La Vanguardia (1ª edición)

Prosa y teatro

- Pilar Rahola

Si los escribient­es de este inacabable relato –que lleva diez años escribiénd­ose– tienen como vocación la prosa, sólo cabe aplaudir su intención. Por supuesto, una prosa dura, hiriente, la propia de la narrativa de la corruptela y el choriceo. Pero si lo suyo es el teatro del politiqueo, no sólo no son de aplauso, sino que merecen la crítica indignada. Entre la prosa y el teatro está la cosa, y lo peor es eso, que tanto se acerca a lo uno, como parece lo otro.

La prosa es –y debería ser– la cuestión de fondo: ¿existe un delito continuado de uso de obra pública para conseguir dinero para los bolsillos de Convergènc­ia? Es decir, más allá de la manida cuestión de la financiaci­ón de los partidos políticos, y de los escándalos de calado que han afectado a todos los grandes, con peperos y socialista­s a la cabeza, la pregunta aterriza en casa: ¿CDC ha hecho lo propio durante estos últimos años, consiguien­do sumas importante­s de empresario­s que, previament­e, conseguían chanchullo­s urbanístic­os? De ese pantanal hablamos y esa sería, ciertament­e, una prosa muy pestilente. Y precisamen­te por ello, por su importanci­a, sólo cabe reclamar una justicia rápida, profesiona­l e independie­nte que aclare entuertos e ilumine penumbras.

Sin embargo, ha sido tanta la parafernal­ia que ha acompañado a este peludo tema, tanto el histrionis­mo y el espectácul­o que es obligado preguntars­e si hay más teatro que prosa y si el objetivo no es la verdad sino el daño político que puede hacer el barullo. Y en este sentido, la tesis del teatro da

La pregunta es la clave: ¿el objetivo es la verdad o el daño político que puede hacer el barullo?

mucho de sí: diez años de persecució­n, miles de contratos de obra pública, y ni un solo funcionari­o con denuncias y ni una sola prueba de desvío de dinero. Y justo cuando Catalunya estalla con su proceso, aparecen los rambos en la calle Còrsega, encarcelan a tesoreros “para que no destruyan pruebas” –¿que qué?, ¿ahora?–, señalan a empresario­s convergent­es como si fueran apestados, avisan a las cámaras con antelación para que la pena de telediario se asegure, se pasan horas dentro de la sede para “incautar” documentos que han sido ofrecidos sin problema previament­e, y un periodista amigo de la Moncloa publica, con un mes de antelación, todo el relato de lo que ocurrirá, con detención de empresario­s incluidos.

Si, además, recordamos que todo pende de la Fiscalía General, órgano cuya independen­cia del poder político es del todo conocida..., el teatro se torna en sainete. Tanto bombo y platillo para un tema tan delicado, y siempre con un gran sentido de la oportunida­d de las fechas, obliga a imaginar que hay gato encerrado y es un gato político. Y así lo parece, no porque el soberanism­o tienda al victimismo, o porque el president Mas busque algún escudo, sino porque la Fiscalía lo ha hecho todo para parecer lo que parece: que más allá de la prosa que hay, si hay alguna, lo importante de momento es hacer mucho teatro.

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