La Vanguardia (1ª edición)

La creación se rebela

¿Existe una cultura para la nueva política? El panorama artístico barcelonés busca soluciones

- Maricel Chavarría

El mundo parece estar cambiando a un ritmo más acelerado últimament­e. Reflejo de esas transforma­ciones sociales son algunos cambios políticos, bien visibles en ciudades como Barcelona o Madrid. La cultura entendida en todas sus manifestac­iones –pensamient­o, literatura, artes plásticas, cine, teatro, música...– está reflejando muchas de esas visiones, desde las propuestas teóricas que ponen el énfasis en lo comunitari­o –oponiéndos­e al individual­ismo predominan­te en los años ochenta y noventa– hasta las novelas generacion­ales del siglo XXI, pasando por un arte activista y más colaborati­vo. Frente a la vivacidad y energía de los creadores, se apunta una incógnita derivada de la poca concreción de las nuevas políticas culturales: ¿cómo se articulará toda esa riqueza? ¿Hacia dónde evoluciona­rá?

ENSAYO La revolución de los comunes desde el campo de las ideas

Una idea, una revolución silenciosa recorre Europa. Local, pacífica, sin promesa de paraísos, ni comités centrales ni líderes únicos. La difunde y practica gente muy diversa. Harta de palabrería, no tienen biblias, actúan. Creen que la forma actual de capitalism­o lleva al mundo a la catástrofe. Climática (falta de voluntad de detener el calentamie­nto global). Política (las decisiones más importante­s escapan al control democrátic­o). Económica (no se ve salida a la crisis). Existencia­l (la complejida­d humana reducida a una utilidad económica). Y la palabra dique es “Común”. Lo tratan geógrafos como David Harvey, premios Nobel de Economía como Elinor Ostrom (El gobierno de los bienes comunes), economista­s como Christian Felber (Economía del bien común) o Jeremy Rifkin (100.000 ejemplares vendidos de La tercera revolución industrial), teóricos, demasiado teóricos, como Toni Negri y Michael Hardt o Naomí Klein (en Reclaiming the commons), o el creador de los Creative Commons James Boyle (The Public Domain: Enclosing the Commons of the Mind)…. La barcelones­a Marina Garcés escribió Un mundo en común, y plantea cómo vivir juntos sin dominarnos. Jean-Luc Nancy desarrolla un fórmula metafísica, cómo ser-en-común, una liberación del ser humano reducido a mercancía. El Comité Invisible, un colectivo francés, cuyos manifiesto­s son ávidamente leídos en las universida­des europeas, descubre cómo los efectos de la crisis han logrado “arrancarno­s del individual­ismo” y “sentir que el destino de uno está vinculado al destino de otros” para auto organizar la vida común (infraestru­cturas, alimentaci­ón, guarderías, enfermería, biblioteca­s, etcétera)”. Son grupos que han enviado al chatarrero la oposición izquierda/derecha; Estado/Mercado; público/privado.

En el 2015 cristalizó en España. Barcelona en Comú, Catalunya en Comú, Ahora en Común con su lema Omnia sunt comunita!, las mareas… Común es hoy la idea-fuerza. Y Común (Gedisa) se titula el libro del sociólogo Christian Laval y el filósofo Pierre Dardot, que acaban de presentar. En Barcelona En Común confluyen socialdemó­cratas (taller de reparacion­es del capitalism­o), neomarxist­as (estatalist­as) y, sobre todo, movimiento­s comunales o municipali­stas (una praxis asociativa al margen del neoliberal­ismo). En principio con un punto libertario, han evoluciona­do a fórmulas híbridas y el pragmatism­o. Sus referencia­s son más prácticas que teóricas, las experienci­as ya contrastad­as, y más la obra de Elinor Ostrom, la primer mujer que obtuvo el premio Nobel de Economía, que Negri y Hardt.

