Placebo y entropía
La entropía es el desgaste que experimenta un sistema debido al transcurso del tiempo o a su propio funcionamiento. Una medida de desorden o incertidumbre que –en vísperas de las generales– podría constituir la mejor explicación para entender la “pájara” del Partido Popular, acentuada al trascender las diferencias –sin disimulo– entre ministros. Este clima entrópico amenaza con convertir el tiempo que falta para los comicios en una pesadilla para el partido del Gobierno, que ya arrastra el cansancio de unos años duros en los que no ha tomado medidas contra sí mismo.
Así, a dos meses de la cita electoral, la fluida actualidad catalana no resulta ajena al malestar ambiental. Y aunque la mejoría económica sea irrebatible, aún no se ha generalizado, por lo que anclar sobre ella un triunfo en las urnas resulta, cuando menos, insuficiente.
No haber hecho coincidir las generales con las catalanas –para tramitar los presupuestos– estando en juego algo tan transcendental, no se acaba de entender. “First things first”, que dicen los anglosajones. Y eso precipitó las cosas, porque los resultados de C’s fueron inopinadamente buenos; los de los populares, malos, y la suma de todos los votos soberanistas posibilitaba la formación de un gobierno de ruptura.
El votante popular, que equipó a Rajoy con una sólida mayoría absoluta y celebró su fórmula para esquivar un rescate que hubiera estigmatizado a dos generaciones de españoles, ha visto cómo, en Catalunya, el silencio y la templanza eran atropellados por el desafío y el incumplimiento de la ley. Desorden sobre desorden. Y es que el voto fiel al PP –y esto es definitorio– está más preocupado de la unidad de España que de la recuperación económica, por más que sufra las consecuencias de la crisis. Ahí radica otra de las claves que van a servir para explicar los resultados de esos tardíos comicios navideños.
Más. Quienes llevan décadas votando al centro están hartos de que un porcentaje tan elevado de sus ingresos se destine a sostener ese Estado de bienestar del que cada vez se benefician menos, de que no se tomen decisiones valientes, dirigidas a reducir la Administración para hacer más eficaz el sistema, y de que se apele al voto útil, por el miedo a lo desconocido.
La entropía, fruto de la discutida gobernanza y el azote de la corrupción –que ha descalzado los cimientos de la joven democracia española– puede explicar que haya prendido en la sociedad la ilusión de encontrar una alternativa. De ahí que no se descarte que C’s –al que un análisis apresurado está atribuyendo cualidades infundadas– pudiera terminar siendo la opción más votada, la chavala que todos quieren sacar a bailar, una vez que la opción alternativa se ha ido desinflando pues, como se vio en el debate de Nou Barris, su líder –con síntomas de cansancio– desconcierta a quienes hasta hace poco estaban decididos a votarlo.
Aunque su equipo no tiene experiencia de gobierno, el líder, que ha viajado de posar desnudo a ser la coqueluche de los salones, recuerda a Suárez, al que un atolondrado recibió, a porta gayola, con aquello de: “Qué error, qué inmenso error”. Luego resultó ser autor de “hazañas bélicas”, como la legalización del PC, el acuerdo con Tarradellas y la rendición de los últimos remeros franquistas.
Siendo un partido biológicamente limpio de corrupción, algunos todavía recelan de su querencia a aliarse con los más dúctiles a pactos audaces o por un más que previsible veto al presidente del rescate, en beneficio de alguien a quien consideran inverosímil. Otros, no acaban de fiarse de los “teloneros del PP”, demasiado liberales a la hora de tumbar la reforma laboral y con poco corazón para secundar medidas sociales susceptibles de agravar el déficit.
Prometen –y hasta ahora lo han cumplido– no formar parte del futuro gobierno si no consiguen mayoría relativa, facilitando así la investidura –siempre que acepte algunos cambios de programa– del cabeza de la lista más votada. Y aquí surge la segunda incógnita porque, sin responsabilidad de gobierno, ¿es sostenible un partido cuya razón de ser no es otra que dirimir cuál de los dos grupos mayoritarios gobernará tras unas elecciones?
La combinación populares-ciudadanos, aliviaría a Bruselas y a Berlín porque, a pesar de la prevención al déficit, supondría la continuidad de la política macroeconómica. C’s ganaría espacio a la izquierda de un PP no demasiado proclive a revertir algunas de sus posturas más polémicas o a promover una reforma de la Constitución. Sin embargo, un pacto socialistas-ciudadanos podría tener el efecto opuesto: fácil reversión de algunas políticas, posible reforma de la Constitución y el atractivo de apoyar el “cambio”. La gran duda, no obstante, reside en respaldar a “alguien que mira al techo y se pierde lo que pasa debajo”.
A los españoles les gustan los pactos: para reformar la Constitución, inaugurar una nueva cultura política, sacar la corrupción de la vida diaria o desterrar políticas que no han hecho sino aumentar los privilegios de esas élites distraídas.
Pero no hay que soslayar el efecto placebo, resultado que produce una sustancia no activa en el organismo de un enfermo sólo por la confianza que este deposita en el producto y el médico. En este caso, la medicina es el cambio, y el médico, un joven de 35 años que nunca ha operado. No hay que descartar, por tanto, que los decididos a votar a Ciudadanos se estén haciendo excesivas ilusiones. La irrupción de Rivera –combativo con el órdago del secesionismo y beligerante con la corrupción– le puede quitar votos a los actuales depositarios de la mayoría absoluta. En cualquier caso, C’s resultará imprescindible para decidir el próximo gobierno.
Pero las combinaciones son múltiples, lo que despierta una expectación máxima, tanta como la intranquilidad de los partidos por la volatilidad ambiental. Y si no que se lo pregunten a los profesores de Podemos.
El segundo principio de la termodinámica se refiere al aumento de entropía del universo. Y, según Boltzmann, “la entropía tiende al máximo”.