El valor de tener valor
El derrapaje de la junta directiva en Doha ha dejado en el alero el acuerdo de patrocinio con Qatar. No hay mal que por bien no venga, han pensado quienes reniegan de esa alianza, observando el nuevo escenario como una oportunidad, un regalo del destino para devolver al club a un carril que nunca debió abandonar. Dejarse llevar por esa corriente de opinión es tentador, pero si se verbaliza al lado de un economista experto en fútbol de élite, la idea dura menos que una pelota parada a la hora del recreo. Atacan con power points. Son imbatibles.
El fútbol ha cambiado demasiado en los últimos años, dicen, como para sobrevivir sin un patrocinador multimillonario. No hay club con ambiciones que no cuente con una ayuda externa en forma de saco de euros, siempre procedente de marcas vinculadas a países del golfo Pérsico, solventes en sus cuentas corrientes pero con regímenes políticos poco presentables. En el entorno del Barça esa asimetría provoca dilemas morales que a las masas sociales de sus competidores les trae sin cuidado. El único club grande que encontró un espónsor-milagro sin mochila cargada de mala conciencia fue el Manchester United con Chevrolet.
Quienes abrazan Qatar apelando a cuestiones de sostenibilidad como única vía para pagar los altísimos sueldos de las estrellas que ya se tienen (ojo, el 66% del presupuesto del Barça en el pasado ejercicio) y los fichajes de las que se quieren tener, instan al bando opositor a proponer alternativas creíbles. En la campaña electoral sobresalieron dos, hoy ya inconsistentes: una bebida energética exótica que debía llenar las arcas del club y que no superó ni la prueba del Google y una casa de apuestas (¿estaríamos aquí también rozando el larguero éticamente?) que nos ha colado
Quienes reniegan de la alianza con Qatar observan el nuevo escenario como un regalo del destino
una campaña a coste cero.
El escenario actual es el siguiente. La directiva lucha por restablecer los puentes negociadores con Qatar, mientras varios clubs europeos permanecen al acecho para cazar al vuelo una lluvia de millones que busca destino.
Es un momento trascendente. En un mundo ideal, los socios, no ya en asamblea sino en referéndum, por qué no, podrían votar entre dos modelos, el de la apuesta por acuerdos como el de Qatar para aspirar a todo (los mejores jugadores, el mejor estadio) o el de la camiseta limpia. La primera opción conviviría con la crítica más exigente porque no hay otro consuelo que ganar para compensar todo lo demás. La segunda, renunciaría al carísimo peaje de algunas figuras y miraría a la Masia como surtidor principal, admitiendo que no todas las quintas regalan tipos como Messi o Iniesta. La impaciencia, el más inherente de los elementos del ADN del socio, sería reprimida, pero se podría presumir de valores sin que se te escapase la risa o la vergüenza. ¡Ah! Y subirían los abonos. ¿Quién ganaría?