La Vanguardia (1ª edición)

Quiebra el modelo andaluz

El maridaje entre política y empresa se ha mantenido durante años

- ADOLFO S. RUIZ Sevilla

Tres generacion­es separan a un descamisad­o de otro”, asegura un dicho norteameri­cano. El pasado 16 de mayo fue el último momento de felicidad para Felipe Benjumea Llorente, un brillante abogado de 58 años, licenciado en Deusto, entonces presidente ejecutivo de Abengoa. Ese día casaba en Sevilla a su hija Alejandra con el joven Fernando Domecq, otro de apellido ilustre, en una ceremonia a la que asistió la Sevilla más glamourosa.

Desde esa fecha, su vida y su carrera han cambiado mucho. El 23 de septiembre la familia fundadora perdía el control de la única multinacio­nal andaluza, creada en 1941. Cuentan que Felipe Benjumea se resistió todo lo que pudo, pero los bancos acreedores se mostraron intransige­ntes. Los Benjumea veían reducido su papel en la gran obra del patriarca, Javier Benjumea Puigcerver, fallecido en 2001, hasta el punto de que difícilmen­te podrían recuperar la gestión. Pero las penas con pan son menos y Felipe Benjumea recibía una indemnizac­ión de 11,4 millones “por cese anticipado de funciones”.

La modesta empresa surgida al principio de la posguerra española en el barrio sevillano de Heliópolis se había convertido casi 75 años después en un líder internacio­nal en energía renovable, construcci­ón e infraestru­cturas, con presencia en 76 países y más de 24.000 trabajador­es, seis mil de ellos en Andalucía. Abengoa, acrónimo del apellido de sus fundadores Abaurre, Benjumea, Gallego y Ortueta, había pasado de fabricar contadores eléctricos monofásico­s a vivir uno de los hitos más sobresalie­ntes de historia con su entrada en Estados Unidos, donde recibió los cálidos halagos del presidente Barack Obama a una “empresa del futuro”.

Felipe Benjumea, que asumió la dirección de la empresa en 1994, con 33 años, es el único responsabl­e de los aciertos y también de los errores de los últimos años de Abengoa, los que han desembocad­o en esta situación crítica. El único porque su hermano Javier, que compartió el mando hasta 2007, decidió retirarse a disfrutar de su título de marqués de la Puebla de Cazalla, heredado de su padre, y a la tenencia de hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería, propietari­a de la plaza de toros. Felipe, más discreto, convirtió Abengoa en una empresa moderna, pero con un crecimient­o descontrol­ado. La elevó a la categoría de multinacio­nal triunfante, pero olvidó el viejo consejo de “atiende con placer los negocios durante el día, pero emprende sólo los que te permitan dormir tranquilo durante la noche”.

Los economista­s conocen como síndrome Buddenbroo­k, que toma el nombre de una novela de Thomas Mann, al hecho de que determinad­as empresas familiares destruyen inexorable­mente el carácter épico de sus fundadores, pasan por una segunda generación que únicamente persigue el brillo personal y desembocan en nietos que dedican todo su tiempo a la molicie y el ocio. En el caso de Abengoa, ni siquiera ha pasado a la tercera generación, se ha quedado en la segunda.

Se ha escrito del patriarca Benjumea que era “venerable entre los venerables”, quizá porque la sede sevillana de la fundación Focus-Abengoa está residencia­da en el antiguo Hospital de los Venerables del barrio de Santa Cruz. Pero Benjumea Puigcerver, ingeniero por la universida­d de la Compañía de Jesús en Lovaina, gastaba un estilo personalis­ta, intransige­nte e impaciente, siempre acostumbra­do a ser tratado con reverencia. Aunque solía acudir a misa diariament­e, nunca tuvo fieles a su alrededor, sino empleados a los que ni siquiera había que aclarar quién era el jefe. El patriarca gastaba una imagen discreta que chocaba con la habitual ostentació­n de la que gustan hacer gala las clases adineradas sevillanas.

Javier Benjumea Puigcerver arraigó su empresa en dos pilares como la familia y la Iglesia. Hermano del primer ministro de Economía de Franco, posteriorm­ente gobernador del Banco de España, contó en el interior con el apoyo de los gobiernos de la época, y en el exterior con el de la Compañía de Jesús. A finales del siglo pasado, cuando los aires de cambio azotaban el país, Javier Benjumea supo acercarse a los nuevos líderes que iban a pilotar la Transición. Es muy conocida la amistad del patriarca con unos jóvenes socialista­s llamados Felipe González o Manuel Chaves, que en el inicio de sus responsabi­lidades políticas veían a Abengoa como la única gran compañía industrial andaluza con presencia exterior capaz de tirar abajo el mito de la Andalucía agraria, pobre y atrasada.

Ese maridaje de la empresa con la política se ha mantenido a lo largo de los años y por el consejo de administra­ción de Abengoa pasaron nombres como los de Alberto Aza, Carlos Sebastián, hermano del exministro socialista, Josep Borrell, José B. Terceiro, el expresiden­te peruano Alan García o Bill Richardson, secretario norteameri­cano de energía con Bill Clinton, entre otros muchos.

El declive es un severo revés. Más de cuatro mil trabajador­es, entre ellos dos mil ingenieros, se afanan cada día en la sede de Palmas Altas, un campus donde edificios acristalad­os se mezclan con el verde de los árboles, un complejo con la arquitectu­ra sostenible como bandera, pero conocido por algunos como Palmatraz a causa de una política de recursos humanos que tachan de “represiva”. Abengoa carece de comité de empresa y en el pasado protagoniz­ó incidentes sonados como la llamada “rebelión de los tápers”. Obligados a almorzar en el comedor oficial, sin poder elegir menú y con el precio de la comida descontado en la nómina, algunos trabajador­es optaron por llevarse el almuerzo de casa. Todos fueron despedidos. Ahora hay miedo. Si la empresa cae, la mayoría no podría encontrar en Andalucía otro puesto acorde a su experienci­a y conocimien­tos.

Por el consejo han pasado Alberto Aza, Josep Borrell, José Terceiro y Bill Ricardson

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ZEF NIKOLLA / EFE Felipe Benjumea en el estreno de la empresa en el Nasdaq en el 2013

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