La creación se rebela
¿Existe una cultura para la nueva política? El panorama artístico barcelonés busca soluciones
El mundo parece estar cambiando a un ritmo más acelerado últimamente. Reflejo de esas transformaciones sociales son algunos cambios políticos, bien visibles en ciudades como Barcelona o Madrid. La cultura entendida en todas sus manifestaciones –pensamiento, literatura, artes plásticas, cine, teatro, música...– está reflejando muchas de esas visiones, desde las propuestas teóricas que ponen el énfasis en lo comunitario –oponiéndose al individualismo predominante en los años ochenta y noventa– hasta las novelas generacionales del siglo XXI, pasando por un arte activista y más colaborativo. Frente a la vivacidad y energía de los creadores, se apunta una incógnita derivada de la poca concreción de las nuevas políticas culturales: ¿cómo se articulará toda esa riqueza? ¿Hacia dónde evolucionará?
ENSAYO La revolución de los comunes desde el campo de las ideas
Una idea, una revolución silenciosa recorre Europa. Local, pacífica, sin promesa de paraísos, ni comités centrales ni líderes únicos. La difunde y practica gente muy diversa. Harta de palabrería, no tienen biblias, actúan. Creen que la forma actual de capitalismo lleva al mundo a la catástrofe. Climática (falta de voluntad de detener el calentamiento global). Política (las decisiones más importantes escapan al control democrático). Económica (no se ve salida a la crisis). Existencial (la complejidad humana reducida a una utilidad económica). Y la palabra dique es “Común”. Lo tratan geógrafos como David Harvey, premios Nobel de Economía como Elinor Ostrom (El gobierno de los bienes comunes), economistas como Christian Felber (Economía del bien común) o Jeremy Rifkin (100.000 ejemplares vendidos de La tercera revolución industrial), teóricos, demasiado teóricos, como Toni Negri y Michael Hardt o Naomí Klein (en Reclaiming the commons), o el creador de los Creative Commons James Boyle (The Public Domain: Enclosing the Commons of the Mind)…. La barcelonesa Marina Garcés escribió Un mundo en común, y plantea cómo vivir juntos sin dominarnos. Jean-Luc Nancy desarrolla un fórmula metafísica, cómo ser-en-común, una liberación del ser humano reducido a mercancía. El Comité Invisible, un colectivo francés, cuyos manifiestos son ávidamente leídos en las universidades europeas, descubre cómo los efectos de la crisis han logrado “arrancarnos del individualismo” y “sentir que el destino de uno está vinculado al destino de otros” para auto organizar la vida común (infraestructuras, alimentación, guarderías, enfermería, bibliotecas, etcétera)”. Son grupos que han enviado al chatarrero la oposición izquierda/derecha; Estado/Mercado; público/privado.
En el 2015 cristalizó en España. Barcelona en Comú, Catalunya en Comú, Ahora en Común con su lema Omnia sunt comunita!, las mareas… Común es hoy la idea-fuerza. Y Común (Gedisa) se titula el libro del sociólogo Christian Laval y el filósofo Pierre Dardot, que acaban de presentar. En Barcelona En Común confluyen socialdemócratas (taller de reparaciones del capitalismo), neomarxistas (estatalistas) y, sobre todo, movimientos comunales o municipalistas (una praxis asociativa al margen del neoliberalismo). En principio con un punto libertario, han evolucionado a fórmulas híbridas y el pragmatismo. Sus referencias son más prácticas que teóricas, las experiencias ya contrastadas, y más la obra de Elinor Ostrom, la primer mujer que obtuvo el premio Nobel de Economía, que Negri y Hardt.
Para empezar –dicen Laval y Dardot– hay que entender qué es el neoliberalismo. Empezó en el Chile de Pinochet, siguió con Thatcher y Reagan, y se propagó imparable en Occidente tras la caía del muro de Berlín. Sin rival que le marcase límites, el camino triunfal del neoliberalismo, que nació como tercera vía entre el liberalismo clásico (menos estado, más sociedad) y la planificación económica, se estrelló con estrépito en el 2008, quebrando el ciclo que garantizaba la estabilidad europea (la derecha creaba riqueza, la socialdemocracia la redistribuía). Pero, según Christian Laval y Pierre Dardot, las reglas del neoliberalismo están más vivas que nunca y las recetas aplicadas con la ayuda de los estados para salir de la crisis le refortalecen: “Su sistema de normas se ha apoderado de las actividades laborales, de los comportamientos, incluso de las mentes”. Sólo sirve el triunfo. El resto es fracaso y depresión. “Este sistema de normas –dicen Laval y Dardot– es el que alimenta la guerra económica generalizada, sostiene el poder del mercado de las finanzas, engendra las desigualdades crecientes, la vulnerabilidad social de la mayoría, precipita la crisis ecológica y fomenta xenofobia y racismo”.
Laval y Dardot ponen como ejemplo la figura de los bienes comunales (de todos, con todos, para todos, que no son del Estado ni del mercado, y en cuya gobernanza participan los ciudadanos). El ejemplo sería la remunicipalización del agua por el alcalde Luigi de Magistris en Nápoles tras un referéndum en el 2011 que frenó la privatización del servicio y que llevó a Prodi a introducir en el Código Civil la noción de “bienes comunes” junto a la de “bienes privados” y “bienes públicos”. “Las soluciones americanistas, como el chavismo, no son ninguna alternativa, como tampoco la estatalización de los medios de producción”, dicen Laval y Dardot, que reivindican a Proudhon y creen que la articulación de experiencias locales concretas (bancos de tiempo, clínicas sociales, monedas sociales, huertos urbanos, energía alternativa, redes telemáticas ciudadanas, finanzas sociales, grupos de consumo, espacios autogestionados) irán creando poco a poco las condiciones para una transformación social, política y económica, sabiendo que no hay meta final, sino, como en la vida, un ir avanzando resolviendo los conflictos que surjan. / Josep Massot
ARTE La sinergia entre arte y vida, y la revolución en la institución
Días atrás el nombre de Núria Güell volvía a saltar a las páginas de los diarios, no por un premio –su trabajo es ampliamente valorado y reconocido– o una nueva exposición, sino por un caso de censura. El Ayuntamiento de Figueres vetó su intervención en el festival Ingràvid. La pieza, ideada en complicidad con Levi Orta, consistía en un coche decorado con simbología franquista, debía pasearse cada dos horas por la rambla de la ciudad como una sombra siniestra, pero real, de un pasado que se resiste a desaparecer. Es la misma Núria Güell que meses atrás montaba un dispositivo en Arts Santa Mònica para asesorar a todo aquel que quisiera recuperar el dinero desviado para el rescate bancario y destinarlo para iniciativas para el bien común; la misma que utilizó los 4.000 euros del presupuesto de una producción en Fabra i Coats para crear una sociedad anónima en un paraíso fiscal (le asesoraron los mismos abogados que a Urdangarin) y luego, en el Reina Sofía, cedió su control a un colectivo anticapitalista. O, en fin, puso contra las cuerdas a los Mossos d’Esquadra sacando a la luz un documento que desvelaba los protocolos de actuación de los agentes antidisturbios...
Sus proyectos desbordan el hecho artístico, se infiltran en las fisuras del sistema y entran de lleno en la realidad provocando momentos de interrogación ética. Forma parte de un grupo de artistas, Daniel Ortiz y Xose Quiroga (en su rastreo y denuncia del pasado colonial y escla-
ALUD DE IDEAS SOBRE LO COMÚN La barcelonesa Marina Garcés plantea en ‘Un mundo común’ cómo convivir sin dominarnos
MARCELO EXPÓSITO, ARTISTA “El reto es democratizar las instituciones del arte, que la ciudadanía tenga voz en los patronatos”
JORDI GRATACÓS, PROMOTOR “Da miedo que el Ayuntamiento no vea el potencial profesional e industrial de la música”
vista que todavía anida en la sociedad actual), Daniel G. Andújar (a través de una revisión crítica de los medios digitales), Mireia Sallarès..., entre otros, cuyas prácticas están fuertemente comprometidas con los movimientos sociales. “Es un fenómeno que se viene multiplicando desde los años noventa. Mientras entonces era muy rara la presencia de las cuestiones políticas en las instituciones artísticas, actualmente sucede casi lo contrario”, apunta el también artista y crítico Marcelo Expósito, miembro del eje de cultura de Barcelona en Comú. “No obstante –prosigue– creo que lo más interesante de los últimos quince años es la manera en que algunos movimientos sociales contienen una dimensión expresiva que escapa a la categoría establecida de arte, pero que está a la altura de la tradición experimental del arte en el siglo pasado. A nadie se le ocurre calificar de artísticas las ocupaciones
de plazas en el 15M. Pero está fuera de duda la capacidad que tuvieron de experimentar con lenguajes, concebir situaciones de gran intensidad u orquestar acciones performativas de masas”.
