El idealismo, para los políticos
VÍCTOR Grífols ha anunciado en los últimos días que traslada a Dublín las tres cuartas partes de su importante grupo farmacéutico por motivos tributarios y regulatorios. La compañía, una de las líderes mundiales de hemoderivados, mantendrá el cuartel general en Sant Cugat, pero se lleva a la isla de Irlanda la política comercial, la actividad de I+D, la gestión de la tesorería y la división de bioscience, que es, sin duda, la más relevante de su negocio.
No se trata de una buena noticia para el país, aunque puede que lo sea para su propietario y los accionistas porque aumentarán sus ingresos: el impuesto de sociedades pasará del 28% de España al 12,5% de Irlanda. Supongo que Andreu Mas-Colell, una de las personas que desde el gobierno catalán han luchado más denodadamente para proteger la investigación a pesar de la política de recortes, se habrá disgustado con la decisión. Pero el presidente de la empresa lo tiene claro: Grifols es una compañía global y ubica sus operaciones donde le es más conveniente para su negocio. Faltaría más. La noticia puede haber sorprendido, porque Víctor Grífols había manifestado ilusión por el proceso soberanista que se vive en Catalunya. Durante la inauguración de una planta en Parets, le dijo a Artur Mas: “President, tire adelante y no se arrugue”. Más claro, imposible.
En Catalunya, el armario donde se cuelga la bandera y la cómoda donde se guarda la cartera acostumbran a estar alejados, ni siquiera comparten habitación, pero sorprende la decisión, aunque el dinero entiende poco de lírica. Luciano De Crescenzo, en su Historia de la filosofía, distinguía entre la sabiduría, “que no es otra cosa que el sentido común”, y el idealismo, “que representa la creencia en un mundo mejor”. Víctor Grífols es un hombre culto y con toda seguridad habrá leído a De Crescendo, así que el idealismo lo deja para los políticos.