Arrollador triunfo de los nacionalcatólicos en Polonia
Ley y Justicia logra el 39% de los votos y releva a los liberales en el poder
La oposición nacional-católica obtuvo ayer una arrolladora victoria en las elecciones parlamentarias, desplazando al gobierno liberal a la oposición y logrando con toda probabilidad la mayoría absoluta. De confirmarse los sondeos a pie de urna, por vez primera desde el inicio de la transición democrática en 1989, la izquierda socialdemócrata queda fuera del Parlamento.
Los sondeos a pie de urna conceden a Ley y Justicia un 39% de votos, muy por delante de la liberal Plataforma Cívica, con un 23%. A los dos grandes partidos les sigue el movimiento extremista populista (9%), que encabeza el rockero Kukiz, una versión de indignados polacos, los liberales europeístas (7%) y agrarios (5%).
La campaña hostil al Gobierno liberal llevada a cabo por Ley y Justicia, sostenida sin tregua durante años, finalmente ha resultado eficaz. En los últimos meses los nacionalistas católicos han venido cabalgando sobre la ola de creciente popularidad desde que el mayo pasado su casi desconocido candidato Andrzej Duda, contra todo pronostico, se proclamara presidente de la República.
La victoria de Duda probó la eficacia de la táctica del veterano líder nacional-católico Jaroslaw Kaczynski. Hombre más odiado que querido en Polonia, debido a su extremismo y capacidad de generar antagonismos a lo largo de los 25 años de democracia renacida, Kaczynski supo retirarse a hacer política desde la retaguardia y buscar caras nuevas, jovenes y amables para la vitrina. De repente los nacional-católicos, que en los últimos ocho años parecían condenados a ser la feroz pero eterna oposición del gobierno liberal, incapaz de superar el techo de un 25% del electorado más fiel, despegaron en los sondeos y llevaron a la liberal Plataforma Cívica a la desmoralización.
Contaron con un aliado. Porque aunque en Polonia el grueso del poder ejecutivo reside en el Gobierno, el flamante presidente Duda se puso abiertamente de lado de Ley y Justicia y demostró que su misión era preparar su triunfo en las elecciones legislativas. Hizo propaganda del “cambio positivo” y anunció una serie de proyectos que revertían las reformas liberales –entre ellos el aplazamiento de la edad de jubilación–, y ninguneó al Gobierno, con cuya presidenta Ewa Kopacz no quiso entrevistarse ni una vez.
De cara a los comicios legislativos Kaczynski repitió la maniobra. En lugar de encabezar la lista de su partido para ocupar la jefatura de Gobierno, buscó otro rostro amable y nombró candidata a la tan fiel como gris diputada Beata Szydlo. A lo largo de una intensa campaña, que permitió ver la inusual imagen de las dos mujeres rivales –la primer ministra Ewa Kopacz y Szydlo– enfrentarse dos veces en sendos debates de televisión, los sondeos de intención de voto invariablemente ya ponían en cabeza a los nacionalcatólicos, siempre con un 10% por delante.
Orquestando la campana desde la segunda fila Kaczynski recurrió a todo tipo de argumentos para movilizar al electorado menos favorecido con el progreso económico, menos culto y más avanzado en edad, y dispuesto a prestar oídos sordos al evidente éxito económico de Polonia, que en los últimos ocho años ha crecido un 26%. Un mensaje de mejora que el Gobierno fue incapaz de hacer llegar a la mayoría de ciudadanos.
Los planes autoritarios de los nacional-católicos, contenidos en su proyecto de nueva Constitución, motivaron que la habitualmente comedida jefa de Gobierno Kopacz dirigiera una inusitada advertencia de que había que poner freno al “fanatismo medieval” y un “Estado confesional”.
Por su parte, con el auge del nacionalismo y el desgaste del apoyo al gobierno, la izquierda socialdemócrata perdió fuelle.
Los liberales fallan en transmitir la evidente mejora económica que han supuesto sus ocho años en el Gobierno