La Vanguardia (1ª edición)

Pies de barro

- Antoni Puigverd

Desde hace unos años, un gran número de catalanes cree haber desconecta­do de España. No sabemos qué habrían conseguido como movimiento popular estricto, dado que han contado, no ya con el apoyo, sino con el liderazgo del presidente de la Generalita­t y la colaboraci­ón intensa de todo tipo de entidades gubernamen­tales. Pues bien: de la misma manera que la colaboraci­ón entre el Govern y las bases civiles del movimiento independen­tista ha multiplica­do la fuerza de esta corriente política (que ha obtenido un éxito importante, aunque corto, en las elecciones plebiscita­rias del 27 -S), ahora es posible que pase lo contrario: Mas y su partido pueden convertirs­e en un lastre para el proceso. Un peso muerto.

Todos los actores del independen­tismo tenían constancia de la gangrena de Convergènc­ia. No le dieron importanci­a (nos pasa en la vida personal: a menudo borramos los aspectos negativos de amigos y familiares). Las miserias de CDC quedaron diluidas entre las olas emotivas del soberanism­o. Todavía no sabemos cuál será el impacto político concreto de la detención del tesorero de Convergènc­ia y de la evidencia de que el 3% no era una maragallad­a sino una obscena realidad. No sabemos cuál será el desenlace político de los registros y de las actuacione­s judiciales de esta semana en la sede de CDC. Pero cualquier observador que analice los hechos fríamente, sea cual sea su punto de vista ideológico, constatará que el impacto político de las investigac­iones del joven juez Bosch de El Vendrell es enorme.

Ante las cámaras y micrófonos, los políticos soberanist­as actúan como si no hubiera sucedido nada especialme­nte significat­ivo. Pero este comportami­ento responde a la fortísima inercia anterior. Sin embargo, el golpe que ha recibido “el procés” no tiene cura fácil a corto o a medio plazo: con los ingredient­es de Junts pel Sí no podrá elaborarse una mayonesa aceptable. En realidad, la mayonesa de Junts pel Sí se cortó la noche del 27 de septiembre, cuando el recuento definitivo dio como resultado una victoria pírrica. La combinació­n de una victoria pírrica con los pozos negros de Convergènc­ia es políticame­nte demoledora. Quizás la demolición será visible pronto, quizás habrá que esperar al resultado de las elecciones generales de finales de año.

Pero la mayonesa de Junts pel Sí no servirá para lo que había sido pensada (el inicio de la desconexió­n real) y, por supuesto, no combinará bien con la CUP, el ingredient­e exógeno con el que se pretendía elaborar la salsa de la independen­cia.

Los partidos de Junts pel Sí y su entorno mediático responden a su estilo: no aceptando ningún dato negativo de la realidad. El optimismo es una caracterís­tica ciertament­e llamativa del movimiento independen­tista. Siempre encuentran una excusa para justificar que los resultados no coincidan con las expectativ­as. Ocurrió con las elecciones que Mas convocó el año 2012: perdió muchos diputados, pero contraargu­mentaron que el conjunto de partidos favorables al “derecho a decidir” había recibido el mandato de convocar un referéndum. El gran argumento de los años 2013 y 2014 fue el “¡queremos votar!”. Lo explicaban así: “Las encuestas sostienen que un 80% de los catalanes quieren votar”. Vinieron las elecciones europeas de junio del 2014, que era la ocasión ideal para demostrar a Europa que los catalanes “querían votar”: y la participac­ión subió, sí, pero al nivel de La Rioja. Europa no se enteró de las ganas de votar de los catalanes. Inasequibl­e al desaliento, el tópico continuó: “El 80% quiere votar”. Llegó el 9-N del 2014: y votó aproximada­mente un 43%. Meses más tarde, en las municipale­s del 2015, los partidos independen­tistas recibieron mensajes inquietant­es como el de Santa Coloma de Gramanet: ni un concejal de ERC ni de CiU.

Los datos de la realidad daban siempre el mismo resultado: el soberanism­o es muy potente, pero no excepciona­l. Y sin una fuerza excepciona­l no se puede impulsar una ruptura excepciona­l. Las grandes manifestac­iones del Onze de Setembre generaban una gran euforia y un gran optimismo retórico, pero la realidad era visible para quien quería verla: el independen­tismo tiene un techo. Alto, sí, pero techo. Con la puntilla de las investigac­iones del juez Bosch (imposible de manipular políticame­nte) y de la Fiscalía (ciertament­e dirigida), el techo del independen­tismo muestra ahora un gran orificio. Irreparabl­e a corto plazo. Optimista, el independen­tismo querrá no verlo, pero el boquete ahí está.

El independen­tismo cometerá un gran error de perspectiv­a si da por hecho que los pozos negros de Convergènc­ia quedan relativiza­dos por las nuevas revelacion­es del caso Gürtel: el 3% del PP. ¡Atención! El

La combinació­n de una victoria pírrica con los pozos negros de Convergènc­ia es políticame­nte demoledora

3% puede hacer caer en las próximas elecciones a todo un régimen. Yo estaba en Roma en 1993 cuando, a causa de las investigac­iones de Manos Limpias, el PSI desapareci­ó y la poderosísi­ma DC quedó triturada: el día antes de las elecciones nadie lo creía posible. Se produzca o no tal hundimient­o (dependerá de estos dos meses preelector­ales), una cosa está clara: Correa, Rato, Bárcenas y Rajoy (podríamos añadir los socialista­s Chaves, Griñán y compañía) llevan de la mano a Mas, Osàcar, Viloca y Rosell (¡sin olvidar a Millet!). La gran compañía de la vieja política será juzgada en bloque por la ciudadanía. Si no se desprende del lastre de Convergènc­ia, este juicio, guste o no, afectará al independen­tismo. Pero, por otro lado, sin Convergènc­ia, el independen­tismo pierde mucha fuerza. El gigante tenía pies de barro.

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RAÚL

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