El desengaño religioso
Mi primer novio era catequista. De hecho, fue mi catequista de confirmación. También era estudiante de Historia. Yo tenía 15 años y él 19. Con él rocé el Cielo, tuve fe en el amor, luego la perdí, y más tarde descubrí que todos los desengaños son siempre el mismo. En unas convivencias, el cura nos llamó la atención, pero sólo pequé de inocente. Como siempre.
El PSOE quiere eliminar la religión del horario lectivo en colegios públicos y privados. Soy agnóstica practicante y rezo por vivir en un estado laico. Sin embargo, más que retirar la religión del temario, habría que convertirla en religiones –no sólo de palabra e intención–. Tendría que impartirla un historiador o filósofo, y no el hermano mártir de turno que se queda dormido mientras pone un DVD de La Misión, enseña el padrenuestro y aprueba a toda la clase para que vuelvan a apuntarse el año siguiente. Ética (o como se llame ahora la asignatura alternativa) debería ser transversal, también obligatoria.
Sin las religiones no se entiende nada. No se entiende la geografía, ni los conflictos del pasado, ni el presente, no se entiende el arte, ni la economía. Ni la culpa judeocristiana. Ni la caridad católica. Ni la autodisciplina protestante. Ni la superioridad moral de unos y la condescendencia de otros. Ni el sadomasoquismo. Tiene gracia que el Partido Socialista quiera erradicar la asignatura, cuando él mismo funcionó, sobre todo en los años ochenta, como una religión; en vez de votos conseguía devotos, que nunca lo cuestionaban para no arder en el infierno. Y ahora que están en plena crisis de fe, al PSOE no le queda más remedio que presentar exvotos. Todos los desengaños son el mismo.
Podemos y Ciudadanos son el vellocino de oro del dios bipartidista. “Lo malo de que los hombres hayan dejado de creer en Dios no es que no crean en nada, sino que están dispuestos a creer en cualquier cosa”, apuntaba Chesterton. Y a adorar lo que sea. Ahí es por donde atacan sectas y radicalismos, por esa herida tan fácil de infectar que son la ignorancia y la incultura. Por eso el Estado Islámico destroza los vestigios de la historia y elimina la asignatura de geografía, porque rebaten con argumentos y pruebas su fanatismo. Por eso algunos confunden con tanta simpleza el integrismo con el islam. Leamos el Corán, la Torá y la Biblia, o convirtamos en nuestra biblia La gran guerra por la civilización, de Robert Fisk. Leamos el Tao Te Ching, las literaturas africanas y los Sutras.
Sólo si sabemos de lo que estamos hablando, podemos cuestionarlo y ser escépticos. Ocurre con la política, con las emociones y la necesidad humana de justificar la propia existencia, y explicarse a través de metáforas y símbolos. Hace falta haber creído en algo para dejar de creer en ello. Pero sobre todo, hace falta entender en qué y por qué creen los demás. Y eso no se consigue omitiéndolo. Creo.
Hace falta entender en qué y por qué creen los demás, y eso no se consigue omitiéndolo