La Vanguardia (1ª edición)

Contra el miedo a perder

- David Carabén

Quién es el mejor jugador del mundo? Aquel que, bajo la presión más absoluta, sigue jugando. Sale al campo con una sonrisa tímida, como un niño. Pero con la pelota en los pies parece mayor. El juego lo hace mayor. El fútbol, la música, quizás todo consista en eso. En saber seguir jugando. A pesar de todo y a pesar del mundo. No pierde quien obtiene peor resultado. Pierde quien deja de jugar. Pierde quien deja de creer en este pequeño artificio tan revelador que nos hemos dado los unos a los otros. Quien no baila. Quien no canta. Pierde quien se lo toma en serio. Quien coge la pelota con las manos. Quien se dobla ante el miedo a perder y renuncia a lo fundamenta­l. Lo importante no es participar. Es jugar.

¿Cuál es el mejor club del mundo? Aquel que, bajo la presión más bestia y en medio de los intereses más insoslayab­les, tiene claro que es el que mejor defiende el juego. Esta idea tan básica de todo el deporte. Tan elemental. Alea jacta est. El valor de quien se lo juega todo en un gesto. La única razón por la cual todavía toleramos que el fútbol se haya convertido en este circo grotesco es porque en lo alto de todo el negocio, hay un simple gesto que lo decide todo. La conducción de Messi, la cola de vaca de Romário, la energía esencial de un cambio de ritmo en carrera de Ronaldinho, la inteligenc­ia de Xavi.

Venga, ahora tú, del otro lado, sobreestim­ula la agresivida­d de tu central para doblarlos. Invierte la pasta que ganaste con la privatizac­ión de los recursos naturales de un imperio, que no les podrás vencer. Son mejores. Tú ve haciendo planes. Porque ahora vendrá el niño de un barrio de Yaundé y te clavará el gol que decide la Champions. ¿No es éste el último pretexto para seguir queriendo al fútbol? Contra todo pronóstico,

La única razón para tolerar que el fútbol sea este circo grotesco es que al final un gesto lo decide todo

siempre vuelve a ganar el niño. El que sueña más fuerte. Claro está que podemos asociar toda esta magia a un nuevo modelo de coche, a una compañía aérea o de teléfonos o de crédito. Pero todos hemos visto que el crío ha marcado por la sencilla razón de que es mejor. Sí, se ha esforzado más y ha dedicado más horas. Probableme­nte. Pero, claro está, es que él seguía jugando.

No es verdad que por narices tengamos que participar en la carrera de los grandes patrocinad­ores para mantenerno­s en la élite de los clubs punteros en el mundo. Hace años que el Manchester United nos da una auténtica paliza en ingresos atípicos. Tantos como los que hace que nosotros les damos otra en el campo.

Messi no parece interesado en irse. Neymar quería venir al Barça –como Ronaldinho, Rivaldo e Iniesta– antes de que dilapidára­mos una fortuna (y parte de nuestra reputación) para que viniera. ¿Teníamos el mejor patrocinad­or? No. Pero defendíamo­s la mejor causa. La única causa que nos tendría que preocupar de verdad. ¿Jugamos?

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