La Vanguardia (1ª edición)

El guardián del loco, loco Paral·lel

El sótano de un bar custodia la Creu de Sant Jordi de Paco Morán y otras ‘memorias de ultratumba’

- DOMINGO MARCHENA ÀLEX GARCIA (FOTO) Barcelona

El aparente olvido institucio­nal del Paral·lel, donde un símbolo como el teatro Arnau ha tenido que ser apuntalado para evitar que se caiga, contrasta con los recuerdos que la avenida más juerguista de Barcelona despierta todavía hoy entre sus vecinos. Numerosos particular­es guardan un tesoro que corre el riesgo de perderse: fotos, carteles, premios, registros sonoros... La plataforma Salvem l’Arnau considera que este histórico teatro, una vez rehabilita­do, sería un lugar ideal para albergar un museo donde depositar y consultar esos materiales.

Los nombres de muchos pequeños negocios –La Farándula, La Bohème, Folies Bergère– aluden al pasado glorioso de esta arteria, que llegó a competir con Broadway y Montmatre, y que fue y es el nexo de unión de tres barrios, el Raval, Poble Sec y Sant Antoni. Uno de estos locales nostálgico­s es el bar El loco, loco Paralelo. Está junto al teatro Victòria y su propietari­o, Paco Pàmies, de 60 años, es todo un personaje.

Aprendiz de actor, debutó en el teatro Moratín (hoy, la sala Luz de Gas) con “un papelito con frase”. Cree recordar que sólo decía en toda la función: “Abre la puerta, Jano”. Conoció a Félix Ángel Sancho Gracia “antes de que se convirtier­a en Sancho Gracia y antes de que Sancho Gracia se convirtier­a en Curro Jiménez”. También presenció los inicios en la escena de Joan Pera, Rosa Maria Sardà y, sobre todo, Paco Morán, del que fue la mano derecha durante 42 años. El legado sentimenta­l de este cómico genial –galardones, fotos familiares, cuadros, caricatura­s, contratos...– está custodiado hoy por Paco Pàmies, que tiene incluso la Creu de Sant Jordi “que la Generalita­t le regateó durante 30 años”. Su bar se llama precisamen­te El loco, loco Paralelo, en homenaje al primer gran éxito del actor, al que luego siguieron muchos más. En especial, La extraña pareja, que pulverizó todos los récords y lo convirtió a él y a Joan Pera en parte de la historia del Paral·lel.

Paco Pàmies fue, además de “un animal noctámbulo”, asesor y representa­nte, relaciones públicas y promotor de espectácul­os. Conoce mil anécdotas, la mayoría irreproduc­ibles. Sabe por qué una famosa folclórica no pudo trabajar en Barcelona durante 15 años. Leyó el telegrama que alguien muy poderoso le envió a una vedette, que –complacida y poco discreta– grapó el texto en la puerta de su camerino Una vez se encontró en un pasillo del Victòria con el agente de una estrella televisiva. Estaba en el suelo y acababa de sufrir un infarto. Lo sacó a la calle y le acompañó en taxi a un hospital. Por el camino, el agente se despojó de su cadena de oro, de su Rolex y de la cartera. También le dijo en qué lugar del camerino ocultaba el dinero. “Por favor, dáselo todo a mi mujer, por si no salgo de esta”, le dijo. “No te preocupes, se lo daré todo a X”, respondió él. “¡No, a esa no! ¡A la de verdad, la de Madrid!”.

Paco Pàmies figura en el apartado de agradecimi­entos de la exposición y del libro que el Centre de Cultura Contemporà­nia dedicó al Paral·lel en el 2012. Y no es de extrañar. El sótano de su bar alberga un sinfín de tesoros. Recuerdos de una jovencísim­a Mary Santpere, carteles originales de funciones de El Molino, diplomas y condecorac­iones de infinidad de artistas, incluida la joya de la corona: la Creu de Sant Jordi de su “hermano” Paco Morán, como él le llamaba en cartas y dedicatori­as. Cuando Paco Pàmies se casó, el actor le envió un regalo con este remitente: “De tu amante”.

Podría pasar horas hablando del Paral·lel, a veces con un poso de tristeza. “¡Cuántos artistas, grandes o humildes, se quedan solos a la hora de la verdad! ¿De qué sirven entonces los aplausos?”. Rememora el éxito tardío de Llàtzer Escarcelle­r, que Francesc Betriu hizo debutar en el cine a los 60 años. Murió en el 2010, con 94. Fue muy popular, apareció en series como Makinavaja o programas como Filiprim y Tres i l’astròleg. Tenía un pisito al lado de El Molino. Casi al final de su vida, cuando caminaba con un tacatá, en muchas terrazas no lo querían porque ocupaba una mesa todo el día con un cortado. Vivía solo. Paco Pàmies se alegró cuando lo vio en su bar. “Esta será su casa”, le dijo. Buen corazón y

“Cuántos artistas, grandes o humildes, se quedan solos al final; de qué sirven entonces los aplausos”

visión comercial. Era un imán. El público del teatro lo reconocía, le hacía fotos y le invitaba a consumicio­nes. “Al principio, las rechazaba, pero yo le pedí que no lo hiciera y le abrí una cuenta. Nunca más le volví a cobrar: le dejaron pagados más cafés de los que se hubiera podido tomar. Pobrecito, qué solo pasó sus últimos días. Míralo, ahí lo tengo”. Y Paco, el guardián de El loco, loco Paralelo, muestra una urna funeraria rodeada de flores. “Un día de estos tengo que llevar sus cenizas a Ribes de Freser, su pueblo”.

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Paco Pàmies, en el sótano, con infinidad de objetos personales, premios, fotos y recuerdos de artistas que tiene pendiente de catalogar y clasificar

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