Expósito, que acaba de publicar Conversación con Manuel Borja-Villel (Turpial), dice que ahora el reto es democratizar las instituciones. “El intento de crear un ‘patronato desde abajo’ en el Macba por parte de Manuel Borja-Villel es un buen referente de cómo se ha de abrir a la ciudadanía el gobierno de las instituciones culturales. Ese intento no cuajó. Ahora estamos en condiciones de plantear que en los consejos o patronatos de las instituciones tengan voz las organizaciones ciudadanas”.
¿Perderá el arte su capacidad de pegada en un contexto favorable? Daniel G. Andújar advierte que “el arte tiene una función política que necesita de posicionamientos éti- cos claros. La práctica artística ha de convertirse en una muestra de ‘resistencia’ a un modelo que pretende mantenerse con obstinación en un espacio de relaciones cada vez más jerarquizado, difuso, globalizado y estandarizado. Esta distancia estratégica es fundamental con respecto al poder, lo detente quien lo detente”. / Teresa Sesé
MÚSICA Tocar, intercambiar y crear… y ya vendrán las movidas
El sector de la música popular fue el primero de los sectores culturales que, también en la ciudad de Barcelona, sufrió los embates de la piratería (callejera y después digital), las restricciones administrativas (dónde tocar, requisitos sonoros, tipología de local), las desmesuradas fiscalidades y, sobre todo, la ya tradicional consideración de que la música es ocio y no cultura. Es por todo ello que todas las fuentes coinciden –desde la prudencia o el escepticismo– en que es imposible pensar en la aparición de movimientos o tendencias si antes no se resuelven cuestiones básicas. Es la opinión de un protagonista destacado de lo que fue la música mestiza de Barcelona, como Dani Carbonell, más conocido como Macaco y personaje clave de aquel Barcelona Sound de esencias mestizas. En su opinión “lo primero es que esta alcaldía haga lo que tenga que hacer para que se pueda tocar en más salas, que facilite la creación y el intercambio sin importar el estilo musical. Nunca me he sentido involucrado en ningún movimiento, por lo que pienso que es básico dar posibilidades para que los músicos puedan tocar, contarse sus historias, o que haya facilidades para la insonorización, por ejemplo. Si se da apoyo, aparecerán cosas”.
Jordi Gratacós, promotor, activista y actualmente presidente del ARC (la asociación que engloba a los representantes, promotores y mánagers privados de Catalunya) es más bien pesimista. Recuerda que “unos cuatro años antes de los Juegos Olímpicos en Barcelona hubo un momento positivo general, “hubo movidas culturales y musicales, como la mestiza, que fue algo que también se dio en otros países, como algo para ir más allá de las músicas anglosajonas o de lo muy local. Aquello se fue apagando porque en realidad no arraigó aquí, fue en buena medida una moda, y la prueba de ello es que muchos de los festivales que se movieron en esa línea, o han desaparecido o se han tenido que adaptar como el Cruïlla”. Gratacós, que también fue el creador del BAM! en 1993, es decir, la propuesta musical paralela a la de la Mercè que albergaba las música no comerciales, duda de la predisposición municipal. “La poca letra que hay en cuanto al programa cultural de Barcelona en Comú, se hablaba muy poco de música y una de las ideas era diferir la producción artística a los barrios. Y yo me pregunto: si hay que diferir esos puntos de creación a los barrios, estamos hablando de una diáspora. Y si de lo que se trata ahora es de hacer una marca Barcelona, hay que aglutinar esfuerzos e ideas; los centros cívicos están bien como centros de formación pero no como núcleos de creación”. Y concluye: “Mucho me temo de alguna manera no se ve desde el Ayuntamiento el potencial de la parte profesional e industrial de la música. Y esto da miedo”.
