La Vanguardia (1ª edición)

“El evangelio dio la vuelta a todos los valores sociales”

Tengo 57 años. Nací y vivo en París. Estoy casado por segunda vez. Tengo dos hijos mayores de 30 y 26 años, y una niña de 9. En política intento estar atento a la complejida­d de las cosas y no ser sectario, y no me fío de las opiniones demasiado claras. S

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HSí, porque lo viví en carne propia hace más de 25 años.

¿Le entró fervor religioso?

Durante tres años. Luego volví a ser ateo. Pero ese periodo de fe me ha permitido comprender y escribir sobre la extrema violencia de una conversión como la de Pablo de Tarso.

Perseguía cristianos cuando un resplandor lo tiró de su caballo y lo dejó ciego. “¿Por qué me persigues?”, le dijo una voz...

Su conversión fue radical, sorprenden­te. En mi caso fue la consecuenc­ia de una época desgraciad­a en la que no soportaba ser yo mismo.

¿Qué comprendió en ese viaje?

Lo he comprendid­o mucho después, porque entonces lo único que quería era ser un cristiano fervoroso. Mark Twain decía que la fe es creer en algo que sabemos que no es cierto.

¿Era usted ese tipo de creyente?

Hoy sé que sí, y defiendo que no es necesario creer que Jesús es hijo de Dios o que nació de una virgen para medir la profundida­d y la verdad de muchas palabras del evangelio.

¿Qué le sorprende?

El evangelio dio la vuelta a todas las reglas y valores sociales. Dice, por ejemplo, que la verdad está en la debilidad y no en la fuerza, que los últimos serán los primeros, que ser rico e inteligent­e es muy peligroso… Para mí este tipo de inversión radical de los valores es el centro del evangelio.

¿Usted entiende que significan que la verdad está en la debilidad?

Esas verdades no están hechas para ser comprendid­as, sino para que estemos expuestos a sus radiacione­s.

¿Cómo el cristianis­mo, tan revolucion­ario, ha llegado a convertirs­e en la religión de los conservado­res?

Es una de las cosas más incomprens­ibles que existen. George Bernanos decía que conseguir ser la bestia negra de todos los hombres libres con un programa tan revolucion­ario como el que contiene el evangelio es para reírse.

¿Y qué piensa usted?

Yo creo que es muy extraño que la doctrina evangélica haya sobrevivid­o a lo largo de la historia, porque al principio nada le predisponí­a a tener éxito. Nadie con un dedo de juicio hubiera dado un céntimo a favor del cristianis­mo, tenían que ser locos de atar para creer en eso y seguir adelante.

No hay nada mejor que una causa.

Todavía es más extraño que 2.000 años más tarde un cuarto de los seres humanos crean en esa historia. Y además, cuando decimos que somos cristianos, ¿qué significa exactament­e? ¿Que creemos en la virginidad de María, en las palabras de Cristo, en la Iglesia católica?

¿Cada cual se queda con lo que le interesa?

Eso parece, por eso me pregunté qué representa para mí.

¿Y?

Le he dado vueltas veinte años y he escrito más de 600 páginas para terminar con un “no lo sé”.

¿Puede explicar eso de que existe más verdad entre los débiles que entre los fuertes?

Creo que es una frase que no está dicha para ser comprendid­a, sino sentida. Es muy difícil de entender. Tengo la intuición de que debemos dejarnos impregnar por ese misterio, porque hay una verdad en esas palabras.

¿Ha visitado el infierno?

A mi medida sí, es lo que me llevó a investigar y escribir la historia de Jean-Claude Romand.

El tipo que engañó a su familia y amigos haciéndose pasar por médico de la OMS.

Sí, durante 18 años. Cuando iban a descubrirl­e mató a toda su familia: padres, mujer, hijos. Tenía tanto miedo de hacerles daño que los mató.

El miedo es un gran motivador.

Thomas Hobbes decía que el miedo había sido la pasión dominante de su vida.

Probableme­nte nos domine a todos.

Sí, pero yo creo que he tenido más miedo de la vida que de la muerte.

Si mira hacia atrás, ¿se reconoce en aquel cristiano dogmático?

Me produce extrañeza e incomodida­d. Pero aunque aquello por fortuna pasó, he mantenido la sensación de proximidad con el cristianis­mo. Cuando somos jóvenes nos damos golpes contra las paredes de esa cárcel que es la identidad individual hasta que empezamos a pensar que no es algo a lo que tengamos que aferrarnos.

Eso es la madurez.

Yo he llegado a comprender que la importanci­a que me doy a mí mismo es exagerada. Entenderlo intelectua­lmente es fácil, pero asumirlo resulta muy difícil, y quizá para eso sirva vivir: para entender ese hecho fundamenta­l.

Quizá por eso la bondad sea tan admirable.

Lo que decía san Pablo me parece absolutame­nte cierto: “La fe pasará, la esperanza pasará, pero el amor no pasará nunca”.

¿Cómo entiende usted la fe?

Puede ser dogma, la pertenenci­a a un grupo, lo que da mucha seguridad; y puede ser también una especie de movimiento del alma, algo que yo no he vivido.

¿Usted se aferró a un dogma?

Sí, con la esperanza de que la vida fuera más fácil, pero creo que esa no es la cara más luminosa de la fe y hay que librarse de ella.

¿Y la otra fe?

Es esa presencia desinteres­ada respecto al mundo y a los demás capaz de ir más allá del yo, del ego, y que existe fuera de cualquier religión.

IMA SANCHÍS

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MAITE CRUZ a comprendid­o el misterio de los ateos conversos?

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