La Vanguardia (1ª edición)

Mister Pasmarote

- Sergi Pàmies

En una de sus crónicas, Irene Polo (1909-1942) cuenta la visita de Buster Keaton a Sitges, en agosto de 1930. Es una tarde de baño y de playa, rodeado de amigos y admiradore­s, última etapa de un viaje por España que incluye el descubrimi­ento y flechazo por Granada. Keaton se mantiene inalterabl­e cuando sus fans y los fotógrafos le piden que sonría. Al despedirse, en la puerta del Ritz, Polo explica que el cineasta le dijo “adéu”, en catalán, y que le regaló una sonrisa espontánea de la que, por coherencia, no quedaron pruebas gráficas. Como siempre, Polo halla el modo más eficaz y menos ampuloso de contar lo que ve (no se pierdan el libro La fascinació del periodisme, Quaderns Crema, 2003) y describe así a Keaton: “Buster Keaton, rojo como un demonio a causa del sol acumulado durante sus quince días de carreteras por España, con una cara de pasmarote que os llega al corazón, pero que no dura”.

Me acordé de esta crónica en la sala ArTe (calle Muntaner, 83, Barcelona), durante la proyección-concierto de la película Sherlock Jr., de Keaton, con música escrita e interpreta­da en directo por Jordi Sabatés. La actuación se ha repetido los cuatro primeros jueves de octubre; o sea, hasta ayer. ArTe es una sala peculiar. De entrada parece el enésimo alarde de interioris­mo vintage con camareros sofisticad­amente altivos, pero, en la práctica, es un espacio acogedor. Ofrece una tienda de té, una cafetería idónea para reencontra­rse con una ex y un comedor lo bastante grande para acoger un escenario para música en directo (¡aleluya!) y mesas para probar una carta que amenaza con conceptos como creativa y vinos ecológicos. La suma de ingredient­es, sin embargo, funciona. Cuando empieza la proyección-concierto entiendes que es un buen escenario para rendirte a la vigencia cómica de la película y al rigor talentoso, persistent­emente despreciad­o por nuestras autoridade­s culturales, de Jordi Sabatés. Como ya hizo en su anterior proyecto ( Nosferatu, de Murnau), Sabatés hace unas introducci­ones de una amenidad erudita que sitúan al espectador en la mejor posición para saborear esta concentrac­ión de aciertos. La película se proyecta simultánea­mente en tres paredes del local. Eso permite que todas las mesas tengan una visión privilegia­da y, al mismo tiempo, multiplica, como en una galería de espejos, la insaciable creativida­d de Mister Pasmarote. Al acabar el concierto, sólo ha pasado una hora pero sientes el vértigo de haber viajado en el tiempo hasta aterrizar en un marco insólito. El aplauso es intenso y sincero. A mi lado, dos señoras mayores beben una generosa copa de vino ecológico con la misma sed que si no lo fuera. Se me ocurre que podrían ser las hijas de Irene Polo o las nietas de Buster Keaton.

Al llegar a casa, me sumerjo en la crónica de Polo y es como si viera, en blanco y negro y con el acompañami­ento del piano de Sabatés, el Rolls-Royce de Keaton y sus amigos por las costas del Garraf.

Al empezar la proyección entiendes que es un buen escenario para rendirte a la vigencia cómica del filme

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