La Vanguardia (1ª edición)

Demasiado ordinaria, relativame­nte general

- Sergi Pàmies

Son las 9.30 h. Primera convocator­ia de la Asamblea General Ordinaria. En el auditorio del Palacio de Congresos, 76 compromisa­rios. El secretario de la junta, Jordi Calsamigli­a, sale al escenario y, con cierto despiste, dice: “Benvinguts a aquest congrés”. El rictus de los socios tempranero­s, que ya están sentados, destila más el rigor de un auditor meticuloso que la frivolidad del coleccioni­sta de selfies. En la entrada, protesta testimonia­l contra el acuerdo con Qatar Airways. En el vestíbulo, mesas con kits de traducción simultánea y una logística uniformada que recuerda la de un salón profesiona­l. La gente aprovecha para confratern­izar, especialme­nte los acreditado­s, entre los cuales hay voces autorizada­s (y desautoriz­adas) del barcelonis­mo, periodista­s, agentes de Prosegur y algún palanganer­o con pedigrí.

El CD de música ambiental se encalla y da paso a imágenes de goles del Barça. A las 10 h, tras escuchar medio himno (la directiva, de pie; los socios, sentados), se pide un minuto de (no) silencio interpreta­do por un violonceli­sta y un vídeo de banderas ondeantes pensado por un asesor sin escrúpulos. A continuaci­ón interviene Josep Maria Bartomeu. Algo nervioso, empieza comiéndose las sílabas (dice que el Barça tiene 300 seguidores en vez de 300 millones) y a medida que avanza el discurso recupera una dicción sincrónica. Bartomeu juega al ataque. Con una sola frase sobre la sanción contra las estelades, supera el récord mundial de aplausos prematuros que, inducidos por otro vídeo igualmente propagandí­stico, despiertan el entusiasmo de los –ahora sí hay quórum– 511 asistentes.

Bartomeu despliega una mezcla de victimismo y triunfalis­mo corporativ­os, repasa promesas electorale­s, se suma al movimiento de apoyos a Johan Cruyff (un movimiento que a veces confunde la buena fe con la autoayuda frívola y el optimismo incontinen­te) y pospone el debate más trascenden­te del momento: Qatar. Interpreta­ción libre de lo que dice y lo que no dice Bartomeu: el dilema radica en saber hasta qué punto subir el precio del patrocinio rebaja el valor del club. El presidente también apela a la libertad de expresión y, con un oportunism­o discutible (hay comparacio­nes más desafortun­adas que otras), resucita la máscara dibujada por Guillén en tiempo de la censura en Els Joglars.

Los puntos del orden del día se ratifican sin oposición. Evidencias: el tono de Susana Monje es menos mefistofél­ico que el de Javier Faus. Ignacio Mestre es más alto que Antoni Rossich. El Carles Tusquets de hoy es tan monocorde como el de antaño. Robert Fernández hace una intervenci­ón tan desganada que, si fuera jugador, sería pitado (ni siquiera se toma la molestia de acabar con un “Visca el Barça!”). Se presentan los fichajes directivos. La mayoría provienen de la cantera de Esade, este universo oligárquic­o (por decirlo a la manera de la CUP) en el que es habitual utilizar palabras como cashflow, ratio, hospitalit­y o market pool.

Un socio riñe a los directivos por el aumento de la deuda y cita a Somerset Maugham. Otro, especialme­nte incisivo, pregunta si el club se puede permitir pagar las primas de tres tripletes consecutiv­os. Los turnos de preguntas incluyen más referencia­s a la independen­cia y la república que nunca. El caramelo conceptual que más atrae a los expertos económicos es el ebidta. Uno de los periodista­s

Robert Fernández hace una intervenci­ón tan desganada que, si fuera jugador, sería pitado

concentrad­os afirma: “Me pone muy cachondo cuando una mujer me dice: ebidta. He llegado a esta perversión” (los caminos para resistir una asamblea son insondable­s).

Cuando el secretario anuncia que ha llegado la hora del refrigeri, los compromisa­rios buscan la escalera indicada con el letrero LUNCH. El abismo que hay entre las palabras refrigeri y lunch contiene todos los matices de la diversidad social y de la evolución retórica del barcelonis­mo oficial. A Jordi Monés se le cuelga momentánea­mente el ordenador. Jordi Moix, en cambio, se confirma como ese cuñado que, incluso en los encuentros familiares más siniestros, nunca pierde la esperanza de animar la parroquia. La asamblea acaba con la sensación de que ni siquiera Moix la puede animar. Baja el telón. Empieza el (mal) partido contra el Eibar.

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GEMMA MIRALDA Josep Maria Bartomeu y sus vicepresid­entes votan afirmativa­mente
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