Final de etapa
Las limitadas expectativas de voto del PSOE, pese al declive del PP, nacen de una patología común que afecta a los partidos tradicionales
Cuanto más se hunde el Gobierno, más lo hace la oposición. El resumen puede parecer exagerado a menos de dos meses de las elecciones generales, pero los indicadores no mienten. El actual Gobierno ha llegado a perder casi 20 puntos en estimación de voto en los sondeos. Y su presidente bate todos los récords negativos: la peor nota en las series históricas del CIS y el mayor nivel de desconfianza en comparación con cualquiera de sus antecesores. Y, a pesar de ello, ni el principal partido de la oposición ni su líder se benefician de ese brutal desgaste. El PSOE sigue estancado desde hace más de un año en una intención de voto por debajo del 25%, a 4 puntos de distancia de su peor resultado desde 1977. Un misterio.
Y las cifras no hacen más que agigantar ese enigma. La nota de Rajoy se sitúa hoy en un 2,6 después de haber caído al 2,2 a principios del 2014. Ni siquiera Zapatero en sus momentos más críticos descendió por debajo del 3. Y si la comparación se traslada a los presidentes Felipe González o José María Aznar en el peor momento de sus respectivas legislaturas, la situación de Rajoy es aún más calamitosa.
De hecho, los niveles de confianza en el actual presidente siguen siendo escuálidos (y la desconfianza, oceánica). Hace dos años, el porcentaje de ciudadanos que no confiaba en Mariano Rajoy rozaba el 90%. Y en julio pasado superaba todavía el 82%. Habrá que ver qué le depara el barómetro de octubre. Pero, de nuevo, cualquier comparación con sus antecesores sitúa a Rajoy en un territorio de excepcionalidad. El nivel de desconfianza en González nunca llegó al 70%, ni en el apogeo de escándalos como los GAL, Roldán o Filesa. Y en cuanto a Aznar, su peor registro se produjo a raíz de su apoyo a la guerra de Iraq, cuando un 67,3% de los ciudadanos llegaron a desconfiar de él .
La principal paradoja de estos indicadores reside en el súbito final de los vasos comunicantes que parecían funcionar entre gobierno y oposición. Es decir, lo que pierde en popularidad o en confianza el partido en el gobierno ya no lo gana el principal partido de la oposición. De ese modo, la credibilidad del líder del PSOE y sus expectativas de voto discurren hoy al margen del deterioro del gobierno. La nota de Pedro Sánchez es ahora exactamente la misma que hace un año, tras ganar las primarias socialistas. Y la confianza que despierta tampoco ha variado (aunque sí la desconfianza, que ha crecido diez puntos). Lo significativo de esos registros es que quiebran una pauta histórica: el despegue de cualquier líder que protagonice un relevo al frente de la oposición. Rajoy escaló hasta el aprobado en enero del 2004, recién designado candidato a la sucesión de Aznar, y Zapatero se estrenó con un aprobado claro tras su elección al frente de un PSOE que acababa de sufrir una aparatosa derrota.
Pero ese enigma no tiene misterio. El actual PSOE carga con la pesada herencia de Zapatero y aparece asociado al PP en una ejecutoria marcada también por las promesas incumplidas, las políticas de ajuste y los escándalos de corrupción (sin que la evolución de la economía alivie por ahora el malestar social). Como si populares y socialistas compartieran la misma patología viral, y de ahí que sus avances o retrocesos vayan sincronizados y que sean las terceras fuerzas las que obtienen réditos del deterioro de cualquiera de los dos.
Ahora bien, en el caso del PP su visible declive podría explicarse por la irrupción en su mismo espacio electoral de un rival tan competitivo como Ciudadanos, que antes no existía y cuya consolidación está aún por ver. En cambio, en el caso del PSOE su incapacidad para recuperar apoyos podría responder a un fenómeno más profundo: la crisis de la socialdemocracia y su dificultad para aglutinar las tradicionales mayorías de centroizquierda (ver gráfico). ¿La razón? Los partidos socialistas europeos –y la reforma laboral sería un ejemplo de ello– se han “convertido en el ala avanzada del liberalismo reformista de mercado” (Tony Judt) y eso los ha alejado de sus bases tradicionales (o de lo que queda de ellas). De ahí que Ciudadanos pueda penetrar también en el espacio del PSOE, tras haberlo hecho con éxito en el del PP.
En cualquier caso, y gane quien gane el próximo 20 de diciembre, el sistema español de partidos ha empezado a responder a nuevos matices, ideológicos o identitarios. Y la fragmentación que ya existe en muchos países de Europa (con al menos cuatro formaciones significativas de ámbito estatal) parece haber llegado a España para quedarse.
El líder de la oposición no despega aunque Rajoy logra las peores notas históricas en confianza y valoración