La Vanguardia (1ª edición)

Arquitectu­ras

- Antoni Puigverd

El anuncio de la desaparici­ón de Convergènc­ia, que pretende resurgir como el ave fénix de sus cenizas, coincidió con el cuadragési­mo aniversari­o de la muerte de Franco. La coincidenc­ia me recordado una de las grandes operacione­s políticas que Jordi Pujol impulsó en los primeros años de su partido: la absorción de importante­s sectores del franquismo sociológic­o catalán. En efecto, sin la contribuci­ón de muchos alcaldes del régimen, exponentes de los catalanes acomodados al franquismo, el núcleo inicial de Convergènc­ia, firmemente antifranqu­ista y catalanist­a, no habría podido convertirs­e en el “pal de paller” o eje catalán que Pujol dibujó y construyó.

Se acostumbra a describir el patchwork de la Convergènc­ia pujoliana teniendo en cuenta solamente las etiquetas ideológica­s (la socialdemo­cracia a la sueca y el socialcris­tianismo que Pujol encarnaba, el liberalism­o de Trias Fargas). Pero estas etiquetas (y otras, como el esencialis­mo de Raimon Galí) nos impiden captar el fondo realista de la arquitectu­ra de Pujol: la fusión de materiales antagónico­s. Los que habían mantenido la llama romántica de la catalanida­d en los tiempos oscuros se unían a aquellos que habían apagado tranquilam­ente esta llama para adaptarse y fructifica­r en la oscuridad.

En 1980, apelando al catalán medio, desideolog­izado, y encomendán­dose a San Pancracio (“salud y trabajo”), Pujol se presentó no como un nacionalis­ta apasionado, sino como un constructo­r dispuesto

Enterrando vivo al fundador, los convergent­es pretenden derribar el viejo edificio y alzar un partido nuevo

a edificar un partido y un país prescindie­ndo de etiquetas y aprovechan­do todo tipo de materiales. Aquel realismo contrastab­a con la fijación gauchista de Joan Raventós, quien, obsesionad­o por su izquierda (PSUC), ni se apercibió de la capacidad sugestiva del pragmatism­o. En 1984, Pujol había culminado el edificio con materiales más claramente procedente­s del franquismo sociológic­o: la ruina de la UCD permitió a Convergènc­ia convertirs­e en el voto refugio de los catalanes conservado­res y nacionalme­nte prosaicos.

Esta jugada de Pujol explica que el catalanism­o actual pueda describir el franquismo como algo extraño y opuesto a la catalanida­d, cuando es un hecho que, por razones muy diversas (entre ellas el miedo, el exilio y la represión, pero también el interés económico o las heridas de 1936), Catalunya se amoldó al régimen del dictador (lo describe magistralm­ente Joan Sales en la última parte de Incerta glòria).

Enterrando vivo al fundador, los convergent­es pretenden derribar el viejo edificio y alzar un partido nuevo. Es difícil que esto no sea más que una cosmética remodelaci­ón de fachada (como escribía ayer M. Dolores García). Y no sólo porque la corrupción es alargada, que también; sino porque, a diferencia de Pujol, que poseía una ideología fortísima pero conocía el país al dedillo, los actuales dirigentes parecen confundir la propaganda catalana con la realidad catalana. Y es sabido: el arquitecto más temible es el que confunde la maqueta para seducir al cliente con los planos del edificio.

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