Javi Zarco está satisfecho con el cambio en la alcaldía. Todoterreno en la música a pie de calle, y entre otra muchas cosas, fundador del legendario Club Mestizo en 1995 y actualmente responsable de una agencia y discográfica muy involucrada en la potente escena musical africana existente en Barcelona, asegura que “más que políticas lo que interesa ver a ahora es a qué personas pone el Ayuntamiento en los sitios claves musicales. Como líneas maestras aún no han dicho nada, pero supongo que no irán por donde el PSC, que nos tenía acostumbrados a los macroeventos y a los macroobjetivos. De momento, en la reciente Mercè no han cambiado nada, pero sí creo que se va a propiciar desde el Ayuntamiento y los centros cívicos no tanto la música mestiza sino la reivindicativa”. /
Esteban Linés
LITERATURA Y CÓMIC Periodismo en viñetas y crónica de la precariedad
¿Dónde están los escritores? Es una pregunta habitual cuando se producen cambios sociales y de paradigma. Y, esta vez, están ahí. Hay muchos novelistas que, independientemente de sus ideas políticas, reflejan una visión comprometida y describen el deterioro del entorno socioeconómico que nos rodea. Isaac Rosa se interesa por la memoria histórica –El vano ayer y ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!– pero también por nuestros temores cotidianos (El país del miedo), el
mercado laboral (La mano invisible) o el feroz retrato de la generación de la crisis que es La habitación oscura, y su mantra “mientras follábamos, el mundo se desmoronaba”. Elvira Navarro muestra en La trabajadora que no es necesario ser Amélie Nothomb e irse al Japón para vivir horrores laborales. Cristina Morales explora muchas cosas, como la condición femenina, y en Los combatientes acompaña a un grupo de teatro universitario experimental, sexual y combativo, porque “combatir es saltar a la comba”.
Raúl Quinto es un poeta que milita en Podemos y que ha publicado la novela coralYosotros, donde explora la tensión entre individuo y masa a través de historias como la de la mujer más fea del mundo o el superviviente de una isla arrasada, con temas de fondo como el ciberactivismo de Anonymous o el 15-M.
Para Juan Francisco Ferré, que acaba de publicar El Rey del Juego –novela que dinamita los mitos de la Transición y en la que hasta Felipe VI tiene un papel– “mi intento es el de reflejar la descomposición, el cansancio, la fatiga de la democracia tal como se entendió desde los años setenta”. “España como tema literario es algo que ha dejado de ser trasnochado –dice–. La historia de la novela española es un vaivén entre la picaresca –la lógica de la democracia– y el esperpento, es decir, las fuerzas de la tradición”. Así, “mi visión crítica bebe de Chirbes y Juan Goytisolo, aunque ellos me leyeron con estupor”. Opina que “en la transición, los intelectuales jugaron un gran papel, hoy los han desterrado de los medios de masas. Llevamos con Franco muerto 40 años y es hora de que nos preguntemos: ¿es esto lo que queríamos? ¿Hemos cumplido nuestros deseos?”.
Para Jorge Carrión, “el éxito de los libros de Javier Cercas sobre la historia de España de los últimos cuarenta años hace que cualquiera que afronte una versión histórica deba posicionarse frente a su estética y enfoque. En la periferia de ese discurso realista, tenemos a los que escriben desde los años de la crisis utilizando la parodia, el carnaval, el gonzo o la ciencia ficción: Ferré, Robert Juan-Cantavella o Javier Moreno, quien en su 2020 dibuja una España futura. Incluyo a Isaac Rosa, a quien no confundo con el articulista, pues sus novelas me parecen beckettianas y conceptuales”.
