La Vanguardia (1ª edición)

Empoderar a la mujer

- Joaquín Luna

Hay ahora pocos premios periodísti­cos en España y ya sólo confío en que los Amigos del Crustáceo instituyan un galardón al artículo más tonto sobre las virtudes del percebe de uña, tonto del bote y sabroso.

La crisis está acabando con los toros en provincias y los premios periodísti­cos en las capitales de provincia. De noche me entero –la noche es fuente de noticias, aunque hoy, con tanta tertulia, los periodista­s madrugan como si fueran matarifes, luceros del alba o agentes de aduanas– de que un gran banco va a crear un premio periodísti­co, muy bien dotado, para fomentar “el empoderami­ento de la mujer”. –¡Un premio que nunca te darán! La amiga Mireia se ríe y con razón. ¿Cómo voy a ganar un premio sobre el empoderami­ento de la mujer si lo primero que me vino a la cabeza fue que esas cosas no se hacen ni a una mujer casada ni a un hipster de Falset?

La Real Academia Española, en cambio, acepta empoderar: “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorec­ido”. He aquí el problema: hay una confabulac­ión ibérica en la pomada de las letras para dar jabón a la mujer, como si fueran débiles y un poco incapaces. ¿Del machismo al paternalis­mo?

Yo, claro, nunca ganaré ese premio –que podría llevar el nombre de María Luz Morales, directora de La Vanguardia– porque entre empoderar ala mujer y compartir un plato de percebes con una señora, prefiero lo segundo, sobre todo si es estupenda y se vale por sí misma. Escribir esto está mal visto, pero a uno le puede la tontería, los percebes y las señoras inteligent­es que se chupan los dedos con un señor tonto y un bicho tonto.

Ya no estoy a tiempo de empoderar a nadie, pero brindo por la iniciativa aunque la veo sexista: ¿cómo va a ganar una mujer un galardón destinado a hacer poderosas a las demás mujeres? Uno imagina que sólo los señores, los señores periodista­s, escritores, cineastas o valenciano­s, recibirán el premio, lo que no deja de tener su miga y su contradicc­ión. Es hablar por hablar: se lleva loar la condición femenina, igual que las hojas parroquial­es –y el gremio de los zapateros– exaltan a san Crispín.

Mi sueño es que el premio contemple un accésit al artículo más denigrante o a la peor trayectori­a periodísti­ca en defensa de las mujer del siglo XXI siempre y cuando la retribució­n no consista en una pira donde las defensoras y los defensores del empoderami­ento se diviertan mientras el elegido, hombre antiguo, se arrepiente de sus pecados y promete in extremis casarse, vivir en pareja o escribir siempre “los calagurrit­anos y las calagurrit­anas”.

Yo aviso: me fundiría la pasta del premio invitando a una baby pop a recorrer la costa amalfitana, que tanto gusta a las señoras que conozco y uno, en cambio, desconoce. Y así el empoderami­ento sería mutuo.

Imagino que el premio, bien dotado, para dar fuerza –y jabón– a la mujer lo ganará un hombre

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