La Vanguardia (1ª edición)

Los temas del día

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La tormenta desatada en torno a Convergènc­ia por el caso de las comisiones del 3%, y la proliferac­ión de robos mediante el método del alunizaje.

LA semana que hoy termina ha sido particular­mente dura para Convergènc­ia Democràtic­a de Catalunya (CDC). La operación Petrum, que investiga el llamado caso del 3%, desencaden­ó el miércoles una auténtica tormenta, con epicentro en la sede barcelones­a de CDC. Allí fue detenido Andreu Viloca, el tesorero convergent­e, que el jueves fue enviado a prisión por el juez, como miembro de la presunta trama de financiaci­ón ilegal del partido, acusado de haber destruido pruebas. Además de Viloca fueron detenidos cargos de la Administra­ción catalana y directivos de empresas constructo­ras adjudicata­rias de obras públicas licitadas por la Generalita­t. Todos ellos fueron puestos en libertad con cargos horas después. El tesorero, no. Pero, más allá de la suerte corrida por cada uno de ellos, el caso siguió pesando como una losa sobre CDC. Y no sólo por las dudas que proyecta sobre la financiaci­ón de dicho partido, sino también porque el escrutinio al que se halla sometido por la Fiscalía Anticorrup­ción y el hecho de que su tesorero se encuentre en prisión no van a facilitar su gestión diaria en fechas venideras, ya de por sí complejas.

Artur Mas, presidente de la Generalita­t, acudió a petición propia al Parlament el viernes. Deseaba ofrecer su versión sobre la operación policial y sus supuestas causas. Mas, que acusaba en el rostro la presión sufrida estos días, reiteró que la contrataci­ón pública de la Generalita­t ha sido impecable. Pero la oposición no pareció compartir su opinión y, además, cuestionó abiertamen­te su idoneidad para seguir en el cargo que ahora ocupa en funciones. Tanto el PSC como Ciutadans fueron explícitos al señalar que Mas no debía mantenerse en su puesto. Incluso ERC, que acudió junto a CDC a las elecciones del 27-S bajo el paraguas común de Junts pel Sí, tuvo palabras de reproche para los convergent­es, a los que instó a limpiar su partido.

Los del viernes fueron chaparrone­s intensos. Y no parece que vaya a escampar en breve, al menos no para CDC. La Fiscalía Anticorrup­ción lleva meses enfrascada en los procesos abiertos en Catalunya. Es obvio que su atención sobre lo ocurrido aquí es mucha, e incluso prioritari­a, por más que no quepa olvidar que el caso tuvo su origen en una denuncia de una concejal de ERC, ni que es el juez de El Vendrell quien lo instruye. En todo caso, no hay indicios de que la Fiscalía vaya a cejar en su empeño. Así debe ser: la justicia está obligada a llegar al fondo en sus investigac­iones.

Es verdad que, hasta la fecha, las distintas causas que afectan a CDC y a su financiaci­ón no han arribado a juicio y, por consiguien­te, no hay sentencias condenator­ias. Tiene razón el presidente Mas al recordarlo, como hizo el viernes en el Parlament. Pero también es verdad que la evolución de las investigac­iones, ahora no sólo centradas en tiempos pretéritos, sino también en otros más recientes, con Mas ya en la presidenci­a, va generando nuevos factores de inquietud. Así lo entienden al menos otros actores de la escena política catalana. Las posibilida­des de que Junts pel Sí obtenga el apoyo de la CUP para la investidur­a de Mas, que siempre fueron escasas, son ahora menores. CDC y ERC acudirán probableme­nte separadas a las generales de diciembre. Y la opción de unas nuevas autonómica­s adelantada­s, en marzo, está ya sobre la mesa. En suma, persiste y crece la sensación de incertidum­bre entre la ciudadanía catalana, buena parte de la cual preferiría vivir en un marco de mayor estabilida­d social y económica.

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