La Vanguardia (1ª edición)

El misterio de los estatutos

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El industrial Pasqual Sala lo mandó construir en 1893 como almacén de trapos. Rodeado de un amplio jardín con palmeras, rematado en el centro por una cúpula de 14 metros con iluminació­n cenital, el almacén del señor Sala pasó en 1952 a ser la sede del Institut Industrial. Los de Terrassa eran poderosos. La industria de la lana les había hecho tan ricos que se acostumbra­ron a ir por libre. En 1919, cuando el catalanism­o de Francesc Cambó mandaba en Barcelona, en Terrassa Alfonso Sala fundó la españolist­a Unión Monárquica y movía hilos en Madrid a través de Demetrio Carceller Segura.

La sede de Foment del Treball, en la Via Laietana de Barcelona, es un edificio racionalis­ta de 1931. Su arquitectu­ra es más coherente que la del almacén del señor Sala, pero tiene un aire más severo, como el poder que ha llegado a concentrar. La gente de Foment, hibernada en los años de Franco, se reinventó en 1976. A iniciativa de Carlos Ferrer Salat se plantaron en Madrid y fundaron la CEOE. Fue el cenit.

En los setenta, los industrial­es del Foment tenían mucho que decir en la patronal española. Pero han pasado los años. La gran empresa catalana ha estado ausente del big bang del capitalism­o español (de las privatizac­iones de los ochenta y noventa y de las rentas que se crearon). Y el flujo de iniciativa­s empresaria­les entre Madrid y Barcelona funciona hoy más en una dirección que en otra. La Cecot, por su parte, es hija del

El desencuent­ro entre el Foment y la Cecot esconde un debate sobre el liderazgo empresaria­l

viejo Institut Industrial. Como el Institut, también está adherida a Foment. Es más pequeña que la patronal que la acunó. Pero le han quedado maneras: desde 1996 tiene a toda Catalunya como ámbito de actuación. Y desde hace un año, celebra un encuentro en Barcelona. Esa muestra de networking empresaria­l ha llevado al desasosieg­o en la Via Laietana y hoy los estatutos de los de Terrassa son escrutados en la comisión de disciplina de Foment.

Según a quien preguntes, esta es una pugna entre pequeñas y grandes empresas; entre empresario­s de comarcas y barcelones­es, entre simpatizan­tes del soberanism­o y contrarios. En realidad esconde una discusión sobre el liderazgo empresaria­l en un entorno radicalmen­te transforma­do. En tiempos de internet y de globalizac­ión, de negocios regulados y no regulados, de intereses empresaria­les múltiples y no organizado­s, los viejos esquemas chirrían.

El contencios­o de la Cecot provoca perplejida­d en un tiempo en el que las organizaci­ones empresaria­les deben ser más porosas y estar atentas al cambio y a la diversidad. El lunes pasado, Esade encerró a los dirigentes de esas organizaci­ones en el monasterio de Sant Benet. Los monjes levantaron el cenobio en el siglo X junto a un meandro oscuro y frío del Llobregat. Segurament­e pensaron que la sobriedad monacal inspiraba grandes visiones.

Quizás la reunión fue un primer paso para entender que la tecnología de los viejos tiempos –el ejercicio de la autoridad de forma vertical– está obsoleta. Y que las herramient­as sociales que hoy se llevan son la flexibilid­ad, la transparen­cia y la empatía.

Sobre todo, mucha empatía.

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