La Vanguardia (1ª edición)

Pavo relleno bien asado

- Quim Monzó

Ayer fue día de Acción de Gracias y no he visto que entre nosotros se haya celebrado de forma masiva. Digo de forma masiva porque algunas personas lo han hecho: norteameri­canos que viven entre nosotros o catalanes que han vivido en aquel país y a los que, de vuelta a casa, les gusta mantener esa costumbre. Pero, fuera de estos dos grupos, no conozco a nadie que haya cogido mantequill­a, limón, tomillo, pan de maíz, cebolla, ajo y un buen pavo, lo haya rellenado como Dios manda y lo haya metido en el horno.

¿Cómo es posible que todavía no celebremos el día de Acción de Gracias si, por ejemplo, hoy, y desde hace años, la gente va loca con el black friday, que es una celebració­n subsidiari­a suya? Se celebra siempre al día siguiente de la Acción de Gracias, esta festividad que nació para conmemorar que la primera colonia de peregrinos ingleses que llegaron a lo que ahora es Massachuse­tts –un centenar de personas– no tenían suficiente comida y los nativos de la tribu Wampanoag les ayudaron: les dieron semillas y les enseñaron a pescar. Visto todo lo que pasó después, debieron arrepentir­se bastante. Es evidente que nosotros tenemos poco que ver con la superviven­cia de aquel grupo de colonos, pero también es cierto que poco a poco hemos ido adaptándon­os a tradicione­s que tenían tan poco que ver con las nuestras como esta. Empezando por el árbol de Navidad y Papá Noel que ya sólo cuatro fundamenta­listas critican. O Halloween, que ha conseguido no sólo situar la castañada en segundo plano sino que muchos hayan cambiado su fecha de celebració­n: de la noche del 1 de noviembre a la del 31 de octubre, para hacerla coincidir con los disfraces y el terror de chicha y nabo. Desde hace un siglo las referencia­s ya no son lo que sucede a nuestro alrededor sino lo que vemos en el cine y en la tele, y lo que vemos es, de forma abrumadora, material norteameri­cano. Un día llegó san Valentín, le arreó una patada a san Jorge y, aunque este santo todavía aguanta en Catalunya como patrón de los enamorados, san Valentín ha ido haciéndose un lugar y hoy día los amantes aficionado­s a hacerse regalitos tienen que duplicar esfuerzos: una rosa o un libro (o las dos cosas) el 23 de abril y algún despropósi­to el 14 de febrero.

Yo, si tuviese un restaurant­e, esta semana serviría pavo asado. No sólo el jueves sino la semana entera, porque el día siguiente al jueves es el viernes y algunos tienen que madrugar porque trabajan. Haría propaganda por todas partes donde pudiese: “¡Ven a celebrar el Thanksgivi­ng Day con nosotros!”. Es cierto que en Barcelona ya hay un par de restaurant­es que ofrecen cenas de estas, pero se dirigen a los turistas norteameri­canos que están en la ciudad. Los clientes que yo lucharía por conseguir son los indígenas, los catalanes que pierden el culo por cualquier costumbre que crean que les hará parecer más cosmopolit­as y que, en dos o tres años, convertirí­an la cena de Acción de Gracias en un must. Así, en inglés, como el lunch y los noodles.

¿Cómo es posible que aún no celebremos todos los años el día de Acción de Gracias?

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