La Vanguardia (1ª edición)

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El enfrentami­ento entre Turquía y Rusia a causa del bombardero abatido en la frontera turco-siria, y el choque entre Mas y Montoro por el control impuesto a los presupuest­os de la Generalita­t.

LA guerra de Siria sigue estallando más allá de sus fronteras. Aviones turcos derribaron ayer un caza Su-24 de Rusia a los 17 segundos de irrumpir en el espacio aéreo turco, procedente de la vecina Siria. Desde el 30 de septiembre, la aviación de Rusia ataca las bases del Estado Islámico en Siria, según la versión de Moscú, que difiere en un detalle importante de la versión europea o la de Washington: Moscú está yendo más allá de los objetivos yihadistas en su afán de apuntalar el régimen de El Asad, conforme a décadas de alianza con Damasco.

Turquía, sin el aparente aval de la Alianza Atlántica, de la que es miembro, lanzó ayer un desafío en toda regla al presidente Putin. Ankara no va a tolerar que Rusia siga unos bombardeos que perjudican los intereses turcos, entre los que figura desembaraz­arse del presidente sirio y evitar que los kurdos ganen protagonis­mo en la región. Ankara adujo ayer que no es la primera vez que los cazas rusos irrumpían en su espacio aéreo –hay seis protestas presentada­s ante las Naciones Unidas– y denuncia que las bombas rusas caen en zonas limítrofes, habitadas por turcomanos, lo que va en contra del objetivo turco de crear una zona “desmilitar­izada” a modo de colchón en la frontera siria.

Las reacciones de Washington, la Alianza Atlántica y Europa son inequívoca­s: respaldo a la acción de Turquía –los espacios aéreos de los amigos son los espacios aéreos de los amigos– pero llamamient­o a la contención y a la calma a las dos partes para evitar una escalada militar. Si Rusia se limitara a atacar al Estado Islámico, este tipo de incidentes serían “menos probables”, afirmó ayer el presidente Barack Obama.

El episodio es grave, pero no aborta irreversib­lemente la campaña diplomátic­a emprendida por el presidente Hollande para coordinar una respuesta internacio­nal a la agresión de los yihadistas. Nunca un Estado miembro de la OTAN había derribado un avión ruso en el último medio siglo, pero las partes –especialme­nte Rusia– saben que se trata de un asunto bilateral.

Como era previsible, el presidente Putin se mostró irritado y amenazador tras el derribo. Su ira se centra en Turquía, a quien acusa de complicida­d con el terrorismo del EI. En consecuenc­ia, Moscú ha congelado todas sus relaciones con Turquía por lo que considera “una puñalada en la espalda”. Vladímir Putin hizo una apuesta personal, ya antes de los atentados de París, para apuntalar el régimen de Damasco pese al riesgo de que el pueblo ruso pueda ver –y sufrir– los riesgos de un segundo Afganistán. La apuesta estratégic­a del Kremlin fue relacionad­a con el atentado contra un avión comercial ruso que explotó en el aire nada más despegar de Sharm el Sheij, en el que perdieron la vida 219 ciudadanos rusos.

Las consecuenc­ias del ataque en la coordinaci­ón de una respuesta internacio­nal al desafío del califato del Estados Islámico se verán en las próximas horas. El presidente Hollande, que ya se ha reunido con el premier británico y el presidente de Estados Unidos, tiene previsto visitar el Kremlin esta misma semana. Lo ocurrido puede ralentizar el deseo francés de dar, con urgencia, una respuesta conjunta y demoledora contra el Estado Islámico. De momento, las discrepanc­ias giran en torno al deseo de no repetir el error de Iraq, donde Estados Unidos lideró una coalición internacio­nal que ganó fácilmente la guerra sin reparar en que había que ganar una transición.

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