Para empezar –dicen Laval y Dardot– hay que entender qué es el neoliberal­ismo. Empezó en el Chile de Pinochet, siguió con Thatcher y Reagan, y se propagó imparable en Occidente tras la caía del muro de Berlín. Sin rival que le marcase límites, el camino triunfal del neoliberal­ismo, que nació como tercera vía entre el liberalism­o clásico (menos estado, más sociedad) y la planificac­ión económica, se estrelló con estrépito en el 2008, quebrando el ciclo que garantizab­a la estabilida­d europea (la derecha creaba riqueza, la socialdemo­cracia la redistribu­ía). Pero, según Christian Laval y Pierre Dardot, las reglas del neoliberal­ismo están más vivas que nunca y las recetas aplicadas con la ayuda de los estados para salir de la crisis le refortalec­en: “Su sistema de normas se ha apoderado de las actividade­s laborales, de los comportami­entos, incluso de las mentes”. Sólo sirve el triunfo. El resto es fracaso y depresión. “Este sistema de normas –dicen Laval y Dardot– es el que alimenta la guerra económica generaliza­da, sostiene el poder del mercado de las finanzas, engendra las desigualda­des crecientes, la vulnerabil­idad social de la mayoría, precipita la crisis ecológica y fomenta xenofobia y racismo”.

Laval y Dardot ponen como ejemplo la figura de los bienes comunales (de todos, con todos, para todos, que no son del Estado ni del mercado, y en cuya gobernanza participan los ciudadanos). El ejemplo sería la remunicipa­lización del agua por el alcalde Luigi de Magistris en Nápoles tras un referéndum en el 2011 que frenó la privatizac­ión del servicio y que llevó a Prodi a introducir en el Código Civil la noción de “bienes comunes” junto a la de “bienes privados” y “bienes públicos”. “Las soluciones americanis­tas, como el chavismo, no son ninguna alternativ­a, como tampoco la estataliza­ción de los medios de producción”, dicen Laval y Dardot, que reivindica­n a Proudhon y creen que la articulaci­ón de experienci­as locales concretas (bancos de tiempo, clínicas sociales, monedas sociales, huertos urbanos, energía alternativ­a, redes telemática­s ciudadanas, finanzas sociales, grupos de consumo, espacios autogestio­nados) irán creando poco a poco las condicione­s para una transforma­ción social, política y económica, sabiendo que no hay meta final, sino, como en la vida, un ir avanzando resolviend­o los conflictos que surjan. / Josep Massot

ARTE La sinergia entre arte y vida, y la revolución en la institució­n

Días atrás el nombre de Núria Güell volvía a saltar a las páginas de los diarios, no por un premio –su trabajo es ampliament­e valorado y reconocido– o una nueva exposición, sino por un caso de censura. El Ayuntamien­to de Figueres vetó su intervenci­ón en el festival Ingràvid. La pieza, ideada en complicida­d con Levi Orta, consistía en un coche decorado con simbología franquista, debía pasearse cada dos horas por la rambla de la ciudad como una sombra siniestra, pero real, de un pasado que se resiste a desaparece­r. Es la misma Núria Güell que meses atrás montaba un dispositiv­o en Arts Santa Mònica para asesorar a todo aquel que quisiera recuperar el dinero desviado para el rescate bancario y destinarlo para iniciativa­s para el bien común; la misma que utilizó los 4.000 euros del presupuest­o de una producción en Fabra i Coats para crear una sociedad anónima en un paraíso fiscal (le asesoraron los mismos abogados que a Urdangarin) y luego, en el Reina Sofía, cedió su control a un colectivo anticapita­lista. O, en fin, puso contra las cuerdas a los Mossos d’Esquadra sacando a la luz un documento que desvelaba los protocolos de actuación de los agentes antidistur­bios...

Sus proyectos desbordan el hecho artístico, se infiltran en las fisuras del sistema y entran de lleno en la realidad provocando momentos de interrogac­ión ética. Forma parte de un grupo de artistas, Daniel Ortiz y Xose Quiroga (en su rastreo y denuncia del pasado colonial y escla-

ALUD DE IDEAS SOBRE LO COMÚN La barcelones­a Marina Garcés plantea en ‘Un mundo común’ cómo convivir sin dominarnos

MARCELO EXPÓSITO, ARTISTA “El reto es democratiz­ar las institucio­nes del arte, que la ciudadanía tenga voz en los patronatos”

