“Sicut in caelo et in terra”
Unos 10.000 barceloneses se levantarán hoy con tortícolis después de una nueva jornada de puertas abiertas en la Sagrada Família
El primero fue Anselm, de 50 años, que se dirigió jocoso a unas trabajadoras de la Sagrada Família para preguntar: “¿Qué? ¿No hay un premio para el primero?”. El premio es salir citado. Anselm regresaba después de 38 años. “No venía desde que tenía 12”. Lo que vio lo dejó boquiabierto y con tortícolis, como a otras 10.000 personas. Poco después entró la señora Conxa, pero ella merece un punto y aparte.
“Yo conocí al señor Gaudí, ¿sabe? Era un niño muy travieso. Y también a su mujer, Pepeta, que hacía un arroz magnífico”. Delgadita, con un pelo blanquísimo, agarrada a su bolso. “Vamos, mamá, vamos”, le dice un hombre mientras la lleva suavemente hacia el altar e intercambia una mirada cómplice con el cronista. La señora Conxa se para ante la maravilla de los vitrales, que filtran la luz del día en una cascada de color, y por un instante vuelve a ser la que siempre fue: –Déu meu, quina preciositat! La Sagrada Família celebró ayer una nueva tarde de puertas abiertas, que se repetirá el sábado y el domingo. Las 30.000 invitaciones –10.000 por día– se agotaron en tres horas y permitirán que el templo vuelva a ser de Barcelona, de los barceloneses. También entraron turistas (Daniela, italiana, estudiante de Erasmus, se hizo una foto mientras saltaba ante las puertas del Padrenuestro), pero sobre todo personas como Anselm, la señora Conxa y su hijo. Todos con la mirada perdida en lo alto. Jóvenes y mayores. Creyentes y agnósticos. Elegantes y no tanto. Rosaura, que trabaja en una pizzería, luce unos tejanos agujereados que deben estar peor que los pantalones de Gaudí después de que lo atropellara el tranvía.
Helena Rodríguez, una de las mejores reporteras de TV3 y de la que hablaría maravillas una legión de colegas de Barcelona, halla entre la multitud mil personajes interesantes, como esos turistas asiáticos que han recorrido medio mundo para ver “la ciudad de Gaudí”, o como ese joven que ha entrado sin separarse de su monopatín. Una periodista de otra cadena le pregunta a un niño qué le gusta más, ¿su caramelo o la Sagrada Família? “El chupachups”. La respuesta le habría encantado a Gaudí, que amaba por encima de todo la naturalidad. “El gran libro, siempre abierto y que es necesario esforzarse en leer, es el de la Naturaleza”, decía este santo en proceso de beatificación. Cuando la multitud cruza la puerta de bronce coloreado del maestro Etsuro Sotoo, en el Portal de la Esperanza, más de uno pensaría en el título de una maravillosa novela de Arundhati Roy: El dios de las pequeñas cosas. La puerta simula ser una pared de hojas de hierba festoneada de esculturitas de esas pequeñas cosas que entusiasmaban al genio: hormigas, mariquitas, escarabajos... El gran libro de la Naturaleza.
El techo ondulado de la escuela donde estudiaban los hijos de los albañiles simula los pliegues de una hoja de magnolio. La forma de las escaleras parece el corte longitudinal de una caracola. Las cruces de cuatro brazos que rematan los pináculos se asemejan a las gálbulas, los frutos de los cipreses. “Todo estaba inventado antes de él, pero él fue el primero en saber verlo”, explica una pareja de jubilados, vecinos del barrio, que reconocen casi con rubor que vienen siempre que pueden, pero les pidieron a sus nietos que les gestionaran las invitaciones por internet.
Al final los puestos de bagatelas de los alrededores serán una bendición. Los imanes, los pañuelos, los abanicos, las flamencas y los toreros. También las paellas prefabricadas homemade y las fotos de los móviles, peor que la peor de las plagas bíblicas de Egipto. “Memento mori”, le decía un esclavo a César cuando regresaba a Roma de una campaña triunfante y la multitud le vitoreaba. “Recuerda que eres mortal”. Hasta los manteros que se colocan frente al Portal de la Pasión sirven para recordar que “así en el cielo como en la tierra” (“sicut in caelo et in terra”) esta maravilla es mortal.
Majestuosa y bella. Humana.
EL DESVARÍO... “Yo conocí al señor Gaudí, que fue un niño muy travieso, y a su esposa, Pepeta” ... Y LA LUCIDEZ “Déu meu, quina preciositat”, dice poco después la señora Conxa ante el altar