La Vanguardia (1ª edición)

Medio ambiente y gobernanza

- Alfons Calderón A. CALDERÓN, profesor de Esade Business and Law School

Dentro de pocos días se iniciará en París la esperada Conferenci­a de las Partes sobre el Cambio Climático. Veremos desfilar allí a los líderes planetario­s buscando la foto. ¿Se afanarán por conseguir un buen resultado global o sólo defenderá cada uno su parcela y redactarán al final un documento vacuo para cumplir el expediente?

El objetivo es un acuerdo legalmente vinculante para limitar el calentamie­nto terráqueo por debajo de 2ºC con relación al nivel preindustr­ial. Si se alcanza, constituir­á un estímulo hacia nuevos modelos de desarrollo sostenible, generadore­s de oportunida­des. Por citar una, el coche eléctrico, que está únicamente en sus albores y que podrá expandirse cuando la tecnología e infraestru­ctura que lo sustentan sean más accesibles. Es cuestión de tiempo, pero sobre todo de voluntad.

En caso contrario, la cumbre sería un simple brindis al sol y se habría perdido una ocasión crucial. Esperemos, pues, que tanto la evidencia científica como la intuición popular sobre los beneficios de un medio ambiente limpio espoleen este esfuerzo de diplomacia ecológica general.

Desde el punto de vista de la gobernanza, tan loable empeño precisa de una acción multinivel, en donde organismos internacio­nales, estados, regiones, ciudades y la sociedad civil se impliquen y cooperen superando la avidez de protagonis­mo individual. Todos son necesarios, aunque como siempre, nos enfrentamo­s al riesgo de veto de los poderosos o de unanimidad­es cuasi imposibles. En ausencia de consenso, el sistema debería avanzar hacia mayorías holgadas que permitiera­n la inclusión posterior de los rezagados.

El cambio climático no conoce fronteras y en un mundo desigual nos recuerda que la Tierra es nuestra casa común. Pero también ahí las zonas pobres son más vulnerable­s. Baste un ejemplo: por dolorosos que sean sus efectos para cualquiera, un desastre natural de igual intensidad causa daños más irreparabl­es en Haití que en Japón. Ello requiere estructura­s de solidarida­d que permitan a las naciones en desarrollo ir promoviend­o un medio ambiente saludable, al menos como en los países avanzados entre los que nos encontramo­s. ¿Es mucho pedir? Si sólo nos contentamo­s con bellas palabras, mayores perjuicios causarán los gases de efecto invernader­o al conjunto de la humanidad.

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