La Convergència menguante
Mas quería enterrar todo vestigio de pujolismo para refundar CDC, pero el pasado se proyecta como una sombra. Convergència se empequeñece, mientras Esquerra intenta ocupar los huecos que va dejando.
Un empleado del Parlament me condujo un día al hemiciclo y, con actitud de desvelar un secreto, me instó a tomar asiento en el escaño reservado al presidente de la Generalitat, entonces un Jordi Pujol en pleno apogeo de su poder. La invitación me produjo cierta aprensión. Ya me imaginaba al president pillándome in fraganti y despachándonos a todos con un desabrido “què feu aquí...?!” Pero la curiosidad es un manjar apetitoso, así que me senté. “¿Qué?, ¿no notas nada?”, decía mi interlocutor. Pensé que debía esperar que me sintiera imbuida de emoción institucional y se me pasó por la cabeza fugazmente que pertenecía a una juventud nihilista incapaz de atisbar la significación de un momento como aquel. El caso es que no notaba nada. “Ahora prueba el de al lado...” “¿...?” “Sí, mujer, siéntate en el de al lado”. Así lo hice y... la bombilla se me iluminó. El escaño de Pujol había sido rellenado de un material más compacto, de forma que no se hundía como los otros, permitiendo al president mantener una postura erguida y aparentar una mayor estatura. No cometan el error de considerar el truco una debilidad estética o un mero rasgo de vanidad. El president Pujol siempre fue un maestro en el arte de aparentar poder. Para un político, cualquier signo de fragilidad es mal asunto. El caso es que a Artur Mas, durante su comparencia del viernes sobre la presunta financiación irregular de CDC, se le vio desencajado, el cuerpo encorvado hacia adelante. Dio muestras de acusar la presión.
No es extraño. Mas está atrapado en una tormenta perfecta: el apremio de la movilización independentista de la mano de un discurso que sostiene que la Generalitat es poco más que una diputación sin poder real (un mensaje que empequeñece el propio poder), un gobierno en funciones desmoralizado desde hace meses y a punto de ser repartido con ERC, un presidente sin garantías de investidura pese a haber tenido que ceder hasta el cartel electoral, un partido sumido en batallas internas por la sucesión y ahora bajo sospecha de cobro de comisiones. El cuadro no puede ser más desolador. Las negociaciones con la CUP para investir a Mas como president no avanzan ni un ápice y la entrada de la Guardia Civil en la sede de Convergència y la detención de dos de sus tesoreros, encarece aún más esa factura. A Mas le quedan tres posibilidades: que el huracán se desvíe en el último momento y logre la investidura, que no sea así y deba ceder la presidencia (la vicepresidenta Neus Munté sigue en la parrilla de salida) o que deba convocar nuevas elecciones. Las tres opciones abocan al partido a afrontar lo que sus dirigentes llaman refundación y Mas denomina renacimiento. El segundo supuesto precipitaría la crisis.
Toda resurrección pasa por una muerte previa. Mas quería enterrar todo vestigio de pujolismo. Pero no va a ser fácil. El pasado perdura y se proyecta sobre el futuro como una sombra de la que es difícil sustraerse. Convergència puede cambiar de nombre, de sede y de caras. Pero si las nuevas investigaciones sobre el 3% se afianzan, ya no sería posible acotar esa lacra al pujolismo.
El partido, además, ha sufrido tres transformaciones drásticas cuya evolución está por ver: en primer lugar, ha pasado de ser una fuerza de centroderecha –que aglutinaba a liberales, centristas y socialdemócratas– a caer en una cierta indefinición que le ha llevado a romper con los democristianos, aliarse a ERC y ahora negociar con la CUP. En segundo lugar, Convergència ha pasado de representar al partido de orden por excelencia a propugnar declaraciones de desobediencia al Estado. Y en tercer lugar, ha abandonado la amplia ambigüedad nacionalista para abrazar la independencia. Esos tres cambios acercan a Convergència al espacio que ya ocupa Esquerra. Y de hecho, los republicanos aspiran a heredar los huecos que va dejando una CDC menguante. Mas ya no volverá a sentarse en el escaño de Pujol. En virtud de la nueva correlación de fuerzas, tendrá que cruzar el pasillo y ocupar el primer asiento de la izquierda. Detrás suyo, la treintena de diputados de CDC compartirán el mismo ala del hemiciclo con los de ERC, independientes y la CUP. En los puestos que solía ocupar CiU estarán los diputados de Ciutadans. Es sólo estética. Pero el poder, como sabía Pujol, también se refleja en la imagen.