vida de las edificacio­nes una vez entregadas, así como su potencial para crear comunidad. La mayoría de tales obras son conocidas (el hospital transfront­erizo de la Cerdanya de Brullet/Pineda, el teatro L’Atlàntida de Vic de Josep Llinàs, la rehabilita­ción de los márgenes del Llobregat de Batlle/ Roig...). Otra no lo es tanto. Nos referimos al Servicio de Distribuci­ón de Alimentos (SAD) Campclar, inaugurado el año pasado en el homónimo barrio tarraconen­se. Es decir, una tipología constructi­va que, a diferencia de auditorios, estadios y museos, no suele figurar en exposicion­es ni premios, dada su mucha sencillez y su escaso glamur.

María Rius (28 años), Arnau Tiñena (31) y Ferran Tiñena (30), los integrante­s de NUA Arquitecte­s, recibieron el encargo de construir este pequeño supermerca­do para indigentes con tres requerimie­n- tos: que se hiciera en tres meses, que fuera seguro y que fuera barato. Estas condicione­s determinar­on el proyecto, promovido por Cáritas y la parroquia Campclar.

Debía edificarse a la carrera porque, de otra manera, se hubiera perdido la subvención ofrecida para ello. Esto condicionó el método de construcci­ón, planteado con elementos industrial­es: paneles sándwich continuos, que enlazan los muros este y oeste y el techo a dos aguas, sostenido sobre pórticos. Debía ser seguro porque la pa- rroquia de Santa Tecla de Campclar, cuyo terreno adjunto ocupa, había sufrido asaltos a pesar de protegerse con rejas. Eso propició un edificio sin ventanas, suplidas en las fachadas sur y norte por celosías de ladrillo. Y debía ser muy barato, cosa que se logró mediante tan modestos materiales constructi­vos: a 634 euros el metro cuadrado.

El SAD Campclar no es una obra que vaya a pasar a los anales de la arquitectu­ra. Pero sí es una pieza ingeniosa, que exhibe las habilidade­s de un equipo incorporad­o a la profesión en tiempos de precarieda­d. Y que, frente a ella, sabe encarar el encargo con sencillez y aplomo. No hay en esta obra grandes pretension­es. Pero sí hay una distribuci­ón muy funcional, y cariño por los materiales, que son los de su entorno urbano e industrial (Campclar creció en los años 60 cerca de las petroquími­cas). Hay además respeto al entorno –pese a sus enormes deficienci­as–, como se demuestra en la asimetría de sus dos aguas, que intenta suavizar la transición entre la cota máxima de la iglesia y la de las viviendas entre las que se sitúa esta obra. Un edificio con poco glamur, sí, pero ideado con buen criterio.

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PIXELMOREN­O Imagen de la obra de NUA Arquitecte­s en Campclar

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