La Vanguardia (1ª edición)

La alumna de las botas rojas

- Joaquín Luna

La humanidad tiene, por naturaleza, buenas intencione­s, y los hombres, también por naturaleza, las tenemos malas. La naturaleza no tiene la culpa de que las cosas sean así ni yo de que, en mi etapa de profesor universita­rio, me quedara prendado de aquella alumna despierta que, un buen día, se presentó en clase con botas rojas.

–No me creo que no tuvieras rollo con ninguna alumna.

Al parecer, en la universida­d de una amiga indepe semejante barbaridad ni es titular de portada ni noticia. Me quedé perplejo. –Claro que no. ¡La duda ofende! Pero no lo dije porque hace viejo y lo que pensé, en realidad, fue: –Ni se me había ocurrido... Las mujeres tienen una opinión equivocada de los mujeriegos y piensan en forajidos sin ley que hoy duermen en Tulsa y mañana en Oklahoma. Y eso que gracias a los mujeriegos son felices con sus parejas y duermen más confiadas, pensando en lo canallas que llegan a ser los mujeriegos y el malvivir que les darían.

Hará ya tres años dejé de dar clases

Las mujeres tienen una idea equivocada de los mujeriegos: ¡un profesor no se enrolla con una alumna!

y la alumna despierta de las botas rojas se fue a Londres, convertida en exalumna. Recordaba lo mucho que le hablé de Abdelkrim, moro de la morería, y el interés que demostró por Abdelkrim. Le di vueltas al recuerdo porque nunca había encontrado una persona interesada en Abdelkrim, de modo que hace unos días la invité a cenar en Londres.

Naturalmen­te, yo tenía que presentar un aire académico-informal, a fin de que a las primeras de cambio ella viera no al exprofesor venerable sino a un mujeriego resucitado.

Como era de temer, elegí un restaurant­e muy por encima de mis posibilida­des. Sentados en el Kaspar’s del hotel Savoy, busqué un aliado estratégic­o: un lenguado de Dover. Hubiera podido ser un lenguado del Cantábrico, pero ella no había conocido a ningún lenguado de Dover y yo sí, lo que reforzaba mi estatura académica, a la espera de que la textura –a 38 libras esterlinas– le abriera el corazón.

–¿Sabes? Desde hace poco vivo con un tío. Es español, muy majo. Me sentía sola en Londres.

Naturalmen­te, el techo del Savoy se me vino abajo y vi la sonrisa burlona de Abdelkrim entre las columnas del hotel. El desastre de Annual se consumó cuando un cliente del Beaufort, el bar del Savoy, achispado y simpático, me felicitó por tener una hija tan atractiva.

Ayer recibí correo electrónic­o de la exalumna de botas rojas para comunicarm­e, alegre, que viene a Barcelona por Navidad y quiere que le guarde un hueco para cenar.

–¡No! Que tienes novio y yo malas intencione­s.

–Ja,ja, ja. ¿Qué tendrá que ver que tenga novio para cenar?

La Generalita­t pone velas y las exalumnas se ríen de mis malas intencione­s. ¡Qué triste es ser mujeriego!

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