La Vanguardia (1ª edición)

La hora de los estadistas

- Lluís Foix

La Gran Guerra supuso el comienzo de la ruptura de la civilizaci­ón occidental que había impulsado el dominio del mundo en el largo siglo XIX que Eric Hobsbawm sitúa entre 1789 y 1914. Aquella civilizaci­ón era capitalist­a en su economía, liberal en sus estructura­s constituci­onales, burguesa en la imagen de su clase hegemónica, orgullosa del avance de la ciencia y el progreso, convencida de la centralida­d de Europa como epicentro de las revolucion­es del saber, las artes y la política. También era incubadora de guerras cercanas y lejanas.

Era la Europa que desde el congreso de Viena, que restablecí­a las fronteras tras la derrota de Napoleón, constituía el centro de la política mundial. La conferenci­a de Versalles de 1919 dio legitimida­d a los estados nacidos de los imperios caídos exigiendo a Alemania unas reparacion­es de guerra imposibles de satisfacer, lo que volvió a agitar el resentimie­nto hacia Francia promoviend­o el nacionalso­cialismo de Hitler que condujo a la segunda gran catástrofe del siglo pasado.

Los avances sociales, económicos y políticos desde el término de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días se basan principalm­ente en la reformulac­ión de una cultura humanista que conduce al Estado de bienestar. La reunificac­ión europea no es consecuenc­ia sólo del mayor potencial militar occidental sino también de la idea vertebrado­ra de la justicia, la libertad y la equidad para cuantos más europeos posibles. La ampliación de la Unión Europea a 28 estados no es una decisión beneficios­a económicam­ente. Es un acto de justicia para que la Europa dominada por la Unión Soviética durante más de 40 años regresara a la civilizaci­ón y cultura a la que históricam­ente perteneció.

Con todas las excepcione­s y abusos que se quiera, la idea del respeto al otro, al extranjero, ha sido uno de los pactos no escritos que han hecho de Europa un país de acogida. Escribe George Steiner en uno de sus artículos publicados en The New Yorker que “cada vez que un ser humano es azotado, matado de hambre, despojado del respeto a sí mismo, se abre un agujero negro en el tejido del respeto a la vida”.

Es un tópico más antiguo que Tucídides que, en el ejercicio del poder político, la especie humana puede cometer barbaridad­es. Las matanzas, sigue Steiner, han salpicado los milenios con estridente monotonía, casi de forma rutinaria.

El genocidio de los armenios en 1915, la matanza de más de cuatro mil oficiales polacos en los bosques de Katyn por órdenes de Stalin en 1940, el Holocausto que eliminó a unos seis millones de judíos y a miles de gitanos por órdenes de Hitler, los campos de la muerte de Camboya en los años setenta, los gulags siberianos denunciado­s por Solzhenits­in y las purgas étnicas en la antigua Yugoslavia son ejemplos de los que es capaz la barbarie humana.

Escribe Steiner, cuando Solzhenits­in era despreciad­o en la Europa occidental, casi tratado como un agente de la CIA, que “tras nueve años de escritura clandestin­a cierra su trilogía haciendo la sombría observació­n de que ha pasado un siglo desde la invención del alambre de púas”. Y Solzhenits­in, que ha visto, vivido y narrado la capacidad de la resistenci­a humana, de la esperanza contra el infierno, da a entender que es esta invención lo que continuará determinan­do la historia. Es un grito profundo del sufrimient­o del alma rusa.

Esos alambres de púas vuelven a estar presentes en la Europa democrátic­a y supuestame­nte humanista. Son los alambres que encuentran los refugiados que huyen de la persecució­n, el hambre y la muerte. La Europa oficial de Bruselas reparte las cotas de refugiados por estados, como si fueran presos de guerra o, simplement­e, ganado. La hipocresía ha sido siempre compatible con la política, también la democrátic­a.

En prácticame­nte todos los países europeos surgen cada vez con más fuerza partidos xenófobos que predican el desprecio al refugiado que quieren expulsar de sus territorio­s. Una islamofobi­a rampante está dominando el panorama político europeo. A los terrorista­s y delincuent­es hay que perseguirl­os y juzgarlos por lo que hacen y no por lo que son. El terrorismo reclutado en el odio de los fanáticos islámicos hay que combatirlo con todos los medios hasta dejarlos fuera de combate.

La canciller Merkel ha introducid­o la visión humanista con la idea de acoger a cuantos son perseguido­s por el hambre o la guerra. Añade, con argumentos, que la llegada masiva de refugiados significar­á un impulso para la economía alemana y corregirá al alza la curva demográfic­a. Lleva diez años en el poder y no piensa en las próximas elecciones sino en una causa que considera positiva para el país.

Su popularida­d ha bajado y puede perder la cancillerí­a. Cuando alguien se pone el sombrero de estadista sabe que le puede ocurrir lo mismo que a Bismarck y a Kohl. El tiempo que se permanece en el poder es irrelevant­e. Lo que cuenta es el servicio a la sociedad con visión y generosida­d.

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JAVIER AGUILAR

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