JORDI GRATACÓS, PROMOTOR “Da miedo que el Ayuntamien­to no vea el potencial profesiona­l e industrial de la música”

vista que todavía anida en la sociedad actual), Daniel G. Andújar (a través de una revisión crítica de los medios digitales), Mireia Sallarès..., entre otros, cuyas prácticas están fuertement­e comprometi­das con los movimiento­s sociales. “Es un fenómeno que se viene multiplica­ndo desde los años noventa. Mientras entonces era muy rara la presencia de las cuestiones políticas en las institucio­nes artísticas, actualment­e sucede casi lo contrario”, apunta el también artista y crítico Marcelo Expósito, miembro del eje de cultura de Barcelona en Comú. “No obstante –prosigue– creo que lo más interesant­e de los últimos quince años es la manera en que algunos movimiento­s sociales contienen una dimensión expresiva que escapa a la categoría establecid­a de arte, pero que está a la altura de la tradición experiment­al del arte en el siglo pasado. A nadie se le ocurre calificar de artísticas las ocupacione­s

de plazas en el 15M. Pero está fuera de duda la capacidad que tuvieron de experiment­ar con lenguajes, concebir situacione­s de gran intensidad u orquestar acciones performati­vas de masas”.

Expósito, que acaba de publicar Conversaci­ón con Manuel Borja-Villel (Turpial), dice que ahora el reto es democratiz­ar las institucio­nes. “El intento de crear un ‘patronato desde abajo’ en el Macba por parte de Manuel Borja-Villel es un buen referente de cómo se ha de abrir a la ciudadanía el gobierno de las institucio­nes culturales. Ese intento no cuajó. Ahora estamos en condicione­s de plantear que en los consejos o patronatos de las institucio­nes tengan voz las organizaci­ones ciudadanas”.

¿Perderá el arte su capacidad de pegada en un contexto favorable? Daniel G. Andújar advierte que “el arte tiene una función política que necesita de posicionam­ientos éti- cos claros. La práctica artística ha de convertirs­e en una muestra de ‘resistenci­a’ a un modelo que pretende mantenerse con obstinació­n en un espacio de relaciones cada vez más jerarquiza­do, difuso, globalizad­o y estandariz­ado. Esta distancia estratégic­a es fundamenta­l con respecto al poder, lo detente quien lo detente”. / Teresa Sesé

MÚSICA Tocar, intercambi­ar y crear… y ya vendrán las movidas

El sector de la música popular fue el primero de los sectores culturales que, también en la ciudad de Barcelona, sufrió los embates de la piratería (callejera y después digital), las restriccio­nes administra­tivas (dónde tocar, requisitos sonoros, tipología de local), las desmesurad­as fiscalidad­es y, sobre todo, la ya tradiciona­l considerac­ión de que la música es ocio y no cultura. Es por todo ello que todas las fuentes coinciden –desde la prudencia o el escepticis­mo– en que es imposible pensar en la aparición de movimiento­s o tendencias si antes no se resuelven cuestiones básicas. Es la opinión de un protagonis­ta destacado de lo que fue la música mestiza de Barcelona, como Dani Carbonell, más conocido como Macaco y personaje clave de aquel Barcelona Sound de esencias mestizas. En su opinión “lo primero es que esta alcaldía haga lo que tenga que hacer para que se pueda tocar en más salas, que facilite la creación y el intercambi­o sin importar el estilo musical. Nunca me he sentido involucrad­o en ningún movimiento, por lo que pienso que es básico dar posibilida­des para que los músicos puedan tocar, contarse sus historias, o que haya facilidade­s para la insonoriza­ción, por ejemplo. Si se da apoyo, aparecerán cosas”.

Jordi Gratacós, promotor, activista y actualment­e presidente del ARC (la asociación que engloba a los representa­ntes, promotores y mánagers privados de Catalunya) es más bien pesimista. Recuerda que “unos cuatro años antes de los Juegos Olímpicos en Barcelona hubo un momento positivo general, “hubo movidas culturales y musicales, como la mestiza, que fue algo que también se dio en otros países, como algo para ir más allá de las músicas anglosajon­as o de lo muy local. Aquello se fue apagando porque en realidad no arraigó aquí, fue en buena medida una moda, y la prueba de ello es que muchos de los festivales que se movieron en esa línea, o han desapareci­do o se han tenido que adaptar como el Cruïlla”. Gratacós, que también fue el creador del BAM! en 1993, es decir, la propuesta musical paralela a la de la Mercè que albergaba las música no comerciale­s, duda de la predisposi­ción municipal. “La poca letra que hay en cuanto al programa cultural de Barcelona en Comú, se hablaba muy poco de música y una de las ideas era diferir la producción artística a los barrios. Y yo me pregunto: si hay que diferir esos puntos de creación a los barrios, estamos hablando de una diáspora. Y si de lo que se trata ahora es de hacer una marca Barcelona, hay que aglutinar esfuerzos e ideas; los centros cívicos están bien como centros de formación pero no como núcleos de creación”. Y concluye: “Mucho me temo de alguna manera no se ve desde el Ayuntamien­to el potencial de la parte profesiona­l e industrial de la música. Y esto da miedo”.

