Empoderar a la mujer
Hay ahora pocos premios periodísticos en España y ya sólo confío en que los Amigos del Crustáceo instituyan un galardón al artículo más tonto sobre las virtudes del percebe de uña, tonto del bote y sabroso.
La crisis está acabando con los toros en provincias y los premios periodísticos en las capitales de provincia. De noche me entero –la noche es fuente de noticias, aunque hoy, con tanta tertulia, los periodistas madrugan como si fueran matarifes, luceros del alba o agentes de aduanas– de que un gran banco va a crear un premio periodístico, muy bien dotado, para fomentar “el empoderamiento de la mujer”. –¡Un premio que nunca te darán! La amiga Mireia se ríe y con razón. ¿Cómo voy a ganar un premio sobre el empoderamiento de la mujer si lo primero que me vino a la cabeza fue que esas cosas no se hacen ni a una mujer casada ni a un hipster de Falset?
La Real Academia Española, en cambio, acepta empoderar: “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido”. He aquí el problema: hay una confabulación ibérica en la pomada de las letras para dar jabón a la mujer, como si fueran débiles y un poco incapaces. ¿Del machismo al paternalismo?
Yo, claro, nunca ganaré ese premio –que podría llevar el nombre de María Luz Morales, directora de La Vanguardia– porque entre empoderar ala mujer y compartir un plato de percebes con una señora, prefiero lo segundo, sobre todo si es estupenda y se vale por sí misma. Escribir esto está mal visto, pero a uno le puede la tontería, los percebes y las señoras inteligentes que se chupan los dedos con un señor tonto y un bicho tonto.
Ya no estoy a tiempo de empoderar a nadie, pero brindo por la iniciativa aunque la veo sexista: ¿cómo va a ganar una mujer un galardón destinado a hacer poderosas a las demás mujeres? Uno imagina que sólo los señores, los señores periodistas, escritores, cineastas o valencianos, recibirán el premio, lo que no deja de tener su miga y su contradicción. Es hablar por hablar: se lleva loar la condición femenina, igual que las hojas parroquiales –y el gremio de los zapateros– exaltan a san Crispín.
Mi sueño es que el premio contemple un accésit al artículo más denigrante o a la peor trayectoria periodística en defensa de las mujer del siglo XXI siempre y cuando la retribución no consista en una pira donde las defensoras y los defensores del empoderamiento se diviertan mientras el elegido, hombre antiguo, se arrepiente de sus pecados y promete in extremis casarse, vivir en pareja o escribir siempre “los calagurritanos y las calagurritanas”.
Yo aviso: me fundiría la pasta del premio invitando a una baby pop a recorrer la costa amalfitana, que tanto gusta a las señoras que conozco y uno, en cambio, desconoce. Y así el empoderamiento sería mutuo.
Imagino que el premio, bien dotado, para dar fuerza –y jabón– a la mujer lo ganará un hombre