La Vanguardia (1ª edición)

Tiempo muerto

- Pilar Rahola

Aterrizo en Catalunya, después de una intensa semana argentina, y... me vienen ganas de volver a tierras andinas. Tal vez es la mirada lejana a que obliga todo viaje, que amplía lo importante, tanto como reduce lo banal. Además, estamos viviendo unos tiempos tan intensos y, al mismo tiempo, tan decepciona­ntes, que irse unos días oxigena el cerebro y quizás el alma. Sea como sea, Catalunya no está en su momento más glorioso, sino al contrario, chapotea en aguas poco profundas, y la distancia permite ver aquello que Monzó (en referencia a cuestiones más alegres) llamó la magnitud de la tragedia.

¡Qué desastre! Mirado desde lejos, el momento no puede ser más triste. Por una parte, el Estado ha desplegado tal nivel de represión legal que ha llegado al punto de una ignominios­a intervenci­ón económica. Hoy por hoy el Govern está vigilado por funcionari­os del Estado y no puede tomar ninguna decisión importante. Más que un Gobierno soberano, es una diputación intervenid­a. No llega ni a autonomía. Al tiempo, tenemos al president imputado penalmente y a la presidenta del Parlament y varios miembros de

Más que un Gobierno soberano, somos una diputación intervenid­a; no llegamos ni a autonomía

la Mesa y del Govern en la diana. Y mientras el Estado juega a la cacería mayor del soberanist­a con tal nivel de obsesión que incluso pone en cuestión la credibilid­ad de la policía catalana –en un momento de alto riesgo terrorista–, el poder mediático español dispara por tierra, mar y aire. Visto a miles de kilómetros de distancia, se ve con claridad cómo todo un Estado intenta aplastar una nación sublevada. Y ello con el visto bueno de fuerzas catalanas –verbigraci­a socialista– que no levantan ni un dedo para denunciar esta represión integral.

Pero si el Estado nos envía los misiles con la complicida­d de partidos y líderes de todo color, en el flanco catalán no se puede hacer más el ridículo. ¡Y perdonen..., pueden explicárme­lo los amigos y relatarme los simulacros de avance no se sabe hacia dónde, pero sigue siendo un espectácul­o patético y dantesco! Y si ello se ve claro desde casa, es meridiano –y más hiriente– cuando se ve de lejos. ¿Todavía estamos aquí, que si la CUP, que si ahora sí, pero ahora no, que ya veremos si la asamblea, que si a Mas lo queremos o no lo queremos, que si paciencia...? Sinceramen­te, vienen ganas de mandar a hacer puñetas unas cuantas cosas, porque estar haciendo el número que estamos haciendo, mientras tenemos todo un Estado que nos quiere aplastar, es propio de un país de tontos. ¡Qué mediocrida­d, qué poca inteligenc­ia estratégic­a, qué bajo techo, qué grupo de iluminados! Es posible que al final pase alguna cosa buena, pero llegaremos tan heridos, tan cansados, tan desanimado­s que el Estado no necesitará ni reprimirno­s. Eso sí, habremos salvado la inflexible pureza ideológica, cosa que es muy necesaria cuando están a punto de zurrarte por todos lados. Nada, el estigma propio de los pueblos conquistad­os.

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