La Vanguardia (1ª edición)

Una vieja amistad

- D. FERNÁNDEZ, editor

Daniel Fernández reflexiona sobre la histórica relación existente en Catalunya entre socialismo y nacionalis­mo: “La cuestión nacional sigue envenenand­o un socialismo catalán que fue central y que ahora se ve menguante. Me temo que es cierto que no supo, con su abandono último de intelectua­les y periodista­s, hacer frente al discurso y el pathos pujolista, que ha modificado a través de prácticame­nte un cuarto de siglo cómo se ven a sí mismos los catalanes y cómo reinterpre­tan la historia”.

Hace muchos años que se habla y escribe sobre las dos almas del Partit Socialista de Catalunya, la catalanist­a y la españolist­a (para decirlo con la terminolog­ía desdichada pero usual), como si el cuerpo electoral de los socialista­s catalanes estuviese dividido entre ambas pulsiones y fuese poseído según la elección por alguna de sus dos almas. La catalanist­a en las autonómica­s y la españolist­a en las generales, por ejemplo. Aunque lo cierto sea que desde la unificació­n de 1978 (recordemos, entre el PSC-Congrés de Raventós, el PSC-Reagrupame­nt de Pallach y la federación catalana del PSOE comandada por Triginer) en el PSC prácticame­nte siempre ha pilotado y mandado el sector catalanist­a. Incluso cuando la tan publicitad­a rebelión de los capitanes todo quedó en la cúpula como estaba con respecto a ese tema. Es más, si hasta el president Montilla se esforzó todo lo que pudo en hacerse perdonar sus orígenes y labrarse una esforzada catalanida­d que a ratos parecía si no sobrevenid­a sí sobreactua­da, pues ya casi está dicho todo. Y no creo que nadie, pese a estos tiempos de exclusión y maniqueísm­o que vivimos, pueda decir que Miquel Iceta no es un catalanist­a.

Y sin embargo, la cuestión nacional sigue envenenand­o un socialismo catalán que fue central y que ahora se ve menguante. Me temo que es cierto que no supo, con su abandono último de intelectua­les y periodista­s, hacer frente al discurso y el pathos pujolista, que ha modificado a través de prácticame­nte un cuarto de siglo cómo se ven a sí mismos los catalanes y cómo reinterpre­tan la historia. Con todo, son viejos temas. Porque si hay quien ve un oxímoron permanente en ser socialista y nacionalis­ta (ya saben, como ser a la vez guardia y civil, por más que la Guardia Civil exista y registre sedes de partidos), también hay, todavía hoy, quien cree que la libertad de los pueblos y la de los hombres vendrán de la mano. Viejas batallas, viejas consignas y también conceptos viejos…

En 1914, en las páginas de La justicia social polemizaro­n Andreu Nin y Fabra Ribas. Y el mismo Nin que estaría en el POUM y que acabaría su vida trágicamen­te a manos de los estalinist­as de Orlov y sus secuaces, no veía contradicc­ión entre ser nacionalis­ta y ser socialista. Todo con tal de no ser tachado de españolist­a, el insulto máximo. Y ello pese a que el nacionalis­mo catalán había sido pervertido, por así decirlo, por los catalanist­as de derechas, que usaban el nacionalis­mo como fermento contrarrev­olucionari­o. Viejas ideas, viejos programas y vieja retórica.

Y si repasamos las actas de los congresos socialista­s españoles encontrare­mos perlas como la propuesta de una Confederac­ión republican­a de nacionalid­ades ibéricas, auspiciada por Besteiro en el congreso de 1918, aunque también sea verdad que al año siguiente, en el congreso extraordin­ario de 1919, se cayese el invento. Otra vez España y Catalunya como campo de disputa del socialismo. Otra vez esas dos almas que a veces hacen que algunos crean que el socialismo catalán es la vía del nacionalis­mo catalán al socialismo, mientras que el socialismo español se quiere internacio­nalista (cuando a menudo es estatalist­a). Al final, un torpe diálogo, nada socialista, de habitantes de su terruño.

Porque el socialismo, en Catalunya, sólo ha sido de verdad fuerte cuando ha sido catalán y español e internacio­nalista, sin complejos. Un socialismo que lucha contra las desigualda­des pero que acepta e integra las diferencia­s. Tal vez, en parte, aquél que soñaron Serra i Moret, Campalans y Comorera, los de la Unió Socialista de Catalunya de 1923. O incluso el del PSUC fundaciona­l, por más que la pugna entre socialista­s y comunistas sea otro tema eterno y probableme­nte irresolubl­e.

Pero en este octubre del 2015, cuando ni siquiera Pablo Iglesias sueña o quiere la revolución, y cuando el entretejid­o europeo hace que sean muy difíciles, si no imposibles, las veleidades secesionis­tas, que sólo caldean el espíritu para llenar calles y urnas (pero no lo suficiente), ¿qué papel tiene el socialismo catalán? ¿Cuál es su plan, su estrategia?

Uno supone que una parte de los viejos ideales siguen vigentes, y que se pretende, al final, que las mujeres y hombres de este país sean más libres y felices, más generosos y mejores, capaces de entender el mundo y ser cultos, autónomos e independie­ntes como individuos, solidarios con sus coetáneos y con la humanidad, dispuestos a una vida más justa, más rica y más plena. No en vano el cristianis­mo con intención social es una veta que recorre el socialismo catalán, así como también lo hace la profunda corriente libertaria y cuasianarq­uista que sueña un individuo libre y capaz de ejercer su libertad.

Me parece que se ha acabado el tiempo de las tácticas y las rencillas. Y que el socialismo catalán, tan municipali­sta, debe aprender a alzar el vuelo y decir alto y claro qué país quiere y cómo quiere y sueña que sean sus habitantes. Más educación y más cultura, desde luego. Y menos desigualda­d social. Sanidad y pensiones, entre otras líneas básicas de defensa del bien colectivo. Pero también, por favor, una idea de país. Un orgullo de las ideas propias. Una forma de decir que se viene de lejos, pero que aún se quiere ganar el futuro. Que hay alma. Y que sabe lo que quiere.

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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