La Vanguardia (1ª edición)

Desde dentro

- Llucia Ramis Barcelona

Hace diez años, cuando Robert Juan-Cantavella se disponía a presentar La fiesta del asno, de Juan Francisco Ferré, se quedó en blanco. En La Central había mucha gente. Entonces el editor Sergio Gaspar le salvó con un: “Yo también me quedé mudo al tener este libro en las manos”. Juan-Cantavella lo recuerda en la Laie, galardonad­a con el premio Boixareu Ginesta a la mejor librería del año. Lluís Morral fue a recogerlo a Madrid el día del sabotaje al AVE; el viaje duró siete horas. Charlaba hace un rato con Jorge Herralde y Lali Gubern. Esta vez no enmudece. Eloi Fernández-Porta tampoco. Y hablan, muy serios, de

El Rey del Juego, procurando no hacer spoiler. “Los grandes momentos de reflexión en España se dan cuando pierde”, dice Fernández-Porta, “ya sean las colonias, la Guerra Civil o el Mundial de Brasil”.

En la última década han pasado muchas cosas: Eloi se ha decolorado la barba, Robert es padre, Ferré ha regresado a Málaga. Los tres son autores de Anagrama y, de hecho, Ferré ganó el Herralde de novela con Karnaval. Vivió una temporada en Estados Unidos. Y aunque acaba de decir que no entiende que a alguien pueda gustarle un país (“a mí me gustan las ciudades, en la Edad Media eran más importante­s las ciudades que las naciones”), cae en la contradicc­ión cuando apunta que Norteaméri­ca le encanta y le agota. También ha dicho que las provincias fueron un invento del XIX, y las autonomías calcaron ese modelo.

Entre el público está Jorge Carrión, que le pregunta si se planteó titular la novela El puto amo. Ferré contesta que pensó en Exorcismos

de España. Hace más de diez años, Carrión y Juan-Cantavella trabajaban en la revista Lateral, dirigida por Mihály Dés. Hablaban de libros y hacían lo que les daba la gana. Por ella también pasaron Juan Gabriel Vásquez, Leonardo Valencia, publicaron a Leila Guerriero. Y allí fueron a parar Gabriela Wiener y Jaime Rodríguez cuando aterrizaro­n de Perú. Roberto Bolaño acababa de morir, y Wiener llegó ya echándolo de menos y con la voluntad de seguir su rastro literario. Su último libro se titula Llamada perdida. Había trabajado en la revista

Etiqueta Negra, donde aprendió el método de la crónica, a través de su fundador Julio Villanueva Chang. En Barcelona fue cronista gonzo en la erótico-festiva Primera Línea, siempre con una sensibilid­ad poética (la primera palabra que acompaña su nombre en Google es “poeta”). Y lo primero que le preguntó a Kapuscinsk­i cuando lo entrevistó fue cuál era su relación con la poesía.

Así lo apunta Roberto Herrscher en la Casa América, donde coordina el ciclo La literatura d’allò real: diàleg de les dues ribes sobre el periodisme. Herrscher también tenía sección en Lateral. Se llamaba “Sin ficción”. Al otro lado del Atlántico había inquietud por narrar la realidad desde dentro. Rodolfo Walsh, Juan Villoro, Martín Caparrós son prueba de ello, enumera Carrión, autor entre otros de Los vagabundos de la chatarra, que podría definirse como una comicrónic­a; no porque sea cómica –al contrario, trata sobre la crisis–, sino por ser una crónica en viñetas, ilustrada por Sagar. Carrión también coordinó Mejor que ficción, donde Wiener relata la vez en que se dejó azotar por la dominatriz Lady Monique sobre el escenario, y luego fue a su mazmorra, donde ella le enseñó cómo hacer que un hombre se convierta en tu felpudo. “Deja de morderte las uñas”, le dijo, “no puedes mostrar debilidad”.

Karl Ove Knausgärd o Emmanuel Carrère imponen la realidad desde el yo, y Carrión apunta que, con Svetlana Alexievich, la crónica gana el Nobel por primera vez, porque García Márquez lo obtuvo por sus novelas. Recomienda Vudú urbano, de Edgardo Cozarinsky, con prólogos de Cabrera Infante y Susan Sontag. Es curioso que se minimice el género, cuando ésta es tierra de cronistas. Y no me refiero a Jaume I y compañía. Josep Pla, Domènec de Bellmunt o Joan de Sagarra serían ejemplos cercanos. Aquí parece que la única no ficción que interesa sea la fantasía de los libros de autoayuda. De hecho, así es como define Sagarra De hipster a hacker, de John William Wilkinson. Publicado por Idiomas Pons, lleva una faja con cita de Marsé: “Gracias a estos artículos, ya no hay anglicismo que se me resista”. El prólogo es de Lluís Permanyer, y Enrique VilaMatas y Paula Massot coinciden en que el libro –que va desde awesome y asshole hasta yankee y más allá– es muy divertido. Ahí va un destacado: “Para Ronald Reagan, un hippie era una persona que viste como Tarzán, se peina como Jane y huele como Chita”. En la presentaci­ón, en La Central del Raval, también están Cristina Fernández-Cubas y Valentí Puig. Sagarra dice: “John ha escogido a la peor persona para presentar su libro; trabajo con una Olivetti 35, no tengo móvil y los viernes viene una chica a picarme los artículos, pero como buen irlandés a qui tot se

li’n fot ha escogido bien”. Habla de la palabra catering, y explica que en otros tiempos lo había en las presentaci­ones, pero que en esta ocasión ni siquiera les han dado vasos. Se saca una petaca de Jameson y sirve whisky. Cuando le toca hablar a él, Wilkinson considera que no tiene nada que añadir. O como apunta en la dedicatori­a que me firma: “Queda todo dicho aquí”.

El escritor Robert JuanCantav­ella no entiende que a alguien pueda gustarle un país, “a mí me gustan las ciudades” Carrión recomienda ‘Vudú urbano’, de Edgardo Cozarinsky, con prólogos de Cabrera Infante y Susan Sontag

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XAVIER CERVERA Eloi Fernández-Porta, Juan Francisco Ferré y Robert Juan-Cantavella en la Laie
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DAVID AIROB Roberto Herrscher, Jorge Carrión y Gabriela Wiener en Casa América
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JORDI ROVIRALTA Joan de Sagarra presenta el libro de John William Wilkinson
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