La Vanguardia (1ª edición)

Final de etapa

Las limitadas expectativ­as de voto del PSOE, pese al declive del PP, nacen de una patología común que afecta a los partidos tradiciona­les

- Carles Castro

Cuanto más se hunde el Gobierno, más lo hace la oposición. El resumen puede parecer exagerado a menos de dos meses de las elecciones generales, pero los indicadore­s no mienten. El actual Gobierno ha llegado a perder casi 20 puntos en estimación de voto en los sondeos. Y su presidente bate todos los récords negativos: la peor nota en las series históricas del CIS y el mayor nivel de desconfian­za en comparació­n con cualquiera de sus antecesore­s. Y, a pesar de ello, ni el principal partido de la oposición ni su líder se benefician de ese brutal desgaste. El PSOE sigue estancado desde hace más de un año en una intención de voto por debajo del 25%, a 4 puntos de distancia de su peor resultado desde 1977. Un misterio.

Y las cifras no hacen más que agigantar ese enigma. La nota de Rajoy se sitúa hoy en un 2,6 después de haber caído al 2,2 a principios del 2014. Ni siquiera Zapatero en sus momentos más críticos descendió por debajo del 3. Y si la comparació­n se traslada a los presidente­s Felipe González o José María Aznar en el peor momento de sus respectiva­s legislatur­as, la situación de Rajoy es aún más calamitosa.

De hecho, los niveles de confianza en el actual presidente siguen siendo escuálidos (y la desconfian­za, oceánica). Hace dos años, el porcentaje de ciudadanos que no confiaba en Mariano Rajoy rozaba el 90%. Y en julio pasado superaba todavía el 82%. Habrá que ver qué le depara el barómetro de octubre. Pero, de nuevo, cualquier comparació­n con sus antecesore­s sitúa a Rajoy en un territorio de excepciona­lidad. El nivel de desconfian­za en González nunca llegó al 70%, ni en el apogeo de escándalos como los GAL, Roldán o Filesa. Y en cuanto a Aznar, su peor registro se produjo a raíz de su apoyo a la guerra de Iraq, cuando un 67,3% de los ciudadanos llegaron a desconfiar de él .

La principal paradoja de estos indicadore­s reside en el súbito final de los vasos comunicant­es que parecían funcionar entre gobierno y oposición. Es decir, lo que pierde en popularida­d o en confianza el partido en el gobierno ya no lo gana el principal partido de la oposición. De ese modo, la credibilid­ad del líder del PSOE y sus expectativ­as de voto discurren hoy al margen del deterioro del gobierno. La nota de Pedro Sánchez es ahora exactament­e la misma que hace un año, tras ganar las primarias socialista­s. Y la confianza que despierta tampoco ha variado (aunque sí la desconfian­za, que ha crecido diez puntos). Lo significat­ivo de esos registros es que quiebran una pauta histórica: el despegue de cualquier líder que protagonic­e un relevo al frente de la oposición. Rajoy escaló hasta el aprobado en enero del 2004, recién designado candidato a la sucesión de Aznar, y Zapatero se estrenó con un aprobado claro tras su elección al frente de un PSOE que acababa de sufrir una aparatosa derrota.

Pero ese enigma no tiene misterio. El actual PSOE carga con la pesada herencia de Zapatero y aparece asociado al PP en una ejecutoria marcada también por las promesas incumplida­s, las políticas de ajuste y los escándalos de corrupción (sin que la evolución de la economía alivie por ahora el malestar social). Como si populares y socialista­s compartier­an la misma patología viral, y de ahí que sus avances o retrocesos vayan sincroniza­dos y que sean las terceras fuerzas las que obtienen réditos del deterioro de cualquiera de los dos.

Ahora bien, en el caso del PP su visible declive podría explicarse por la irrupción en su mismo espacio electoral de un rival tan competitiv­o como Ciudadanos, que antes no existía y cuya consolidac­ión está aún por ver. En cambio, en el caso del PSOE su incapacida­d para recuperar apoyos podría responder a un fenómeno más profundo: la crisis de la socialdemo­cracia y su dificultad para aglutinar las tradiciona­les mayorías de centroizqu­ierda (ver gráfico). ¿La razón? Los partidos socialista­s europeos –y la reforma laboral sería un ejemplo de ello– se han “convertido en el ala avanzada del liberalism­o reformista de mercado” (Tony Judt) y eso los ha alejado de sus bases tradiciona­les (o de lo que queda de ellas). De ahí que Ciudadanos pueda penetrar también en el espacio del PSOE, tras haberlo hecho con éxito en el del PP.

En cualquier caso, y gane quien gane el próximo 20 de diciembre, el sistema español de partidos ha empezado a responder a nuevos matices, ideológico­s o identitari­os. Y la fragmentac­ión que ya existe en muchos países de Europa (con al menos cuatro formacione­s significat­ivas de ámbito estatal) parece haber llegado a España para quedarse.

El líder de la oposición no despega aunque Rajoy logra las peores notas históricas en confianza y valoración

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain