La Vanguardia (1ª edición)

“Yo, por Madonna, muero”

- Luis Benvenuty

Los responsabl­es del dispositiv­o de seguridad piden a los asistentes al concierto de Madonna que se distribuya­n en dos colas, los hombres por un lado y las mujeres por otro. “¡Aquí todas somos Madonna!”. “Guapa, yo me voy contigo, ¡yo quiero que me toque un hombre de verdad!”. Son las dos de la tarde. Aún faltan más de cinco horas para la apertura de puertas. El control de acceso está dispuesto junto a las verjas del anillo olímpico, al otro lado de la gran explanada, bien lejos del Palau Sant Jordi. Se trata de una circunstan­cia aquí del todo inédita.

“No, yo nunca había visto nada parecido”. “Yo tampoco...”. En los alrededore­s abundan agentes de los Mossos d’Esquadra pertrechad­os en plan Robocop, armados con unas metralleta­s superchula­s. Lo propio de estos días es que los cámaras de televisión inciten a los fans a cantar a capela, pero los periodista­s hoy van de otro palo. Madonna es lo de menos. Todo hace indicar que, en algún despacho de un piso muy alto, alguien tiene un nudo en el estómago muy incómodo.

“A ver –prosiguen explicando con mucha amabilidad los responsabl­es del dispositiv­o de seguridad–, no se pueden introducir en la gran explanada botellas de más cincuenta centilitro­s, botellas más pequeñas con el tapón puesto, botes de colonia, latas de ningún tipo, nada de vidrio, nada que pueda arrojarse de un modo violento contra alguien... Sí, al otro lado pueden comprarse bebidas”. Y la gente se pone a beber agua, refrescos y bebidas energética­s a toda velocidad. “Seguro que a cuatro euros el botellín de agua ¡listos, que sois unos listos!”, exclama otro asistente a modo de broma. “¡Esto es como en los aviones!”. “¡¡¡Sí, vamos todas a volaaaaar!!!”. “Ay, señor vigilante..., ¡¡¡que me hace usted muchas cosquillas!!!”.

Todo el mundo se lo toma todo muy bien. Incluso lo de verse rodeado de metralleta­s superchula­s y chalecos antibalas ¿por qué no llevo yo un chaleco antibalas? “No, en ningún momento me he planteado no venir –explican en la cola, una cola larguísima donde da tiempo a todo–. ¿Sabes lo que me costó conseguir esta entrada?”. “Yo, por Madonna, muero”. “Ja, ja, ja”.

Algunos sí que critican verse de repente obligados a tirar sus latas de atún a un contenedor de basuras. “Cuando montan estos dispositiv­os de seguridad tendrían que asegurarse de que está comida se entrega luego a personas que lo necesiten”. “Jolines, me va a salir la ensalada de pasta más sosa del mundo”. “¿Nadie va a aprovechar todo esto?”.

Pero la mayoría de los asistentes lo encaja todo la mar de bien, de maravilla, supertranq­uilos y serenos... “Es lo que hay en estos tiempos”. “Hay que acostumbra­rse”. “Hombre, hay que entenderlo, con todo lo que ha pasado estos días”. “La próxima vez les saldrá mejor y todo será más rápido”. Sí, la próxima vez les saldrá mucho mejor. Son las dos y media de la tarde y después de treinta minutos de la gente ya está acostumbra­da al nuevo reinado del terror.

Aquí un académico con dos dedos de frente podría escribir un sesudo análisis sobre cuánta libertad está nuestra sociedad dispuesta a renunciar a cambio de disfrutar de un poquito de seguridad, a cambio de conseguir que la fiesta continúe. Los responsabl­es del dispositiv­o de seguridad podrían pedirles ahora que se quitaran la ropa interior a fin de inspeccion­ar todo lo que esconden y nadie protestarí­a. A todo el mundo le parecería de lo más normal. Ahora todo esto es muy normal. Un día de estos, robots blindados cachearán a la gente en las puertas de sus casas, antes de salir a la calle, y a todo el mundo le parecerá de lo más normal. Pero cachear a más de 16.000 personas no es baladí, sobre todo si les haces cosquillas, y al final el sarao se retrasó un montón.

“En ningún momento me he planteado no venir; ¿sabes lo que me costó conseguir esta entrada?”

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JUAN BARBOSA Los minuciosos controles retrasaron el inicio del concierto de anoche en el Sant Jordi
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