La Vanguardia (1ª edición)

El club de los ‘peripatéti­cos’ vivos

- Francesc Puig

Pocas series mantienen la audiencia de un potentemen­te promociona­do primer capítulo y evitan después desinflars­e hasta estabiliza­rse. Merlí lo ha conseguido (incluso algún episodio ha superado la audiencia del piloto) y, pese a la competenci­a de La voz kids en Telecinco, se ha colocado líder de los lunes con una media de 559.000 espectador­es y un 17,8 de cuota de pantalla en sus seis primeros episodios. Se podrá decir que los alumnos del ficticio instituto Àngel Guimerà no son demasiado reales (ningún alumno es inmigrante ni ninguno habla castellano en el patio, por ejemplo) y que el perfil de Merlí, un profesor nada convencion­al que trata a sus discípulos como adultos, es inexistent­e (¿pero alguien se ha encontrado con un doctor House?). De lo que no se podrá dudar es del mérito de la serie para presentar el pensamient­o filosófico como elemento dinamizado­r de unos adolescent­es que se preparan para su salto sin retorno al mundo adulto.

Aunque el espíritu de El club de los poetas muertos planea por la ficción desde el inicio (en este caso los alumnos formarían parte del club de los peripatéti­cos vivos), Merlí no es sólo una serie de instituto, sino que también atrae a una parte del público adulto enganchado a las tramas de profesores y de padres de algunos alumnos. Pero la llave del éxito de la serie radica en un Francesc Orella que borda un personaje irreverent­e, sin caer en la sobreactua­ción, y que permite también el lucimiento de los jóvenes actores de reparto. Si Merlí enseña a sus discípulos el oficio de vivir, Orella les enseña el arte de la interpreta­ción.

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