Carretera abierta
Este octubre en la Casa de las Conchas de Salamanca se puede ver la exposición fotográfica Carretera abierta, de Albert Padrol. Fotógrafo viajero, ya jubilado de su proyecto más conocido, la imprescindible librería Altaïr que mantiene su socio Pep Bernadas. Padrol, y otros indómitos barceloneses de su generación, viajaron por todo el mundo antes del boom de la industria del viaje exótico. Antes, para entendernos, de la aparición de las guías Lonely Planet y de las agencias de viaje aventureras, como la misma Orixà, que los socios de Altaïr promovieron. El tablero de la librería Altaïr (en sus sucesivas ubicaciones en las calles Riera Alta, Balmes y ahora Gran Via) siempre fue una red social, con papelitos recortados y chinchetas, números de teléfono y fotos kodak. Padrol y Bernadas supieron crear un parque natural ideal para todo un ecosistema de nómadas más o menos intermitentes que había leído En la carretera de Jack Kerouac y le habían hecho caso. Conductores, como el mismo Padrol, de la canónica furgoneta Volkswagen, mucho antes de que la marca alemana practicase la hipocresía ecológica. Usuarios de las líneas aéreas más exóticas, transpátridas que jamás olvidaron sus raíces ni su lengua, anfitriones informados de una primera inmigración extraeuropea que era recibida sin aspavientos porque era minoritaria y abría restaurantes exóticos. La generación Altaïr, bautizada luego en la radio por Toni Arbonès como los guerreros de la gran Anaconda, ha dado un montón de libros de viajes o espléndidos reportajes como los de Andoni Canela en el magazine de La Vanguardia.
Con la canónica furgoneta Volkswagen, antes de que la marca alemana practicase la hipocresía ecológica
Siempre que leo o veo proyectos basados en el viaje pienso en la literatura de Ballard. Empecé a leerlo tarde, gracias a una exposición de Jordi Costa en el CCCB, pero su universo me fascina. Mucha gente debe tener presente Crash (1973), una novela tremenda que Verhoeven llevó al cine. El grupo de parafílicos que rodean al doctor Vaughan se excitan sexualmente en los vehículos en marcha por el gran riesgo de accidente y sueñan en la muerte más dulce: un choque frontal contra Elizabeth Taylor. En su autobiografía (traducida al castellano como Milagros de vida en Randomhouse) Ballard explica el escándalo que provocó, en el Londres setentero, una exposición inaugurada a partir de la novela. Se exponían los restos de coches verdaderamente accidentados en las carreteras británicas. Desguace. Al año siguiente, 1974, Ballard publicó otra novela centrada en un vehículo: Concrete island (traducida al catalán como L’illa de ciment por Jordi Boixadós en Pòrtic). Un arquitecto de clase alta que conduce un Jaguar sufre un accidente y cae por un terraplén que le deja en un ángulo muerto entre tres autovías. Herido, no puede salir de ese socavón rodeado de asfalto. Los otros conductores o no le ven o le confunden con un indigente y le echan sobras de comida o una caja de vino. Los últimos tiempos han causado unos cuantos náufragos de Jaguar. La literatura de Ballard es más vigente que nunca.