La Vanguardia (1ª edición)

Maillol, el griego

- Oriol Pi de Cabanyes

Aristides Maillol es el gran escultor clásico moderno de la primera mitad del siglo XX. Nació y murió (1861-1944) en Banyuls de la Marenda, en la Catalunya al norte de los Pirineos. Y su padre ya le puso Aristides por admiración a las virtudes de los antiguos. Venidos de Grecia, ¿los focenses no habían ya fundado colonia en Marsella? ¿Y Roses y Empúries no estaban muy cerca, aunque desde el siglo XVII, al otro lado de la frontera? ¿Y Maillol no quiere decir, también en el catalán del Rosellón, el majuelo estacado en tierra el primer año que se planta la viña? ¿Y no humanizan el paisaje rocoso de su país natal los viñedos en pendiente hasta el mar ordenados por los templarios en las laderas de pizarra de Cotlliure, Banyuls y Portvendre­s?

Maillol era un hombre sencillo, de pocas palabras, agudo observador del entorno, dotado de una profunda capacidad de contemplac­ión. Captaba lo eterno en todos los detalles de una realidad sólo aparenteme­nte huidiza. Si la majestad de los Pirineos que llegan a ras de Mediterrán­eo es ya un prodigio de formas admirable, Maillol parece tener sobre todo una preocupaci­ón: que la figura humana armonice idealmente con las esbeltas formas de la orografía. Es una idea que venía de los griegos arcaicos, de la Grecia arcádica, una pura sensualida­d consciente de la vida vivida en plenitud del instante, anterior a toda lógica y a toda dialéctica.

Hace unos años ya hubo una importante retrospect­iva Maillol en la Pedrera. Ahora, también inspirada por Àlex Susanna, se puede visitar la exposición Maillol i Grecia en el Museu Marès (¿qué mejor espacio que este, creado por quien fue escultor y gran coleccioni­sta de escultura?). Se hace referencia al viaje de Maillol a las fuentes griegas (¡Castalia!) en la primavera de 1908, en compañía del conde Kessler, su mecenas alemán. Y ahora se han editado para la ocasión, en el original francés y en su traducción catalana, las hasta ahora inéditas Notas de un viaje a Grecia, “este hermoso país que ha entrado tan profundame­nte dentro de mí que viviré siempre con él”.

“Una gran emoción!” –exulta–. Maillol esculpe como los griegos la apoteosis de la humanidad: eleva el cuerpo a eje categórico de la vida, esta vida que en el arte se perpetúa, de mortal a inmortal. Desnudas, sus figuras de barro y de bronce proclaman que el ser, aquí, es un estar: indiferent­e, olímpico como la naturaleza, sereno, no dominado por miedo alguno.

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