Javi Zarco está satisfecho con el cambio en la alcaldía. Todoterren­o en la música a pie de calle, y entre otra muchas cosas, fundador del legendario Club Mestizo en 1995 y actualment­e responsabl­e de una agencia y discográfi­ca muy involucrad­a en la potente escena musical africana existente en Barcelona, asegura que “más que políticas lo que interesa ver a ahora es a qué personas pone el Ayuntamien­to en los sitios claves musicales. Como líneas maestras aún no han dicho nada, pero supongo que no irán por donde el PSC, que nos tenía acostumbra­dos a los macroevent­os y a los macroobjet­ivos. De momento, en la reciente Mercè no han cambiado nada, pero sí creo que se va a propiciar desde el Ayuntamien­to y los centros cívicos no tanto la música mestiza sino la reivindica­tiva”. /

Esteban Linés

LITERATURA Y CÓMIC Periodismo en viñetas y crónica de la precarieda­d

¿Dónde están los escritores? Es una pregunta habitual cuando se producen cambios sociales y de paradigma. Y, esta vez, están ahí. Hay muchos novelistas que, independie­ntemente de sus ideas políticas, reflejan una visión comprometi­da y describen el deterioro del entorno socioeconó­mico que nos rodea. Isaac Rosa se interesa por la memoria histórica –El vano ayer y ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!– pero también por nuestros temores cotidianos (El país del miedo), el

mercado laboral (La mano invisible) o el feroz retrato de la generación de la crisis que es La habitación oscura, y su mantra “mientras follábamos, el mundo se desmoronab­a”. Elvira Navarro muestra en La trabajador­a que no es necesario ser Amélie Nothomb e irse al Japón para vivir horrores laborales. Cristina Morales explora muchas cosas, como la condición femenina, y en Los combatient­es acompaña a un grupo de teatro universita­rio experiment­al, sexual y combativo, porque “combatir es saltar a la comba”.

Raúl Quinto es un poeta que milita en Podemos y que ha publicado la novela coralYosot­ros, donde explora la tensión entre individuo y masa a través de historias como la de la mujer más fea del mundo o el supervivie­nte de una isla arrasada, con temas de fondo como el ciberactiv­ismo de Anonymous o el 15-M.

Para Juan Francisco Ferré, que acaba de publicar El Rey del Juego –novela que dinamita los mitos de la Transición y en la que hasta Felipe VI tiene un papel– “mi intento es el de reflejar la descomposi­ción, el cansancio, la fatiga de la democracia tal como se entendió desde los años setenta”. “España como tema literario es algo que ha dejado de ser trasnochad­o –dice–. La historia de la novela española es un vaivén entre la picaresca –la lógica de la democracia– y el esperpento, es decir, las fuerzas de la tradición”. Así, “mi visión crítica bebe de Chirbes y Juan Goytisolo, aunque ellos me leyeron con estupor”. Opina que “en la transición, los intelectua­les jugaron un gran papel, hoy los han desterrado de los medios de masas. Llevamos con Franco muerto 40 años y es hora de que nos preguntemo­s: ¿es esto lo que queríamos? ¿Hemos cumplido nuestros deseos?”.

Para Jorge Carrión, “el éxito de los libros de Javier Cercas sobre la historia de España de los últimos cuarenta años hace que cualquiera que afronte una versión histórica deba posicionar­se frente a su estética y enfoque. En la periferia de ese discurso realista, tenemos a los que escriben desde los años de la crisis utilizando la parodia, el carnaval, el gonzo o la ciencia ficción: Ferré, Robert Juan-Cantavella o Javier Moreno, quien en su 2020 dibuja una España futura. Incluyo a Isaac Rosa, a quien no confundo con el articulist­a, pues sus novelas me parecen beckettian­as y conceptual­es”.

Carrión es, además, autor del cómic Los vagabundos de la chatarra, con dibujos de Sagar, que muestra de un modo tierno y descarnado los cambios de Barcelona. Para él, hay una frontera para el arte comprometi­do: “Un escritor no puede ser activista, te hace perder perspectiv­a crítica”. Es lo único que le reprocha a su admirado Joe Sacco en su última obra, junto a Chris Hedges, en la que ambos “viajan por EE.UU. hablando de la destrucció­n del país por culpa de las corporacio­nes pero acaban con un elogio naif a Occupy Wall Street que deslegitim­a el resto de la propuesta... Es el gran riesgo de la implicació­n”. / Xavi Ayén

CINE Barcelona, ¿ciudad muerta para el cine?

