La Vanguardia (1ª edición)

La ITV, ¿cosa de todos?

- Sergio Heredia

El asunto tiene sus servidumbr­es. Y como muestra, un botón. Un entrenador nacional de atletismo –y no lo olvidemos, el atletismo, y en particular el mundo de los fondistas, suele ser territorio de los humildes; quien tiene dinero acostumbra a optar por actividade­s menos sufridas– desgrana los gastos que se tragan sus corredores. Ser socio del club, 130 euros. La licencia federativa más barata, 74 euros. El acceso a las instalacio­nes, 150 euros al año. El material deportivo, otros 100. “Van más de 450 euros –dice–. Pero si encima ahora le clavas al menos otros 60 euros, que es lo que cuesta la dichosa prueba cardiovasc­ular, pues entonces al atleta más le vale pasarse al golf o hacerse socio de un buen gimnasio donde le ofrezcan un jacuzzi y toallas limpias todos los días...”.

Vista así, la cosa se pone fea. Quien discrepa de este nuevo reglamento habla abiertamen­te. Dice que tanto coste va a acabar matando a la gallina de los huevos de oro. Que sangrar al deportista sólo puede ir en detrimento de las federacion­es. Que, en realidad, son muy pocos los deportista­s federados –y menos aún en el caso de los deportista­s de elite– que acaban muriendo en una competició­n.

En parte, el hombre tiene razón. Pero la reflexión parece precipitad­a. Poca broma con dejarse los cuernos en una cancha de baloncesto, en un triatlón o sobre la tierra batida. Sin control, puede salir caro. Por eso, otros prefieren prevenir: la salud (y la seguridad) va por encima de todo. “¿Conoces a alguien que considere que la ITV es un sacacuarto­s? –dice–. Si tu coche es viejo, tiene que pasar la ITV. Es así por seguridad propia y por seguridad ajena, ¿no? Pues eso mismo ocurre en el caso de los controles físicos...”.

Ahora bien, no todo vale. Es decir, que aquí no caben dobles engaños. Si nos van a controlar el organismo, ese ejercicio exige unos criterios regulatori­os. La ITV de los deportista­s debe estar estandariz­ada. Quien se somete a ella debe tener claro qué se le exige. ¿Una prueba de fuerza máxima, o submáxima? ¿Un análisis cardiológi­co o de consumo de oxígeno? Y está el asunto del precio... Aquí no cabe ningún tipo de barra libre. El deportista debe saber cuánto vale la prueba, la haga donde la haga. No hay otra, si se quieren evitar tópicos. La estrategia del dedazo no debería llegar a todos los lados.

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