Lorca en la Rambla de los cruceristas
En el aniversario de la estancia de Lorca en el Majestic, en 1935, su sobrina leyó un elogio del poeta a la Rambla. Sólo la ‘okupación’ cultural puede rescatar un paseo donde las floristas venden hoy semillas de pimiento con forma de pene
De todos los escritores de las generaciones del 27 y del 98 es tal vez Federico García Lorca quien mejor resiste el paso del tiempo –y del carrusel enloquecido de leyes educativas. Su figura recobró hace dos años dimensión global gracias a la exposición que la Biblioteca Pública de Nueva York dedicó al poeta que ya anticipó en 1929 –como después lo haría Leopoldo María Panero– la devastación que iba a sufrir la ciudad de los rascacielos: “Si no son los pájaros / cubiertos de ceniza, / si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda, / serán las delicadas criaturas del aire / que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible” (Poeta en Nueva York).
Además de la neoyorquina, Lorca también vivió su pasión barcelonesa. Quién sabe. Quizás, de no haber sido asesinado tan joven, habría llegado a ambientar alguna obra mayor en la capital catalana. Pero que no llegara a hacerlo no quiere decir que no escribiera en y sobre Barcelona.
Suyas son estas líneas tan elogiosas sobre la Rambla: “Es la calle más alegre del mundo, donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año; la única calle del mundo que yo querría que no se acabara nunca”. Este fragmento en prosa se lo regaló el poeta a las floristas del paseo. Fue a finales de 1935, durante los cuatro meses que pasó en la ciudad por el estreno en el Principal de Doña Rosita la Soltera o el lenguaje de las flores.
Aquella aventura barcelonesa la ha rescatado ahora el hotel Majestic, donde se alojó Lorca . El establecimiento ha querido recordar el banquete con que la intelectualidad catalana le obsequió el 23 de diciembre de hace 80 años, con comensales como Josep Maria de Sagarra o la que después sería directora de La Vanguardia, María Luz Morales. Los detalles de la estancia los ha investigado el periodista Víctor Fernández. El menú de la cena de aniversario lo sirvió el miércoles el chef Nando Jubany, inspirándose en platos de la época. La legitimidad histórica la puso la sobrina del poeta, Laura García Lorca, presidenta de su fundación. Las bebidas las sugirió Quim Vila. Un cóctel a base de hierbabuena, versión de entreguerras del mojito, recordará a partir de ahora al escritor en las barras y mesas del Majestic. También fueron huéspedes Machado o Hemingway, aunque lo del estadounidense es menos relevante, ya que se le atribuyen noches regadas en alcohol en todos los bares del mundo.
No fue una estancia menor la de Lorca en el Majestic. Se sabe ahora, por ejemplo, que en su habitación escribió alguno de sus Sonetos del amor oscuro. Es de agradecer que el hotel haya hecho esta contribución a la memoria de la ciudad, tan olvidadiza de su papel en la historia de la literatura. Porque, a propósito de su elogio a la Rambla, recordaremos que este diario convocó hace seis años un debate abierto con una treintena de entidades culturales del paseo, desde el Liceu hasta las tiendas de instrumentos o los bares musicales. Y que la conclusión fue unánime: sólo la cultura puede rescatar para la ciudad y para el foráneo exigente un paseo que se ha convertido en un turistódromo como lo son Picadilly, Notre Dame o el Trastevere. Con el agravante de que por aquí desfilan a ritmo de sirena de barco los miles de cruceristas que desembarcan a diario en el puerto.
Pues bien. Una de las propuestas de aquel debate fue convertir la antigua farmacia militar, en la parte final del paseo, por donde acceden a la ciudad los cruceristas, en una oficina de cultura de Rambla. La noticia reciente de que el Ayuntamiento va a comprar el inmueble para darle una finalidad cultural abre la puerta a una solución en este sentido. En el rehabilitado edificio, el turista curioso descubriría que en el Teatre Principal estrenaba Lorca sus piezas o que en la acera de enfrente hay un hotel, el Cuatro Naciones, en el que un día se hospedó Stendhal. Y podrían exponer su obra los jóvenes creadores de Ciutat Vella.
Activismo cultural al rescate de la Rambla, el prodigioso paseo donde las nietas de las floristas de Lorca venden hoy al turista semillas de pimiento con forma de pene.
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