Pies de barro
Desde hace unos años, un gran número de catalanes cree haber desconectado de España. No sabemos qué habrían conseguido como movimiento popular estricto, dado que han contado, no ya con el apoyo, sino con el liderazgo del presidente de la Generalitat y la colaboración intensa de todo tipo de entidades gubernamentales. Pues bien: de la misma manera que la colaboración entre el Govern y las bases civiles del movimiento independentista ha multiplicado la fuerza de esta corriente política (que ha obtenido un éxito importante, aunque corto, en las elecciones plebiscitarias del 27 -S), ahora es posible que pase lo contrario: Mas y su partido pueden convertirse en un lastre para el proceso. Un peso muerto.
Todos los actores del independentismo tenían constancia de la gangrena de Convergència. No le dieron importancia (nos pasa en la vida personal: a menudo borramos los aspectos negativos de amigos y familiares). Las miserias de CDC quedaron diluidas entre las olas emotivas del soberanismo. Todavía no sabemos cuál será el impacto político concreto de la detención del tesorero de Convergència y de la evidencia de que el 3% no era una maragallada sino una obscena realidad. No sabemos cuál será el desenlace político de los registros y de las actuaciones judiciales de esta semana en la sede de CDC. Pero cualquier observador que analice los hechos fríamente, sea cual sea su punto de vista ideológico, constatará que el impacto político de las investigaciones del joven juez Bosch de El Vendrell es enorme.
Ante las cámaras y micrófonos, los políticos soberanistas actúan como si no hubiera sucedido nada especialmente significativo. Pero este comportamiento responde a la fortísima inercia anterior. Sin embargo, el golpe que ha recibido “el procés” no tiene cura fácil a corto o a medio plazo: con los ingredientes de Junts pel Sí no podrá elaborarse una mayonesa aceptable. En realidad, la mayonesa de Junts pel Sí se cortó la noche del 27 de septiembre, cuando el recuento definitivo dio como resultado una victoria pírrica. La combinación de una victoria pírrica con los pozos negros de Convergència es políticamente demoledora. Quizás la demolición será visible pronto, quizás habrá que esperar al resultado de las elecciones generales de finales de año.
Pero la mayonesa de Junts pel Sí no servirá para lo que había sido pensada (el inicio de la desconexión real) y, por supuesto, no combinará bien con la CUP, el ingrediente exógeno con el que se pretendía elaborar la salsa de la independencia.
Los partidos de Junts pel Sí y su entorno mediático responden a su estilo: no aceptando ningún dato negativo de la realidad. El optimismo es una característica ciertamente llamativa del movimiento independentista. Siempre encuentran una excusa para justificar que los resultados no coincidan con las expectativas. Ocurrió con las elecciones que Mas convocó el año 2012: perdió muchos diputados, pero contraargumentaron que el conjunto de partidos favorables al “derecho a decidir” había recibido el mandato de convocar un referéndum. El gran argumento de los años 2013 y 2014 fue el “¡queremos votar!”. Lo explicaban así: “Las encuestas sostienen que un 80% de los catalanes quieren votar”. Vinieron las elecciones europeas de junio del 2014, que era la ocasión ideal para demostrar a Europa que los catalanes “querían votar”: y la participación subió, sí, pero al nivel de La Rioja. Europa no se enteró de las ganas de votar de los catalanes. Inasequible al desaliento, el tópico continuó: “El 80% quiere votar”. Llegó el 9-N del 2014: y votó aproximadamente un 43%. Meses más tarde, en las municipales del 2015, los partidos independentistas recibieron mensajes inquietantes como el de Santa Coloma de Gramanet: ni un concejal de ERC ni de CiU.
Los datos de la realidad daban siempre el mismo resultado: el soberanismo es muy potente, pero no excepcional. Y sin una fuerza excepcional no se puede impulsar una ruptura excepcional. Las grandes manifestaciones del Onze de Setembre generaban una gran euforia y un gran optimismo retórico, pero la realidad era visible para quien quería verla: el independentismo tiene un techo. Alto, sí, pero techo. Con la puntilla de las investigaciones del juez Bosch (imposible de manipular políticamente) y de la Fiscalía (ciertamente dirigida), el techo del independentismo muestra ahora un gran orificio. Irreparable a corto plazo. Optimista, el independentismo querrá no verlo, pero el boquete ahí está.
El independentismo cometerá un gran error de perspectiva si da por hecho que los pozos negros de Convergència quedan relativizados por las nuevas revelaciones del caso Gürtel: el 3% del PP. ¡Atención! El
La combinación de una victoria pírrica con los pozos negros de Convergència es políticamente demoledora
3% puede hacer caer en las próximas elecciones a todo un régimen. Yo estaba en Roma en 1993 cuando, a causa de las investigaciones de Manos Limpias, el PSI desapareció y la poderosísima DC quedó triturada: el día antes de las elecciones nadie lo creía posible. Se produzca o no tal hundimiento (dependerá de estos dos meses preelectorales), una cosa está clara: Correa, Rato, Bárcenas y Rajoy (podríamos añadir los socialistas Chaves, Griñán y compañía) llevan de la mano a Mas, Osàcar, Viloca y Rosell (¡sin olvidar a Millet!). La gran compañía de la vieja política será juzgada en bloque por la ciudadanía. Si no se desprende del lastre de Convergència, este juicio, guste o no, afectará al independentismo. Pero, por otro lado, sin Convergència, el independentismo pierde mucha fuerza. El gigante tenía pies de barro.