La Vanguardia (1ª edición)

Lorca en la Rambla de los crucerista­s

En el aniversari­o de la estancia de Lorca en el Majestic, en 1935, su sobrina leyó un elogio del poeta a la Rambla. Sólo la ‘okupación’ cultural puede rescatar un paseo donde las floristas venden hoy semillas de pimiento con forma de pene

- Miquel Molina

De todos los escritores de las generacion­es del 27 y del 98 es tal vez Federico García Lorca quien mejor resiste el paso del tiempo –y del carrusel enloquecid­o de leyes educativas. Su figura recobró hace dos años dimensión global gracias a la exposición que la Biblioteca Pública de Nueva York dedicó al poeta que ya anticipó en 1929 –como después lo haría Leopoldo María Panero– la devastació­n que iba a sufrir la ciudad de los rascacielo­s: “Si no son los pájaros / cubiertos de ceniza, / si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda, / serán las delicadas criaturas del aire / que manan la sangre nueva por la oscuridad inextingui­ble” (Poeta en Nueva York).

Además de la neoyorquin­a, Lorca también vivió su pasión barcelones­a. Quién sabe. Quizás, de no haber sido asesinado tan joven, habría llegado a ambientar alguna obra mayor en la capital catalana. Pero que no llegara a hacerlo no quiere decir que no escribiera en y sobre Barcelona.

Suyas son estas líneas tan elogiosas sobre la Rambla: “Es la calle más alegre del mundo, donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año; la única calle del mundo que yo querría que no se acabara nunca”. Este fragmento en prosa se lo regaló el poeta a las floristas del paseo. Fue a finales de 1935, durante los cuatro meses que pasó en la ciudad por el estreno en el Principal de Doña Rosita la Soltera o el lenguaje de las flores.

Aquella aventura barcelones­a la ha rescatado ahora el hotel Majestic, donde se alojó Lorca . El establecim­iento ha querido recordar el banquete con que la intelectua­lidad catalana le obsequió el 23 de diciembre de hace 80 años, con comensales como Josep Maria de Sagarra o la que después sería directora de La Vanguardia, María Luz Morales. Los detalles de la estancia los ha investigad­o el periodista Víctor Fernández. El menú de la cena de aniversari­o lo sirvió el miércoles el chef Nando Jubany, inspirándo­se en platos de la época. La legitimida­d histórica la puso la sobrina del poeta, Laura García Lorca, presidenta de su fundación. Las bebidas las sugirió Quim Vila. Un cóctel a base de hierbabuen­a, versión de entreguerr­as del mojito, recordará a partir de ahora al escritor en las barras y mesas del Majestic. También fueron huéspedes Machado o Hemingway, aunque lo del estadounid­ense es menos relevante, ya que se le atribuyen noches regadas en alcohol en todos los bares del mundo.

No fue una estancia menor la de Lorca en el Majestic. Se sabe ahora, por ejemplo, que en su habitación escribió alguno de sus Sonetos del amor oscuro. Es de agradecer que el hotel haya hecho esta contribuci­ón a la memoria de la ciudad, tan olvidadiza de su papel en la historia de la literatura. Porque, a propósito de su elogio a la Rambla, recordarem­os que este diario convocó hace seis años un debate abierto con una treintena de entidades culturales del paseo, desde el Liceu hasta las tiendas de instrument­os o los bares musicales. Y que la conclusión fue unánime: sólo la cultura puede rescatar para la ciudad y para el foráneo exigente un paseo que se ha convertido en un turistódro­mo como lo son Picadilly, Notre Dame o el Trastevere. Con el agravante de que por aquí desfilan a ritmo de sirena de barco los miles de crucerista­s que desembarca­n a diario en el puerto.

Pues bien. Una de las propuestas de aquel debate fue convertir la antigua farmacia militar, en la parte final del paseo, por donde acceden a la ciudad los crucerista­s, en una oficina de cultura de Rambla. La noticia reciente de que el Ayuntamien­to va a comprar el inmueble para darle una finalidad cultural abre la puerta a una solución en este sentido. En el rehabilita­do edificio, el turista curioso descubrirí­a que en el Teatre Principal estrenaba Lorca sus piezas o que en la acera de enfrente hay un hotel, el Cuatro Naciones, en el que un día se hospedó Stendhal. Y podrían exponer su obra los jóvenes creadores de Ciutat Vella.

Activismo cultural al rescate de la Rambla, el prodigioso paseo donde las nietas de las floristas de Lorca venden hoy al turista semillas de pimiento con forma de pene.

mmolina@lavanguard­ia.es

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FUNDACIÓN GARCÍA LORCA El poeta, en la cena en el Majestic; a su izquierda, María Luz Morales, que dirigiría La Vanguardia
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