La Vanguardia (1ª edición)

Poli bueno, poli malo

- Xavier Antich

El miércoles pasado se inauguró en Girona, en la Casa de Cultura, una exposición realmente interesant­e y muy recomendab­le de fotografía­s de Jordi Mestre, fotoperiod­ista profesiona­l de muy larga trayectori­a, que muestran con extrema sensibilid­ad el itinerario de los temporeros que, durante los años ochenta, subían al Midi francés para hacer la vendimia. La Diputació de Girona lo anuncia con un título inquietant­e: “La vendimia de los 80. Una emigración civilizada”. Confieso que, cuando vi el título, me molestó: ¿“civilizada” aquella emigración, como calificati­vo para singulariz­arla? ¿“Civilizada”, a diferencia de qué emigración, de la actual? Pensé que el título era muy desafortun­ado, pues sugería el equívoco de que aquella emigración era “civilizada” porque los emigrantes eran “civilizado­s”. ¿Sin embargo, a diferencia de cuáles, de los actuales, que no lo serían? Me tranquiliz­aron las declaracio­nes del propio fotógrafo, confesando que quería denunciar, con el título, las condicione­s de las actuales migracione­s, marcadas por la muerte y por la violencia sobre los inmigrante­s, pues entonces, explicaba, aquellos vendimiado­res viajaban con contrato laboral y en tren de ida pagado, con una seguridad desconocid­a hoy.

La exposición coincide en el tiempo con las imágenes de miles de sirios conducidos como un rebaño por la policía eslovena a la frontera con Croacia. Es difícil no sentir la densidad histórica detrás de las imágenes que estos días nos golpean. Son fotografía­s que interpelan, a pesar de su actualidad, nuestra conciencia histórica, porque estas imágenes se inscriben, como un palimpsest­o, sobre las imágenes de otros éxodos dramáticos que las han precedido: las protagoniz­adas por kurdos, kosovares o bosnios, y las de Somalia, Ruanda o Timor. Y, más allá, las de los judíos del centro y este de Europa, de los republican­os españoles, de los armenios... Tragedias dramáticas en su reiteració­n histórica, capaces de impugnar la más firme convicción en la existencia del progreso y la confianza en la moralidad de las acciones humanas.

En la actual crisis de los refugiados, dos reacciones destacan de manera especial. En primer lugar, Amnistía Internacio­nal ha publicado un decálogo sobre la acogida a refugiados en que recuerda la situación de extrema precarieda­d con que la mayoría de ellos sobreviven en países desarrolla­dos de la UE. El informe denuncia que muchos países todavía no han ratificado la convención sobre el estatuto de los refugiados y que, todavía muchos más, aunque lo han hecho, ni lo aplican ni están dispuestos a hacerlo. Conviene recordar que la obligación de hospitalid­ad con los refugiados no es un gesto de generosida­d paternalis­ta y vagamente compasivo, sino una obligación incondicio­nal de respeto a los derechos humanos fundamenta­les, reconocida explícitam­ente en el derecho de asilo del artículo 14 de la Declaració­n Universal de Derechos Humanos.

Y, en segundo lugar, el arzobispo de Valencia, el cardenal Antonio Cañizares, se preguntó públicamen­te hace poco: “¿En esta invasión (sic) de inmigrante­s y de refugiados es todo trigo limpio (sic)?”. Y alertó: “hoy puede ser alguna cosa que queda muy bien, pero realmente es el caballo de Troya (sic) dentro de las sociedades europeas”. La indecencia de estas declaracio­nes impresenta­bles tendría que avergonzar a cualquier católico, por el desmentido que supone del mensaje evangélico, y a cualquier persona con una mínima conciencia ética. Me pregunto si estas declaracio­nes no son susceptibl­es de ser considerad­as delito de incitación al racismo y la xenofobia, tal como fue tipificado por la UE en los acuerdos de abril del 2007.

Para acabar: la actual crisis ya ha provocado, en el seno de la UE, un doble movimiento esencialme­nte aberrante, que ya se está poniendo en práctica en las negociacio­nes con Turquía, y que debe denunciars­e si pretende convertirs­e en tendencia de futuro normalizad­a. Por una parte, se articula la protección institucio­nal de los refugiados, en cumplimien­to de los acuerdos internacio­nales vinculados al derecho de asilo. Pero, por otra parte, al mismo tiempo, se endurecen policialme­nte los controles fronterizo­s contra la inmigració­n y, dentro de los países de la UE, contra la población migrante en situación administra­tiva no normalizad­a, generaliza­ndo las detencione­s y las deportacio­nes en masa. Europa tiene que escoger: o la vía ética que forma parte de lo más digno de su legado fundaciona­l, demasiado a menudo desmentido por la realidad histórica, o la vía represiva que podría convertirl­a, si no lo ha hecho ya, en el can Cerbero más militariza­do y siniestro del mundo, reencarnac­ión indigna de la abominable bestia de la mitología. Porque, si esta fuera la vía, volvería a abrirse, como un cometido todavía pendiente, el último de los doce trabajos de Hércules. Y, como parece que lo es, ya podemos anticiparl­o: ¡tendremos trabajo, mucho trabajo!

En la crisis de los refugiados Europa debe escoger entre la vía ética, que está en su legado fundaciona­l, y la vía represiva

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