Demasiado ordinaria, relativamente general
Son las 9.30 h. Primera convocatoria de la Asamblea General Ordinaria. En el auditorio del Palacio de Congresos, 76 compromisarios. El secretario de la junta, Jordi Calsamiglia, sale al escenario y, con cierto despiste, dice: “Benvinguts a aquest congrés”. El rictus de los socios tempraneros, que ya están sentados, destila más el rigor de un auditor meticuloso que la frivolidad del coleccionista de selfies. En la entrada, protesta testimonial contra el acuerdo con Qatar Airways. En el vestíbulo, mesas con kits de traducción simultánea y una logística uniformada que recuerda la de un salón profesional. La gente aprovecha para confraternizar, especialmente los acreditados, entre los cuales hay voces autorizadas (y desautorizadas) del barcelonismo, periodistas, agentes de Prosegur y algún palanganero con pedigrí.
El CD de música ambiental se encalla y da paso a imágenes de goles del Barça. A las 10 h, tras escuchar medio himno (la directiva, de pie; los socios, sentados), se pide un minuto de (no) silencio interpretado por un violoncelista y un vídeo de banderas ondeantes pensado por un asesor sin escrúpulos. A continuación interviene Josep Maria Bartomeu. Algo nervioso, empieza comiéndose las sílabas (dice que el Barça tiene 300 seguidores en vez de 300 millones) y a medida que avanza el discurso recupera una dicción sincrónica. Bartomeu juega al ataque. Con una sola frase sobre la sanción contra las estelades, supera el récord mundial de aplausos prematuros que, inducidos por otro vídeo igualmente propagandístico, despiertan el entusiasmo de los –ahora sí hay quórum– 511 asistentes.
Bartomeu despliega una mezcla de victimismo y triunfalismo corporativos, repasa promesas electorales, se suma al movimiento de apoyos a Johan Cruyff (un movimiento que a veces confunde la buena fe con la autoayuda frívola y el optimismo incontinente) y pospone el debate más trascendente del momento: Qatar. Interpretación libre de lo que dice y lo que no dice Bartomeu: el dilema radica en saber hasta qué punto subir el precio del patrocinio rebaja el valor del club. El presidente también apela a la libertad de expresión y, con un oportunismo discutible (hay comparaciones más desafortunadas que otras), resucita la máscara dibujada por Guillén en tiempo de la censura en Els Joglars.
Los puntos del orden del día se ratifican sin oposición. Evidencias: el tono de Susana Monje es menos mefistofélico que el de Javier Faus. Ignacio Mestre es más alto que Antoni Rossich. El Carles Tusquets de hoy es tan monocorde como el de antaño. Robert Fernández hace una intervención tan desganada que, si fuera jugador, sería pitado (ni siquiera se toma la molestia de acabar con un “Visca el Barça!”). Se presentan los fichajes directivos. La mayoría provienen de la cantera de Esade, este universo oligárquico (por decirlo a la manera de la CUP) en el que es habitual utilizar palabras como cashflow, ratio, hospitality o market pool.
Un socio riñe a los directivos por el aumento de la deuda y cita a Somerset Maugham. Otro, especialmente incisivo, pregunta si el club se puede permitir pagar las primas de tres tripletes consecutivos. Los turnos de preguntas incluyen más referencias a la independencia y la república que nunca. El caramelo conceptual que más atrae a los expertos económicos es el ebidta. Uno de los periodistas
Robert Fernández hace una intervención tan desganada que, si fuera jugador, sería pitado
concentrados afirma: “Me pone muy cachondo cuando una mujer me dice: ebidta. He llegado a esta perversión” (los caminos para resistir una asamblea son insondables).
Cuando el secretario anuncia que ha llegado la hora del refrigeri, los compromisarios buscan la escalera indicada con el letrero LUNCH. El abismo que hay entre las palabras refrigeri y lunch contiene todos los matices de la diversidad social y de la evolución retórica del barcelonismo oficial. A Jordi Monés se le cuelga momentáneamente el ordenador. Jordi Moix, en cambio, se confirma como ese cuñado que, incluso en los encuentros familiares más siniestros, nunca pierde la esperanza de animar la parroquia. La asamblea acaba con la sensación de que ni siquiera Moix la puede animar. Baja el telón. Empieza el (mal) partido contra el Eibar.