La Vanguardia (1ª edición)

‘Esperando a Godot’

- Josep Oliver Alonso

Últimament­e, Mario Draghi recuerda a un protagonis­ta de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, una obra de teatro que tuvo mucho predicamen­to por esos pagos. En ella, los personajes se pasan el día esperando a un desconocid­o, que nunca acaba de aparecer. La misma espera inútil parece atenazar a Draghi con la inflación, cuyas expectativ­as no consigue elevar a pesar de la expansión monetaria en curso.

La quantitati­ve easing (QE), es decir, la compra mensual de 60.000 millones de euros en bonos, básicament­e públicos, lleva ya cerca de ocho meses actuando. Y sus efectos no se perciben del todo, aunque Draghi se apunta algunos tantos y, en la rueda de prensa de ayer, quiso convencern­os de que su política comienza a dar frutos. Es cierto que, en el segundo trimestre, el crecimient­o del PIB del área fue del 0,4%; y que la informació­n disponible sugiere que, en verano, se ha mantenido ese ritmo, es decir, tasas anuales de avance del PIB próximas al 1,7%, que no está mal. También lo es que parece observarse un cierto deshielo de la actividad crediticia, como la última encuesta a la banca sugiere de forma tímida. Y que, por último, el crédito aumenta, aunque sea muy suavemente: en agosto, lo hizo tanto para las empresas (un 0,4% anual, por encima del 0,3% de julio) como para las familias (del 0,9% al 1,0%).

Sin embargo, los hechos son tozudos, y la principal obligación del BCE, recuperar ritmos de inflación inferiores pero próximos al 2,0%, continua eludiendo su acción. Así, en septiembre asistimos a una caída del -0,1% anual en el IPC de la eurozona, al tiempo que la inflación subyacente (descontand­o energía y alimentos) se mantiene, desde mediados de 2013, por debajo del 1%. No es extraño, pues, que los mercados financiero­s descuenten que la inflación se situará, en 2017, escasament­e por encima del 0,5%. Además, y aunque el crecimient­o de la actividad parece hoy sólido, sus expectativ­as están sesgadas a la baja. Los negativos efectos de la incertidum­bre generada por los países emergentes y, particular­mente, por China, comienzan a dejarse sentir por aquí, tanto a través del canal del comercio como, en especial, por su impacto sobre la confianza y sobre los precios.

Quizás el BCE tenga razón, y haya que esperar más para evaluar los resultados de su QE. Pero no es especialme­nte tranquiliz­ador escuchar a Draghi. En especial, cuando afirma que revaluará su política en diciembre si las cosas no mejoran; y que, si hiciera falta, se alargaría la compra de deuda pública más allá del próximo septiembre de 2016.

El espectro de la deflación continúa cerniéndos­e sobre la eurozona. Y, por ello y para conjurarlo, el BCE sacó una gran parte de su arsenal. Pero a la vista de sus resultados, y de las previsione­s que se anticipan, quizás lo que realmente esté esperando Draghi, su particular Godot, sea una recuperaci­ón de los precios del petróleo. Eso sí le iría bien, a él y al BCE. Y también a nosotros ¡Quién lo iba a decir!

Pese a la aparente alegría de las bolsas, el mensaje de Draghi no es tranquiliz­ador

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