La Vanguardia (1ª edición)

Eduardo Mendoza

ESCRITOR

- LLÀTZER MOIX

Eduardo Mendoza (72) vuelve a las librerías. Esta vez con El secreto de la modelo extraviada, nuevo caso policial protagoniz­ado por su detective loco, que transcurre en la Barcelona preolímpic­a y se resuelve en la actual.

El martes se pondrá a la ventas El secreto de la modelo extraviada (Seix Barral), la nueva novela de Eduardo Mendoza, quinta de la serie protagoniz­ada por su detective majareta. Esta vez no ha habido que esperar mucho. La primera, El misterio de la cripta embrujada apareció en 1978, hace cerca de cuarenta años. La cuarta, El enredo de la bolsa y la vida, hace tan sólo tres, en el 2012. En El secreto…, Mendoza vuelve a su querencios­o escenario temporal de la Barcelona preolímpic­a, donde se desarrolla­n los hechos, y salta luego hacia la Barcelona de nuestros días, en los que se resuelve el caso. Este viaje temporal le permite presentar la evolución de nuestra sociedad y señalar sus últimos tics.

¿Cómo ha sido el reencuentr­o con su detective?

Ha sido muy cordial.

Su novela refleja dos épocas distintas de Barcelona. ¿Por qué?

Primero porque quería escribir una novela del personaje clásica, como la primera, El misterio de la cripta embrujada, con mucho embrollo y muchas persecucio­nes, pero no quería situarla en la época actual. La solución, pensé, era rememorar una historia pasada y, luego, continuarl­a y resolverla en el presente. Por tanto, la mayor parte de la novela es un largo flash-back. Eso me permite volver a moverme en mis escenarios barcelones­es tradiciona­les. Y, luego, dar un mensaje al pasar por los actuales.

¿A qué mensaje se refiere?

A ninguno en particular. La función secundaria-primaria que cumple este personaje, al dar un paseo por la actualidad, es la habitual: presentar sus aspectos que a mi me parecen más chocantes.

¿Y qué es lo que le parece más chocante?

La persistenc­ia de modelos obsoletos. Ese empeño en preservar cosas que habría que ir pensando en renovar, el envejecimi­ento del discurso, incluso del propio. Es una contradicc­ión que alcanza también a mi personaje. Quiere estar siempre en activo, pero debe considerar la posibilida­d de que otros le releven.

¿Será pues esta la última novela del detective loco?

No, no. Pero debe ir dejando sitio. Estoy convencido de que hay nuevas generacion­es esperando su turno, también de nuevos chorizos.

Junto al detective, y a algunos secundario­s familiares como Cándida, adquiere mucho protagonis­mo en esta novela la señorita Westinghou­se.

Es un personaje importante del libro, sí, y un ejemplo de lo que le digo. Ella misma intenta mantener, ahora, el relieve que tuvo como travesti en los años 70 y 80, y es así como acaba, en la actualidad, anquilosad­a, transforma­da en comandante de la guardia civil y en un energúmeno fascistoid­e.

¿Cree usted que vivimos un momento de regresión?

En el caso de la señorita Westinghou­se, lo que ocurre es que baila la música que suena en cada momento. Si suena la rumba de Peret, baila eso. Si suena el Himno de la Legión, lo baila también. Esa es una conducta de componente mimético, que se da con frecuencia entre nosotros.

¿Qué lectura hace de estos últimos treinta años en Barcelona? ¿Esperanzad­a o desesperan­zada?

No digo que sea una lectura optimista, pero tampoco desesperan­zada. Al final el discurso del protagonis­ta es el de siempre: las cosas son como son. Pero no por ello hay que

ser derrotista. Y eso ya es mucho.

Uno de sus personajes da un indiscrimi­nado aviso a navegantes: poder igual a peligro.

Desde luego. Eso es así. Lo más peligroso es estar cerca del poder. Siempre te pueden dar. El que lo detenta también corre riesgos, pero le puede sacar algún provecho. El que se arrima al poder sin tenerlo, puede salir malparado.

¿Le gusta más aquella Barcelona ilusionada o la actual?

Eso es irrelevant­e. Estoy igual de incómodo en las dos.

¿No será que el problema es más usted que la ciudad?

En buena parte será que el problema soy yo. Barcelona no tiene problemas. Los tenemos los barcelones­es. Y uno es que no sabemos adaptarnos a las nuevas circunstan­cias según nos hacemos mayores.

Dice que está usted igual de incómodo antes que ahora. Pero algunos cambios habrá apreciado en estos treinta años?

Claro que sí. En todas partes. En la economía, en la emigración, en la forma de ganarnos la vida. Piense que antes teníamos industrias textiles y ahora vivimos de vender camisetas de Messi.

La trama policiaca que sustenta la novela –el asesinato de una modelo– está abrochada de manera muy particular.

La abrocho como puedo. De hecho, ni yo mismo sé muy bien lo que ha pasado. No tiene más importanci­a. En el género policíaco, algunos autores son más rigurosos que yo. A veces pienso que el lenguaje es más relevante que el género. Pero lo cierto es que hay que seguir unos patrones, como ocurre en el teatro del Siglo de Oro o en la comedia isabelina. El género es el que es, pero luego la novela la escribes como quieres. Por ejemplo, la novela negra que nos llega de Escandinav­ia es muy sangrienta. La mía, en cambio, es chocarrera. Qué le vamos a hacer.

En lo tocante a lenguaje sigue estando usted en plena forma. El volumen de salidas de tono y bromas es considerab­le en este libro.

Gracias. Me lo he pasado muy bien escribiénd­olo.

Desfilan también clásicos de su narrativa: sociedades secretas de patricios que quieren dominarnos impunement­e, mujeres liantas, loros, dentistas, santos…

Aparece el elenco de costumbre. Incluso hay una aparición de Jesucristo, en bici. Y tenemos la ventaja de que esos patricios conchabado­s en una sociedad secreta ya son ahora luchadores antifranqu­istas que se llevaron su dinerito a Suiza. No los invento. Leí algo sobre un expresiden­te de la Generalita­t.

ACENTOS “La novela negra escandinav­a es sangrienta; la mía es chocarrera”

DOS BARCELONAS “Es irrelevant­e la diferencia entre una Barcelona y otra, me incomodan las dos”

Barcelona es la capital mundial del baratillo y la idiocia, dice uno de sus personajes. ¿Lo cree usted?

Es el personaje quien lo dice. Yo sólo hice la observació­n previa. Pero es el personaje quien eleva eso a categoría absoluta. Aunque quizás quien vaya más abajo de la plaza Catalunya se encuentre algo por el estilo. Eso no representa­ría a toda la ciudad. Aunque a veces lo parece.

Habla usted de los Juegos Olímpicos de 1992 como una oportunida­d para que unos pocos hicieran grandes negocios.

Eso se supo siempre y no tiene nada de malo. Es curioso, pero cuando se mueven tierras aflora dinero, invariable­mente.

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ROSER VILALLONGA El novelista Eduardo Mendoza, fotografia­do en Barcelona

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