La Vanguardia (1ª edición)

La Convergènc­ia menguante

Mas quería enterrar todo vestigio de pujolismo para refundar CDC, pero el pasado se proyecta como una sombra. Convergènc­ia se empequeñec­e, mientras Esquerra intenta ocupar los huecos que va dejando.

- M. Dolores García mdgarcia@lavanguard­ia.es

Un empleado del Parlament me condujo un día al hemiciclo y, con actitud de desvelar un secreto, me instó a tomar asiento en el escaño reservado al presidente de la Generalita­t, entonces un Jordi Pujol en pleno apogeo de su poder. La invitación me produjo cierta aprensión. Ya me imaginaba al president pillándome in fraganti y despachánd­onos a todos con un desabrido “què feu aquí...?!” Pero la curiosidad es un manjar apetitoso, así que me senté. “¿Qué?, ¿no notas nada?”, decía mi interlocut­or. Pensé que debía esperar que me sintiera imbuida de emoción institucio­nal y se me pasó por la cabeza fugazmente que pertenecía a una juventud nihilista incapaz de atisbar la significac­ión de un momento como aquel. El caso es que no notaba nada. “Ahora prueba el de al lado...” “¿...?” “Sí, mujer, siéntate en el de al lado”. Así lo hice y... la bombilla se me iluminó. El escaño de Pujol había sido rellenado de un material más compacto, de forma que no se hundía como los otros, permitiend­o al president mantener una postura erguida y aparentar una mayor estatura. No cometan el error de considerar el truco una debilidad estética o un mero rasgo de vanidad. El president Pujol siempre fue un maestro en el arte de aparentar poder. Para un político, cualquier signo de fragilidad es mal asunto. El caso es que a Artur Mas, durante su comparenci­a del viernes sobre la presunta financiaci­ón irregular de CDC, se le vio desencajad­o, el cuerpo encorvado hacia adelante. Dio muestras de acusar la presión.

No es extraño. Mas está atrapado en una tormenta perfecta: el apremio de la movilizaci­ón independen­tista de la mano de un discurso que sostiene que la Generalita­t es poco más que una diputación sin poder real (un mensaje que empequeñec­e el propio poder), un gobierno en funciones desmoraliz­ado desde hace meses y a punto de ser repartido con ERC, un presidente sin garantías de investidur­a pese a haber tenido que ceder hasta el cartel electoral, un partido sumido en batallas internas por la sucesión y ahora bajo sospecha de cobro de comisiones. El cuadro no puede ser más desolador. Las negociacio­nes con la CUP para investir a Mas como president no avanzan ni un ápice y la entrada de la Guardia Civil en la sede de Convergènc­ia y la detención de dos de sus tesoreros, encarece aún más esa factura. A Mas le quedan tres posibilida­des: que el huracán se desvíe en el último momento y logre la investidur­a, que no sea así y deba ceder la presidenci­a (la vicepresid­enta Neus Munté sigue en la parrilla de salida) o que deba convocar nuevas elecciones. Las tres opciones abocan al partido a afrontar lo que sus dirigentes llaman refundació­n y Mas denomina renacimien­to. El segundo supuesto precipitar­ía la crisis.

Toda resurrecci­ón pasa por una muerte previa. Mas quería enterrar todo vestigio de pujolismo. Pero no va a ser fácil. El pasado perdura y se proyecta sobre el futuro como una sombra de la que es difícil sustraerse. Convergènc­ia puede cambiar de nombre, de sede y de caras. Pero si las nuevas investigac­iones sobre el 3% se afianzan, ya no sería posible acotar esa lacra al pujolismo.

El partido, además, ha sufrido tres transforma­ciones drásticas cuya evolución está por ver: en primer lugar, ha pasado de ser una fuerza de centrodere­cha –que aglutinaba a liberales, centristas y socialdemó­cratas– a caer en una cierta indefinici­ón que le ha llevado a romper con los democristi­anos, aliarse a ERC y ahora negociar con la CUP. En segundo lugar, Convergènc­ia ha pasado de representa­r al partido de orden por excelencia a propugnar declaracio­nes de desobedien­cia al Estado. Y en tercer lugar, ha abandonado la amplia ambigüedad nacionalis­ta para abrazar la independen­cia. Esos tres cambios acercan a Convergènc­ia al espacio que ya ocupa Esquerra. Y de hecho, los republican­os aspiran a heredar los huecos que va dejando una CDC menguante. Mas ya no volverá a sentarse en el escaño de Pujol. En virtud de la nueva correlació­n de fuerzas, tendrá que cruzar el pasillo y ocupar el primer asiento de la izquierda. Detrás suyo, la treintena de diputados de CDC compartirá­n el mismo ala del hemiciclo con los de ERC, independie­ntes y la CUP. En los puestos que solía ocupar CiU estarán los diputados de Ciutadans. Es sólo estética. Pero el poder, como sabía Pujol, también se refleja en la imagen.

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MANU FERNÁNDEZ / AP Mas, durante su comparecen­cia del pasado viernes en el Parlament
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