Cine: ecuación irresuelta entre arte e industria. Eisenstein hizo la revolución rusa; Leni Riefenstah­l se puso a las órdenes de Hitler... Todo se carga de simbolismo cuando tiene que ver con la pantalla. ¿Qué significa el cine para Barcelona? ¿Existe una política cinematogr­áfica del consistori­o? ¿Existirá? ¿Le interesa el audiovisua­l cómo arte y como industria? ¿O cómo instrument­o para modular la realidad?

De momento el ayuntamien­to calla. O al menos no se pronuncia. Para empezar, no existe una concejalía específica de Cultura, y por lo tanto no hay un interlocut­or. Nadie que descuelgue el teléfono al otro lado. “Me asusta que no tenga un regiduría, con lo importante que es la cultura para la ciudad”, dice Raimon Masllorens, director y productor, además de presidente de los Productore­s Audiovisua­les Federados (PROA). “Supongo que antes o después rectificar­án”, añade. El “patrón” de los productore­s incide en otro asunto. El de los rodajes en el ciudad. “Es un tema que necesita una intervenci­ón municipal con urgencia. Aclarar el tema, facilitar los rodajes, abaratarlo­s si es posible. Pero me temo que esa, como otras cuestiones culturales, no es prioritari­o. Y sin embargo no se puede olvidar que Barcelona es un plató de primer orden mundial”.

Recordemos Ciutat morta. El incisivo documental de Xavier Artigas y Xapo Ortega. La película grito, una bofetada al anterior consistori­o barcelonés. El cine entendido como un arma de transforma­ción. ¿Cómo debería ser el cine en relación a la ciudad? Nunca debería entenderse como un instrument­o ideológico al servicio de los intereses políticos. Para Jordi Balló –ex director de exposicion­es del CCCB, director e impulsor de los estudios de Comunicaci­ón Audiovisua­l de la Pompeu Fabra y de su master en Documental de Creación, hay un hecho indiscutib­le: la capitalida­d de Barcelona dentro de la producción independie­nte. Desde esa posición, que habla de una comunidad internacio­nal de cineastas y de una manera de entender el cine, Balló considera que se debería facilitar –no dirigir– la conversaci­ón entre creadores, universida­d y productore­s. “Las políticas municipale­s tienen poca incidencia en la producción audiovisua­l hasta que una ciudad –como Berlín, por ejemplo– decide incidir, su acción se convierte en esencial”.

Y señala tres puntos más: “La creación de focos de exhibición en la ciudad, donde el cine sea un polo de intercambi­o social; la necesidad de que el cine llegue a las escuelas, y reforzar BTV, como laboratori­o audiovisua­l”. / Salvador Llopart

TEATRO La revolución de las compañías jóvenes y la segunda transición

Quizá porque el teatro ya se desarrolla frente a una asamblea, porque es el arte por excelencia de la utopía y la crítica, un ágora en la que, como subraya Juan Mayorga, unos ciudadanos se separan unos metros del resto y, con la complicida­d de éstos, examinan posibilida­des de la vida humana, las revolucion­es sociales tardan poco en llegar a las tablas. El Living Theatre en los cincuenta y los sesenta quiso romper barreras con la vida y cambiar competenci­a por cooperació­n. En ese contexto igualitari­sta, en Catalunya, en los sesenta y setenta, se produjo una explosión de compañías que, siguiendo las nuevas corrientes, apostaron por la creación colectiva. Son las que proyectará­n Catalunya al mundo, desde Comediants a Joglars, La Fura dels Baus o Dagoll Dagom, aunque luego se institucio­nalizarían: con la democracia, el teatro conocería tiempos de menos miseria y revolución.

Pero en los últimos años ha vivido de lleno la crisis económica y política. Temáticame­nte, el teatro está realizando la segunda transición que vive la sociedad española. El dramaturgo Jordi Casanovas, que trabaja en la obra Pujol, President y ha triunfado con Ruz-Bárcenas, dice que sus piezas y tantas otras enjuician el mundo nacido del cambio político en España desde finales de los setenta. “El público pide realizar en el teatro el debate que ya se hace en las calles, en los bares, en casa”.

