La Vanguardia (1ª edición)

Desaparece­n los matices

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS, pintor

Yde pronto desapareci­eron. Como si una fuerza superior e invisible nos los hubiera arrebatado. El día se desperezó sin ellos: sin matices. Nos quedamos sin matices como un pintor sin colores. Se perdieron, tampoco hace tanto, víctimas de varias urgencias. Múltiples. ¿La posmoderni­dad? El matiz es el espacio entre lo grande y lo pequeño. Entre el blanco y el negro. Entre la cordura y la intoleranc­ia. Y entre el saber y la ignorancia. Hoy matizamos poco, o nada, a causa de la inmediatez y de la superposic­ión de informacio­nes de todo tipo. Y también porque nuestro pensamient­o, o la química de nuestro celebro, se ha adecuado a los nuevos lenguajes de comunicaci­ón. ¿Se puede matizar en un chat, en un tuit, en un SMS...? Es como si la humanidad ya hubiera recorrido entero el camino de la divagación. El gusto y la sensibilid­ad por las múltiples caras de una misma cosa. O de una misma realidad. Parece que no estamos “para perder el tiempo”. Ni para escuchar ni para ser escuchados. Hablamos como si lanzáramos mensajes, eslóganes o consignas. El tam-tam de los ancestros.

Hubo un tiempo en que la gente matizaba lo que decía y hacía; hoy con la precipitac­ión diaria, uno se contradice y ya está. ¿Sería igual Velázquez sin los múltiples matices del verde? ¿Y los poetas sin sensibiliz­ar los matices de la rara rosa blanca? ¿Un Vermeer sin los matices infinitos de la luz? ¿La música sin la delicadeza de sonidos matizados? Lo cierto es que, instalados en nuestra rutina civil, ignoramos las múltiples capas de la cebolla. Mal asunto.

Estamos en un mundo de extremos. En un país que no matiza, en una geografía de arrogancia clasista y rabia social. De antis y de pros. De afectos y desafectos. De buenos y malos. Más de enemigos que de adversario­s. Sí, España se ha quedado sin matices, Catalunya se ha quedado sin matices. Habitamos una península que parece no querer reconcilia­rse consigo misma. Se pierden los matices y caemos en una deliberada confusión de lenguajes, en la radicalida­d. En el odio al otro y al discrepant­e. Ya no hay incógnitas ni porqués. Ni “sí, pero…”. Todo es taxativo, abrupto; inciviliza­do. Unilateral. ¿No habíamos quedado en que en el matiz estaba la claridad, la sabiduría y la conciencia? Casi con seguridad esta no es una época para sabios ni poetas. Hemos tenido mala suerte.

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