Carrión es, además, autor del cómic Los vagabundos de la chatarra, con dibujos de Sagar, que muestra de un modo tierno y descarnado los cambios de Barcelona. Para él, hay una frontera para el arte comprometido: “Un escritor no puede ser activista, te hace perder perspectiva crítica”. Es lo único que le reprocha a su admirado Joe Sacco en su última obra, junto a Chris Hedges, en la que ambos “viajan por EE.UU. hablando de la destrucción del país por culpa de las corporaciones pero acaban con un elogio naif a Occupy Wall Street que deslegitima el resto de la propuesta... Es el gran riesgo de la implicación”. / Xavi Ayén
CINE Barcelona, ¿ciudad muerta para el cine?
Cine: ecuación irresuelta entre arte e industria. Eisenstein hizo la revolución rusa; Leni Riefenstahl se puso a las órdenes de Hitler... Todo se carga de simbolismo cuando tiene que ver con la pantalla. ¿Qué significa el cine para Barcelona? ¿Existe una política cinematográfica del consistorio? ¿Existirá? ¿Le interesa el audiovisual cómo arte y como industria? ¿O cómo instrumento para modular la realidad?
De momento el ayuntamiento calla. O al menos no se pronuncia. Para empezar, no existe una concejalía específica de Cultura, y por lo tanto no hay un interlocutor. Nadie que descuelgue el teléfono al otro lado. “Me asusta que no tenga un regiduría, con lo importante que es la cultura para la ciudad”, dice Raimon Masllorens, director y productor, además de presidente de los Productores Audiovisuales Federados (PROA). “Supongo que antes o después rectificarán”, añade. El “patrón” de los productores incide en otro asunto. El de los rodajes en el ciudad. “Es un tema que necesita una intervención municipal con urgencia. Aclarar el tema, facilitar los rodajes, abaratarlos si es posible. Pero me temo que esa, como otras cuestiones culturales, no es prioritario. Y sin embargo no se puede olvidar que Barcelona es un plató de primer orden mundial”.
Recordemos Ciutat morta. El incisivo documental de Xavier Artigas y Xapo Ortega. La película grito, una bofetada al anterior consistorio barcelonés. El cine entendido como un arma de transformación. ¿Cómo debería ser el cine en relación a la ciudad? Nunca debería entenderse como un instrumento ideológico al servicio de los intereses políticos. Para Jordi Balló –ex director de exposiciones del CCCB, director e impulsor de los estudios de Comunicación Audiovisual de la Pompeu Fabra y de su master en Documental de Creación, hay un hecho indiscutible: la capitalidad de Barcelona dentro de la producción independiente. Desde esa posición, que habla de una comunidad internacional de cineastas y de una manera de entender el cine, Balló considera que se debería facilitar –no dirigir– la conversación entre creadores, universidad y productores. “Las políticas municipales tienen poca incidencia en la producción audiovisual hasta que una ciudad –como Berlín, por ejemplo– decide incidir, su acción se convierte en esencial”.
Y señala tres puntos más: “La creación de focos de exhibición en la ciudad, donde el cine sea un polo de intercambio social; la necesidad de que el cine llegue a las escuelas, y reforzar BTV, como laboratorio audiovisual”. / Salvador Llopart
TEATRO La revolución de las compañías jóvenes y la segunda transición
Quizá porque el teatro ya se desarrolla frente a una asamblea, porque es el arte por excelencia de la utopía y la crítica, un ágora en la que, como subraya Juan Mayorga, unos ciudadanos se separan unos metros del resto y, con la complicidad de éstos, examinan posibilidades de la vida humana, las revoluciones sociales tardan poco en llegar a las tablas. El Living Theatre en los cincuenta y los sesenta quiso romper barreras con la vida y cambiar competencia por cooperación. En ese contexto igualitarista, en Catalunya, en los sesenta y setenta, se produjo una explosión de compañías que, siguiendo las nuevas corrientes, apostaron por la creación colectiva. Son las que proyectarán Catalunya al mundo, desde Comediants a Joglars, La Fura dels Baus o Dagoll Dagom, aunque luego se institucionalizarían: con la democracia, el teatro conocería tiempos de menos miseria y revolución.
Pero en los últimos años ha vivido de lleno la crisis económica y política. Temáticamente, el teatro está realizando la segunda transición que vive la sociedad española. El dramaturgo Jordi Casanovas, que trabaja en la obra Pujol, President y ha triunfado con Ruz-Bárcenas, dice que sus piezas y tantas otras enjuician el mundo nacido del cambio político en España desde finales de los setenta. “El público pide realizar en el teatro el debate que ya se hace en las calles, en los bares, en casa”.