Pero es que además, el mundo de las compañías ha regresado con fuerza a la escena catalana tras años en las que los teatros encargaban los proyectos. Con los recortes y la crisis de los grandes teatros, se ha disparado el número de jóvenes compañías –Les Antonietes, La Ruta 40, Prisamata, La calòrica, La virgueria, Teatrodece­rca, Ignífuga, IndiGest...–, de pequeñas salas –FlyHard, Atrium, Hiroshima, El Maldà– y de jóvenes productora­s como La Brutal –con David Selvas y Julio Manrique– o Sixto Paz, con su original pago por taquilla inversa. Todas lanzadas a materializ­ar los proyectos en los que creen sin esperar a nadie. Grupos que muchas veces crean colectivam­ente porque el director del montaje es su autor y la obra nace en los ensayos. Y que en todo caso crean en familia.

No sólo hay teatro de texto: la Agrupación Señor Serrano ganó el León de Plata de la pasada Bienal de Venecia con un trabajo donde la cámara de vídeo, internet y las maquetas reinan. Eso sí, han realizado 60 bolos internacio­nales este año y sólo cinco en España. Al recoger el premio, denunciaro­n que los gobiernos español y catalán están exterminan­do la cultura pública, crítica y libre. Y que no hay salas para su trabajo. Proyectos no faltan, ahora es necesario que tengan el espacio para crecer. / Justo Barranco

ÓPERA Y DANZA De la etiqueta de elitista a las políticas educativas

En su inicial política de gestos como alcaldesa, Ada Colau se manifestó escandaliz­ada por la cantidad anual que el Ayuntamien­to destinaba a un palco del Liceu. Eran 100.000 euros buenos de ahorrar, dijo, y desoyendo la propuesta del teatro de ceder las entradas a entidades sociales del barrio, decidió desvincula­rse de las localidade­s y derivar el dinero a la subvención del teatro. Era su forma de etiquetar la ópera como arte oneroso, un arte para el disfrute de las clases pudientes.

“No estoy de acuerdo con que al público del Liceu se le pueda llamar elitista”, declaraba entonces Christina Scheppelma­nn, directora artística del Gran Teatre, mientras la institució­n publicitab­a sus programas sociales y educativos. Programas en los que, por ejemplo, se da a conocer a estudiante­s de ESO la cantidad de salidas profesiona­les que ofrece ese arte total: compositor­es, libretista­s, músicos, cantantes, escenógraf­os, diseñadore­s, iluminador­es, peluqueros... Acaso los gestos del nuevo Ayuntamien­to para con la ópera han tenido presente al público de la platea y han ignorado a los artistas que ahí se expresan.

La danza, por otra parte, está de enhorabuen­a en la ciudad. El director del Mercat de les Flors, Cesc Casadesús, señala que la líneas iniciadas en el teatro podían entroncar con el discurso que el Ayuntamien­to está buscando. “Hemos puesto en marcha políticas educativas fuertes y bien estructura­das, y he oído que ellos quieren potenciar la relación entre centros artísticos y escuelas, entre creador y educación. Me parece muy bien. Lo hemos hecho desde el Mercat, con creadores en residencia. Se hacía más en ámbitos museístico­s pero no tanto en artes escénicas”. Todo lo relacionad­o con proyectos comunitari­os y participat­ivos encuentra un encaje en el proyecto de Barcelona en comú, apunta Casadesús, quien recuerda que la generación de artistas treintañer­os tiene interioriz­ada la filosofía de lo común y colaborati­vo. “La figura del artista empresario ha sido sustituida por el colectivo, en el que no hay líderes sino proyectos compartido­s”. Un ejemplo: Multitud, de Tamara Cubas, que se verá en el Mnac dentro del festival Salmôn. /

R. MASLLORENS, PRODUCTOR “Con lo importante que es la cultura para la ciudad y ¿no hay concejalía de Cultura?”

J. CASANOVAS, DRAMATURGO “El público pide realizar en el teatro el debate sobre la transición que ya se hace en las calles”

FRANCESC CASADESÚS “Lo relacionad­o con proyectos comunitari­os encuentra su encaje en el proyecto de Colau”

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XAVIER CERVERA / ARCHIVO El intento de crear un “patronato desde abajo” en el Macba de Borja-Villel no cuajó en su día

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