Kentridge y el antiapartheid
Después de muchos trabajos escénicos realizados desde 1990, William Kentridge (Johannesburgo, 1955) ha querido hacer un paréntesis en su trayectoria de investigaciones y éxitos sostenidos a fin de poder pasear por el mundo la creación sudafricana que en 1997 lo lanzó a la fama planetaria: Ubu and the Truth Commission (Ubú y la Comisión de la Verdad). La obra consiguió en su día un impacto artístico de primera magnitud en su país y se la disputaron los festivales más prestigiosos de Europa y de los cinco continentes. Al mismo tiempo, quedaba certificado el compromiso político del autor, al poner su versión delUbu Roi de Alfred Jarry al servicio de la causa antiapartheid que en 1996 había empezado a abrirse paso irreversiblemente y dificultosamente.
Admirada de nuevo, y por primera vez en el Teatre Municipal de Girona, en una de las sesiones que honran de manera inequívoca el festival Temporada Alta, es posible asegurar que Ubú i la Comisió de la Veritat conserva el interés, la frescura e incluso la originalidad –y actualidad– del primer día. Por una parte, la sabia mezcla de soportes del espectáculo (interpretación actoral, videografía, marionetas, dibujos animados...) difícilmente se ve superada por los actuales partidarios de los multimedia. Por la otra, el Ubu de Kentridge lo podríamos encontrar escondido a estas alturas en el sirio Bashar el Asad cuando carga sus bombarderos de armas químicas intentando masacrar a sus opositores o queriendo emular al siniestro mozalbete que gobierna Corea del Norte, entre otros tiranos, algunos desprendiendo el tufo inconfundible del petróleo.
El caso es que el espectáculo reincide y hasta mejora las buenas sensaciones que el genial director extendió por Temporada Alta en el
2008, con uno Woizeck, también inolvidable. En su Ubú, Kentridge mostró los frutos de su asociación en 1990 con la Handspring Puppet Company, prestigiosa compañía de marionetas que desde entonces lo ha acompañado casi siempre y que en la representación gerundense de la obra de Jarry recupera las mismas figuras que utilizó dieciocho años atrás: algunos interrogadores del tirano, un cocodrilo extraordinariamente voraz y unos perros, mastines feroces, que el protagonista parece complacerse en sacar en tanto que se supone actúan como guardianes de su seguridad. La banda sonora que acompaña la presencia de esta zoología, movida por tres expertos titiriteros, subraya la salvajería del personaje.
El equipo integrado por el diseñador Adrian Kohler –títeres y vestuario–, la editora de animación Catherine Meyburg, Gail Berhman con sus búsquedas videográficas y la escenografía y animación de propio William Kentridge, conforman el entorno por donde se mueven, desde el día que se estrenó el espectáculo, dos acto- res excepcionales: Dawid Minnaar y Busi Zokufa, Papá y Mamá Ubú. El actor, con un trabajo especialmente dinámico, de mucho mérito, sabe hacer repulsivo al criminal dictador, como corresponde, y exhibe con fachendearía su cuerpo desvestido en ropa interior. Zokufa, por contraste, lleva un vestuario ostentoso de gran resplandor, aunque no escatima ninguna forma de vulgaridad soez para proclamar una ambición fuera de toda medida y recriminar a Papá Ubú su afición reconsagrada al puterío.
La obra incluye apuntes documentales interesantes sobre la represión de la población negra, e imágenes que pretendían combatir las conquistas de la lucha contra el Apartheid, como la de la entrevista de Mandela con Fidel Castro con la cual el poder blanco creía denunciar, a la desesperada, la deriva comunista del proceso democrático y liberador. Ubú y la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica –para decirlo en la denominación completa del espectáculo– fue y es todavía una muestra de teatro político de enorme calidad.
El espectáculo reincide y hasta mejora las buenas sensaciones que el genial director trajo en 2008 con ‘Woizeck’