Poli bueno, poli malo
El miércoles pasado se inauguró en Girona, en la Casa de Cultura, una exposición realmente interesante y muy recomendable de fotografías de Jordi Mestre, fotoperiodista profesional de muy larga trayectoria, que muestran con extrema sensibilidad el itinerario de los temporeros que, durante los años ochenta, subían al Midi francés para hacer la vendimia. La Diputació de Girona lo anuncia con un título inquietante: “La vendimia de los 80. Una emigración civilizada”. Confieso que, cuando vi el título, me molestó: ¿“civilizada” aquella emigración, como calificativo para singularizarla? ¿“Civilizada”, a diferencia de qué emigración, de la actual? Pensé que el título era muy desafortunado, pues sugería el equívoco de que aquella emigración era “civilizada” porque los emigrantes eran “civilizados”. ¿Sin embargo, a diferencia de cuáles, de los actuales, que no lo serían? Me tranquilizaron las declaraciones del propio fotógrafo, confesando que quería denunciar, con el título, las condiciones de las actuales migraciones, marcadas por la muerte y por la violencia sobre los inmigrantes, pues entonces, explicaba, aquellos vendimiadores viajaban con contrato laboral y en tren de ida pagado, con una seguridad desconocida hoy.
La exposición coincide en el tiempo con las imágenes de miles de sirios conducidos como un rebaño por la policía eslovena a la frontera con Croacia. Es difícil no sentir la densidad histórica detrás de las imágenes que estos días nos golpean. Son fotografías que interpelan, a pesar de su actualidad, nuestra conciencia histórica, porque estas imágenes se inscriben, como un palimpsesto, sobre las imágenes de otros éxodos dramáticos que las han precedido: las protagonizadas por kurdos, kosovares o bosnios, y las de Somalia, Ruanda o Timor. Y, más allá, las de los judíos del centro y este de Europa, de los republicanos españoles, de los armenios... Tragedias dramáticas en su reiteración histórica, capaces de impugnar la más firme convicción en la existencia del progreso y la confianza en la moralidad de las acciones humanas.
En la actual crisis de los refugiados, dos reacciones destacan de manera especial. En primer lugar, Amnistía Internacional ha publicado un decálogo sobre la acogida a refugiados en que recuerda la situación de extrema precariedad con que la mayoría de ellos sobreviven en países desarrollados de la UE. El informe denuncia que muchos países todavía no han ratificado la convención sobre el estatuto de los refugiados y que, todavía muchos más, aunque lo han hecho, ni lo aplican ni están dispuestos a hacerlo. Conviene recordar que la obligación de hospitalidad con los refugiados no es un gesto de generosidad paternalista y vagamente compasivo, sino una obligación incondicional de respeto a los derechos humanos fundamentales, reconocida explícitamente en el derecho de asilo del artículo 14 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Y, en segundo lugar, el arzobispo de Valencia, el cardenal Antonio Cañizares, se preguntó públicamente hace poco: “¿En esta invasión (sic) de inmigrantes y de refugiados es todo trigo limpio (sic)?”. Y alertó: “hoy puede ser alguna cosa que queda muy bien, pero realmente es el caballo de Troya (sic) dentro de las sociedades europeas”. La indecencia de estas declaraciones impresentables tendría que avergonzar a cualquier católico, por el desmentido que supone del mensaje evangélico, y a cualquier persona con una mínima conciencia ética. Me pregunto si estas declaraciones no son susceptibles de ser consideradas delito de incitación al racismo y la xenofobia, tal como fue tipificado por la UE en los acuerdos de abril del 2007.
Para acabar: la actual crisis ya ha provocado, en el seno de la UE, un doble movimiento esencialmente aberrante, que ya se está poniendo en práctica en las negociaciones con Turquía, y que debe denunciarse si pretende convertirse en tendencia de futuro normalizada. Por una parte, se articula la protección institucional de los refugiados, en cumplimiento de los acuerdos internacionales vinculados al derecho de asilo. Pero, por otra parte, al mismo tiempo, se endurecen policialmente los controles fronterizos contra la inmigración y, dentro de los países de la UE, contra la población migrante en situación administrativa no normalizada, generalizando las detenciones y las deportaciones en masa. Europa tiene que escoger: o la vía ética que forma parte de lo más digno de su legado fundacional, demasiado a menudo desmentido por la realidad histórica, o la vía represiva que podría convertirla, si no lo ha hecho ya, en el can Cerbero más militarizado y siniestro del mundo, reencarnación indigna de la abominable bestia de la mitología. Porque, si esta fuera la vía, volvería a abrirse, como un cometido todavía pendiente, el último de los doce trabajos de Hércules. Y, como parece que lo es, ya podemos anticiparlo: ¡tendremos trabajo, mucho trabajo!
En la crisis de los refugiados Europa debe escoger entre la vía ética, que está en su legado fundacional, y la vía represiva