La Vanguardia (1ª edición)

Mas ante Montoro

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ARTUR Mas, presidente de la Generalita­t, tuvo ayer palabras muy duras para el Gobierno central y, en particular, para su ministro de Hacienda y Administra­ciones Públicas, Cristóbal Montoro. Nada nuevo, si se quiere: el desencuent­ro domina las relaciones entre la Generalita­t y el Gobierno desde el inicio del proceso soberanist­a. Ambas partes son refractari­as al diálogo, y la escalada verbal es continua. Aun así, las palabras de ayer resonaron especialme­nte ásperas. Mas acusó a Montoro de jugar con fuego y usó términos como mentira, agresión, humillació­n y castigo. Se refería al control impuesto por el Gobierno a la ejecución del presupuest­o de la Generalita­t, basándose en la caída de su calificaci­ón crediticia, las discrepanc­ias sobre la contabiliz­ación de inversione­s por valor de 1.318 millones de euros, y determinad­as declaracio­nes sobre impago a farmacias o desacato a la ley. Estas tres razones llevaron al Gobierno a condiciona­r la entrega a la Generalita­t de 3.034 millones de euros adicionale­s del Fondo de Liquidez Autonómico (FLA). Según Mas, tal medida es una represalia política causada por los resultados del 27-S, que dieron mayoría parlamenta­ria a los soberanist­as de Junts pel Sí y la CUP, con menos del 50% de los votos. Añadió el president que tales medidas no eran sino una aplicación encubierta del artículo 155 de la Constituci­ón, que faculta al Gobierno para suspender una autonomía.

Artur Mas ha dado en las últimas semanas algunos pasos políticos que en esta página hemos criticado frontalmen­te, y uno de ellos es la decisión de llevar adelante su proceso independen­tista pasando por encima del ordenamien­to legal del Estado. Quien así actúa no debería sorprender­se ante ciertas conductas.

Dicho esto, creemos que el Gobierno no ha sido prudente al esgrimir un instrument­o económico, como es el FLA, en la brega política. Por distintos motivos. El primero, porque pretendien­do obstaculiz­ar el rumbo a Mas lo que hace es perjudicar al conjunto de los catalanes. El segundo, porque pudiendo averiguar y analizar el uso de los fondos en cuestión, y sancionarl­o si hubiera lugar para ello, opta por un sistema de control preventivo. Y, el tercero, porque esta ofensiva política no granjeará nuevos apoyos al Gobierno en Catalunya. Por el contrario, podría mermarlos.

Es lógico que el Gobierno estatal defienda la unidad de España y, a tal fin, combata el proyecto soberanist­a catalán. Está en su derecho. Pero dispone de varios medios para hacerlo, y le suponemos la habilidad para escoger los que sean más propicios para sus intereses y menos lesivos para el conjunto de los catalanes.

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