El barrio del fracaso sueco
Kronogården, donde se produjo el ataque a la escuela, ejemplifica la falta de integración
Guillermo llegó el viernes a la escuela sin mochila, cabizbajo y sujetando una vela. Tiene 9 años y vive en el barrio de Kronogården, en la ciudad de Tröllhattan. Guillermo, de madre sueca y padre ecuatoriano, no fue a clase en todo el día. El jueves, mientras veía una película junto a sus compañeros de clase, un joven se paseaba por el edificio empuñando una espada y con una máscara que recordaba a La guerra de las galaxias. Mató a un alumno de 15 años, a un profesor e hirió a dos personas más. Fue abatido a tiros por la policía.
La primera reacción en el país escandinavo fue de incredulidad. Se trataba de un ataque racista. Pero en las últimas semanas han ardido varios edificios de refugiados a lo largo del país. El criminólogo de la Universidad de Estocolmo, Felipe Estrada, cree necesario tener en cuenta estos ataques para entender lo ocurrido en Trollhättan. Las características sociales y étnicas de Kronogården explicarían por qué el asesino, que vivía en otro vecindario, fue hasta allí.
“Este barrio es el ejemplo del fracaso de la integración en Suecia”, dice la madre de Guillermo, Carlota Mellgren. La mayoría de los alumnos de la escuela son de origen extranjero. “Por esta razón ese loco escogió este lugar”, dice.
Tras el ataque, Kronogården se ha convertido en un hervidero de periodistas, policías y gente que viene de otras partes de la ciudad. Llegan, dejan una flor en el memorial improvisado frente al edificio y, tras un rato, se van. Algunas familias del barrio, a lo lejos, interrumpen el paseo para observar cómo se repite la escena, una y otra vez. Una joven rubia espera mientras su acompañante enciende una vela. Se llama Jennie Ryding, vive en otro barrio y reconoce que no viene mucho por aquí. Considera que lo ocurrido es aterrador. “Y lo peor es que estas ideas racistas cada vez están más extendidas”, dice. Ryding se refiere al auge del partido de extrema derecha Demócratas Suecos, actualmente la tercera fuerza en el Parlamento.
Tras el ataque, Trollhättan, una ciudad de 50.000 habitantes, se ha convertido en un pueblo. Todo el mundo tiene algún vínculo con la escuela. Sentada en una mesa de la cafetería de la universidad, una estudiante cuenta cómo conoció al asesino. Su nombre es Nidah Nagi y tiene raíces paquistaníes. Creció en el barrio de Kronogården, pero sus padres se mudaron cuando tenía 10 años. Fueron a uno de los barrios ricos. En clase, Nagi era la única alumna de origen extranjero. Los primeros meses fueron un mar de lágrimas. “Ni yo quería integrarme ni ellos me aceptaban”, recuerda. Pero a medida que la conocieron todo fue a mejor.
Sin embargo, hay alguien que casi nunca le dirigió la palabra. Se trata de la misma persona que años más tarde, concretamente el pasado jueves, entró en la escuela donde Nagi pasó su infancia empuñando una espada y con una máscara que recordaba a La guerra de las galaxias.
A Nagi, de raíces paquistaníes, no le hablaba un compañero: el mismo que el jueves mató a dos personas