Pero es que además, el mundo de las compañías ha regresado con fuerza a la escena catalana tras años en las que los teatros encargaban los proyectos. Con los recortes y la crisis de los grandes teatros, se ha disparado el número de jóvenes compañías –Les Antonietes, La Ruta 40, Prisamata, La calòrica, La virgueria, Teatrodecerca, Ignífuga, IndiGest...–, de pequeñas salas –FlyHard, Atrium, Hiroshima, El Maldà– y de jóvenes productoras como La Brutal –con David Selvas y Julio Manrique– o Sixto Paz, con su original pago por taquilla inversa. Todas lanzadas a materializar los proyectos en los que creen sin esperar a nadie. Grupos que muchas veces crean colectivamente porque el director del montaje es su autor y la obra nace en los ensayos. Y que en todo caso crean en familia.
No sólo hay teatro de texto: la Agrupación Señor Serrano ganó el León de Plata de la pasada Bienal de Venecia con un trabajo donde la cámara de vídeo, internet y las maquetas reinan. Eso sí, han realizado 60 bolos internacionales este año y sólo cinco en España. Al recoger el premio, denunciaron que los gobiernos español y catalán están exterminando la cultura pública, crítica y libre. Y que no hay salas para su trabajo. Proyectos no faltan, ahora es necesario que tengan el espacio para crecer. / Justo Barranco
ÓPERA Y DANZA De la etiqueta de elitista a las políticas educativas
En su inicial política de gestos como alcaldesa, Ada Colau se manifestó escandalizada por la cantidad anual que el Ayuntamiento destinaba a un palco del Liceu. Eran 100.000 euros buenos de ahorrar, dijo, y desoyendo la propuesta del teatro de ceder las entradas a entidades sociales del barrio, decidió desvincularse de las localidades y derivar el dinero a la subvención del teatro. Era su forma de etiquetar la ópera como arte oneroso, un arte para el disfrute de las clases pudientes.
“No estoy de acuerdo con que al público del Liceu se le pueda llamar elitista”, declaraba entonces Christina Scheppelmann, directora artística del Gran Teatre, mientras la institución publicitaba sus programas sociales y educativos. Programas en los que, por ejemplo, se da a conocer a estudiantes de ESO la cantidad de salidas profesionales que ofrece ese arte total: compositores, libretistas, músicos, cantantes, escenógrafos, diseñadores, iluminadores, peluqueros... Acaso los gestos del nuevo Ayuntamiento para con la ópera han tenido presente al público de la platea y han ignorado a los artistas que ahí se expresan.
La danza, por otra parte, está de enhorabuena en la ciudad. El director del Mercat de les Flors, Cesc Casadesús, señala que la líneas iniciadas en el teatro podían entroncar con el discurso que el Ayuntamiento está buscando. “Hemos puesto en marcha políticas educativas fuertes y bien estructuradas, y he oído que ellos quieren potenciar la relación entre centros artísticos y escuelas, entre creador y educación. Me parece muy bien. Lo hemos hecho desde el Mercat, con creadores en residencia. Se hacía más en ámbitos museísticos pero no tanto en artes escénicas”. Todo lo relacionado con proyectos comunitarios y participativos encuentra un encaje en el proyecto de Barcelona en comú, apunta Casadesús, quien recuerda que la generación de artistas treintañeros tiene interiorizada la filosofía de lo común y colaborativo. “La figura del artista empresario ha sido sustituida por el colectivo, en el que no hay líderes sino proyectos compartidos”. Un ejemplo: Multitud, de Tamara Cubas, que se verá en el Mnac dentro del festival Salmôn. /
R. MASLLORENS, PRODUCTOR “Con lo importante que es la cultura para la ciudad y ¿no hay concejalía de Cultura?”
J. CASANOVAS, DRAMATURGO “El público pide realizar en el teatro el debate sobre la transición que ya se hace en las calles”
FRANCESC CASADESÚS “Lo relacionado con proyectos comunitarios encuentra su encaje en el proyecto de Colau”