Prosa y teatro
Si los escribientes de este inacabable relato –que lleva diez años escribiéndose– tienen como vocación la prosa, sólo cabe aplaudir su intención. Por supuesto, una prosa dura, hiriente, la propia de la narrativa de la corruptela y el choriceo. Pero si lo suyo es el teatro del politiqueo, no sólo no son de aplauso, sino que merecen la crítica indignada. Entre la prosa y el teatro está la cosa, y lo peor es eso, que tanto se acerca a lo uno, como parece lo otro.
La prosa es –y debería ser– la cuestión de fondo: ¿existe un delito continuado de uso de obra pública para conseguir dinero para los bolsillos de Convergència? Es decir, más allá de la manida cuestión de la financiación de los partidos políticos, y de los escándalos de calado que han afectado a todos los grandes, con peperos y socialistas a la cabeza, la pregunta aterriza en casa: ¿CDC ha hecho lo propio durante estos últimos años, consiguiendo sumas importantes de empresarios que, previamente, conseguían chanchullos urbanísticos? De ese pantanal hablamos y esa sería, ciertamente, una prosa muy pestilente. Y precisamente por ello, por su importancia, sólo cabe reclamar una justicia rápida, profesional e independiente que aclare entuertos e ilumine penumbras.
Sin embargo, ha sido tanta la parafernalia que ha acompañado a este peludo tema, tanto el histrionismo y el espectáculo que es obligado preguntarse si hay más teatro que prosa y si el objetivo no es la verdad sino el daño político que puede hacer el barullo. Y en este sentido, la tesis del teatro da
La pregunta es la clave: ¿el objetivo es la verdad o el daño político que puede hacer el barullo?
mucho de sí: diez años de persecución, miles de contratos de obra pública, y ni un solo funcionario con denuncias y ni una sola prueba de desvío de dinero. Y justo cuando Catalunya estalla con su proceso, aparecen los rambos en la calle Còrsega, encarcelan a tesoreros “para que no destruyan pruebas” –¿que qué?, ¿ahora?–, señalan a empresarios convergentes como si fueran apestados, avisan a las cámaras con antelación para que la pena de telediario se asegure, se pasan horas dentro de la sede para “incautar” documentos que han sido ofrecidos sin problema previamente, y un periodista amigo de la Moncloa publica, con un mes de antelación, todo el relato de lo que ocurrirá, con detención de empresarios incluidos.
Si, además, recordamos que todo pende de la Fiscalía General, órgano cuya independencia del poder político es del todo conocida..., el teatro se torna en sainete. Tanto bombo y platillo para un tema tan delicado, y siempre con un gran sentido de la oportunidad de las fechas, obliga a imaginar que hay gato encerrado y es un gato político. Y así lo parece, no porque el soberanismo tienda al victimismo, o porque el president Mas busque algún escudo, sino porque la Fiscalía lo ha hecho todo para parecer lo que parece: que más allá de la prosa que hay, si hay alguna, lo importante de momento es hacer mucho teatro.