La Vanguardia (1ª edición)

Fandango de la librería

- Sergi Pàmies

Pasan los años y entrar en una librería sigue siendo un placer único. Aunque hayas entrado el día antes, siempre tienes la esperanza de encontrar algo que no habías visto, o que hayan llegado las novedades (las que estabas esperando o las felizmente imprevisib­les). La expectació­n y la curiosidad son el combustibl­e de los que tienen inoculada la bacteria libresca. No me refiero a los que entran en una librería con una idea predetermi­nada, con un título anotado por encargo o una informació­n aproximada que, si el librero es competente, desemboca en venta segura. Me refiero a los viciosos. A los que, teniendo en casa una montaña de libros por leer, no pueden evitar asomarse a las mesas de novedades, a ver si. En caracteres insaciable­s, los amores a primera vista son frecuentes. Una portada, un título, la fotografía de la solapa de una novelista pálida de novela negra o de una novelista negra de novela pálida o una primera frase como “Perdí un ojo, el izquierdo, cuando tenía trece años” activan la necesidad de tener el libro. Porque, en esta fase, la lectura es un deseo de posesión. Te llevas el libro elegido sin aplicar un criterio cien por cien racional, movido por una especie de compulsión que tardarás años en controlar (y que, en realidad, nunca controlará­s del todo).

A veces pasa que el amor a primera vista sólo dura unos segundos. Si hay gente haciendo cola para pagar, por ejemplo, puede que sufras un ataque de impacienci­a y que, con la misma arbitrarie­dad que te ha impulsado a llevártelo, lo abandones sobre cualquier mesa. Pero, en general, tienes paciencia y te agarras al libro pensando en los buenos momentos que pasaréis juntos, sabiendo que te conviene no esperar que la relación dure toda la vida. Pagas (mejor en efectivo; los libreros lo agradecen), aceptas la bolsa que te ofrecen y, al llegar a casa, el libro recién comprado pasa a competir con los que esperan. Porque la primera fase de la compra, indispensa­ble, es sólo eso: el primer paso de una secuencia. Después, cuando se dan las condicione­s idóneas para empezarlo, el libro tiene que mantener las expectativ­as creadas y, ya sea a través del estilo o del argumento (o de una combinació­n de las dos cosas) debe conseguir que lo acabes sin saltarte capítulos enteros. Este proceso es menos impulsivo que el de la compra. El lector se vuelve más exigente. Que llegue al final de la historia es una proeza del lector pero también del autor. No es una garantía de éxito porque a veces los libros se acaban sólo por certificar una decepción, como quien acumula pruebas para endurecer una condena. Pero si el momento de acabar el libro te transmite una sensación de plenitud, si sientes como lo que acabas de leer se instala en tu memoria con voluntad de permanenci­a, entonces el placer de la lectura deja de ser una consigna oficial o gremial porque ha logrado encadenar cuatro milagros: sentir la necesidad de entrar en una librería, comprar un libro, acabarlo y, finalmente, que te guste.

Te llevas el libro elegido sin aplicar un criterio cien por cien racional, motivado por una especie de compulsión

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain